Día de la Almadía se celebra al final del mes de abril o principios de mayo, dependiendo del año, la localidad de Burgui pone sus ojos en el río Esca para rememorar una tradición que se remonta al siglo XVI, cuando sus vecinos utilizaban el río para transportar la madera desde el Pirineo hasta los valles del sur. El Día de la Almadía se festeja con un amplio programa de actividades que incluye demostraciones de oficios tradicionales, actuaciones musicales y una feria de mercados medievales de antaño. Una fiesta popular única para conocer el duro oficio de almadiero y todos los atractivos de este bello pueblo del Roncal
Desplazado por la construcción del pantano de Yesa y las nuevas carreteras, el oficio de almadiero quedó prácticamente olvidado a partir de 1950. Hasta entonces, los ríos de todo el Pirineo habían visto surcadas sus aguas por arriesgados hombres que llevaban la madera de los bosques pirenaicos hasta destinos tan lejanos como Zaragoza o Tortosa. Hoy, tan sólo se pueden ver en exhibiciones.
El viejo oficio de almadiero es duro por definición propia. Pero, aquellos que lo han practicado, más por necesidad que por gusto, no dudan en afirmar que tiene algo de bello. Quizás sea por los aspectos que, desde la perspectiva actual, confieren a esta profesión rasgos de aventura, libertad e independencia y la asocian con hombres rudos y nobles. Hombres que, indudablemente, han crecido apegados a los Pirineos, tierra de la cual había que arrancar el sustento.
Los almadieros del río Esca llevaban la madera desde los bosques pirenaicos, hasta destinos tan lejanos como Zaragoza o Tortosa. En cualquier caso, tal y como viene sucediendo desde el auge de la industrialización, el de almadiero también es un oficio en vías de extinción. El progreso, los pantanos y las carreteras han vaciado los ríos de troncos de hayas y pinos, han ensuciado las riberas con piedras que hacen imposible la navegación y han devuelto a estos hombres exclusivamente a terreno seco, eliminando aquella vieja condición de anfibios que les mantenía más dentro que sobre el agua entre noviembre y marzo. Condición a la que algunos se niegan a renunciar en el valle del Roncal, donde aún se sigue enseñando a los más jóvenes a construir y navegar almadías.
Pero, hoy, las almadías apenas recorren seis kilómetros por el río Esca cuando se lleva a cabo una exhibición. Pobre itinerario si se compara con la historia: desde la Edad Media hasta 1950, cuando se cerró el embalse de Yesa, las aguas de aquél transportaron troncos y hombres. Aunque, hasta 1750 solían ser aragonesas, de mercaderes de Hecho y Ansó, y, luego roncalesas.
La tarea del almadiero ocupaba un amplio proceso productivo, pues eran también los encargados de talar los árboles con sierra manuales y hachas, limpiarlos de ramas y corteza y arrastrarlos, con mulas, hasta la orilla del río. Allí, en los ataderos, se hacía la almadía, uniendo los maderos en plataformas de diez a quince troncos en cada tramo. La anchura de éstos estaba limitada por el cauce de los ríos: las del Roncal medían cuatro metros de ancho, mientras que, en Salazar, no pasaban de tres metros veinte centímetros. De longitud, los maderos eran docenes (4,8 metros), catorcenes (5,6 metros) y secenes (6,2 metros), pero no faltaban aguilones, ni postes de varios largos.
Los troncos eran atados con ramas de avellano maceradas que ofrecían elasticidad y resistencia a las fuertes tensiones que provocaba el trayecto.
De la punta a la coda
Se elegían, sobre todo, pinos y abetos, a veces, mezclados con hayas, aunque éstas nunca iban solas, pues su densidad las permite emerger muy poco del agua. En dichas ocasiones, se disponía uno de haya por cada tres de pino. Los troncos eran atados con ramas de avellano maceradas que ofrecían elasticidad y resistencia a las fuertes tensiones que provocaba el trayecto. En el centro de la almadía, una especie de horquilla servía para colgar la ropa, la alforja y la bota de vino.
En el primer tramo o de punta, se disponían catorcenes. En el segundo o tramo ropero, iban los docenes y los mayores quedaban para el tramo de cola o de coda. Los tramos tenían forma trapezoidal, es decir, eliminando los salientes en el sentido de la marcha, por lo que se armaban con la parte delgada hacia delante. Un ejemplo de proporción: un tramo de quince maderos disponía que de cada cinco iban cuatro de punta y uno de coda. El de punta, con la trasera arqueada, hacía de timón.
Una vez montados, los almadieros ahogaban o aguaban la madera, empujando los tramos con grandes trancas para deslizarlos sobre unos maderos que, previamente, disponían entre el atadero y el río, donde se ataban con sirgas, jarcias y argollas tres, cuatro o cinco tramos uno tras otro. Cuando se usaba el sistema de barreles, el tramo de punta se ataba con el ropero por tres puntos (uno central, muy robusto, y dos laterales, próximos, más delgados que el central). El resto, también se unían por tres puntos, pero los dos laterales iban en los extremos y eran más potentes que el central. Del mismo modo, la cabeza de la almadía llevaba dos remos y el tramo de coda, sólo uno.
Las almadías iniciaban el viaje con pocos tramos y dos almadieros, generalmente. Los roncaleses, desde el Matral, en el Esca, cerca de Venta Karrica, y los salacencos, en Usún, al salir de la Foz de Arbayún, reunían ocho o diez tramos con los que constituían media carga de madera. Pasado el Bocal de Tudela, en el Ebro, unían dos almadías, haciendo una carga de madera, por lo que llevaban más de un ropero.
Sin embargo, poca era la ropa que se guardaba en aquel tramo. El traje de almadiero no era distinto del utilizado en los valles, destacando las albarcas y el espaldero de piel de cabra. Abrigados con esta zamarra, dos almadieros punteros se colocaban en la parte delantera, con sendos remos sujetos por testimaus (anillas de verga para sujetar los remos) que marcaban la dirección. Atrás, iba el codero con otro remo. Entre unos y otros, podían unirse hasta diez o doce tramos de troncos, mediante antocasa (vergas).
Sin números
Las balsas corrían río abajo hasta el punto de destino en invierno y primavera, cuando el deshielo aumentaba el caudal de las aguas. La madera se empleaba en la construcción y, a fines del siglo XVIII, circularon por estos cauces más de veinte mil troncos al año.
Pero no todo era beneficio. Existían puntos de paso que encarecían la madera y se distinguían los de peaje (derecho sobre las mercancías), pontaje (derecho de los alcaides o señores al pasar la mercancía por un puente) o castillaje (derechos de los alcaides de los castillos). Además, se pagaban otras cantidades al paso por determinadas presas, pueblos y ciudades, llegando a pagar, en un viaje a Zaragoza, en unos veinte puntos. Para satisfacer estas cantidades se usaban reales de plata, aunque, también, podía pagarse con madera.
La abolición de los señoríos eliminó estas cargas, pero existían otras. El derecho foral eximía de impuestos a las almadías en Navarra, pero, en El Bocal, el Estado cobraba cuatro pesetas por media y cedía a los almadieros fuertes cuerdas. Por su parte, los maderistas salacencos tenían una Junta que reparaba los puertos y limpiaba el río en las zonas de peligro. Estas acciones se costeaban con el pago de un canon variable en función de la calidad de la carga y de las necesidades de la asociación. Un empleado de esta sociedad percibía el diez por ciento del total por contar los tramos, definir la clase de madera y el nombre del propietario a orillas del Salazar, cerca de Lumbier. Además, tras la reparación del puerto de la presa de Lumbier, realizado en 1930, los madereros salacencos se vieron obligados a pagar un peaje de dos reales por tramo en este punto, por fallo del Tribunal Supremo.
Los almadieros también contaban con un sistema de contabilidad propia y singular que destacaba por su ausencia de números. Preferían contabilizar la compra-venta mediante puntos y rayas en forma de cuadros. Así, cada raya y cada vértice formado por los lados del cuadrado valía por una unidad, es decir, un cuadrado equivalía a ocho maderos.
Diversos líos y pleitos llevaron a que las Cortes emitieran un informe, en 1817, para regular el tráfico almadiero y las condiciones de las almadías. Este informe aconsejaba usar los puertos entre noviembre y junio, prohibiéndose el paso durante el resto del año. También especificaba que los maderos debían atarse con vástagos de avellano y la almadía mediría, como máximo, nueve pies de ancho y sesenta de largo. El paso debía hacerse por el ojo mayor de los puentes y si los almadieros paraban debían dejar guardia. Por último, se ponían como modelo las presas del Canal Imperial y se establecía que la madera desmandada y suelta por el río era primo capienti, es decir, propiedad del primero que la cogiese, salvo en los casos de inundación.
De Roncal a Zaragoza
La belleza de este oficio no oculta, sin embargo, su dureza. Durante unos pocos meses, los hombres del valle del Roncal se lanzaban río abajo pensando en ganar un jornal de unas diez o quince pesetas diarias, trabajando a destajo. El salario se completaba con tres jornales más, en compensación por el regreso a pie desde el lugar de destino, con las sirgas al hombro.
La almadía precisaba hombres de gran fortaleza física.El nivel de las aguas marcaba el trabajo de la almadía, empezando los primeros días de diciembre y terminando el 30 de mayo en Salazar y el 29 de junio, día de San Pedro, en Roncal. La temporada era más amplia en este último gracias a la regulación ejercida por el río Minchate y los embalses de Uztárroz y de Zokandia. En las orillas, se disponían señales para conocer el nivel del agua, aunque no era raro que, en algunos momentos, la escasez obligara a los almadieros a meterse en el agua para mover las balsas con trancas.
Por todo ello, la almadía precisaba hombres de gran fortaleza física, capaces de desencallar la balsa a fuerza de músculos, amantes de la aventura y con ganas de ver mundo. El riesgo era muy elevado, sobre todo, en foces, rápidos, puentes y recodos, pues la almadía puede ser dirigida, pero no frenada. Además, si el almadiero caía al agua y quedaba bajo la balsa no podía salir a flote.
Las almadías se formaban en los ataderos de Laguayo, en Uztárroz, y junto al puente de Oncibieta, en Isaba. En Salazar, estaban los ataderos de Excároz, Oronz, Sarriés, Güesa, Uscarrés, Aspurz y puente de Bigüezal. Desde aquí, bajaban por el río Esca hasta la Venta de Carrica donde se desviaban al río Aragón que les llevaba al Ebro.
Entre los puntos más difíciles del recorrido, destacaban el Congosto, en la foz de Sigüés, para los roncaleses, o las foces de Arbayún y Lumbier, para los salacencos. También era complicado pasar la presa de Santacara, en el Aragón, y El Bocal, en Tudela, donde había que partir las almadías en dos tramos para superar el salto. Para evitar que los tramos hicieran el libro, se ataba una fuerte cuerda a la parte delantera del primer tronco y, desde la orilla, aguas abajo de la presa, se tiraba rápidamente del extremo suelto de la cuerda. Luego, se unían varias almadías y, en una de ellas, iban los hombres que cubrían el suelo con tepes para hacer fuego con los remos sobrantes.
Por el Ebro, la madera podía venderse en cualquier pueblo del itinerario, pero el destino más común era Zaragoza y, en ocasiones, Tortosa y Caspe. El viaje duraba seis o siete días, según el tiempo y los vientos. Las noches se pasaban en fondas o posadas fijas – Usún, Sigüés, Lumbier, Sangüesa, Cáseda, Marcilla, Tudela – donde los almadieros se reaprovisionaban.
En 1931, el río Esca transportaba anualmente mil almadías, que suponían unos quince mil metros cúbicos de madera. Durante la Primera Guerra Mundial el Canal Imperial llevó, en un año, 1.800 almadías procedentes de los valles de Roncal y Salazar, con unos treinta mil metros cúbicos de madera.
Los niños roncaleses imitaban a los almadieros construyendo balsas con los tiernos tallos de una planta llamada astoperéxit. Estas almadías de los más pequeños se ajustaban a las especificaciones técnicas y tradicionales de las balsas mayores.
Sobre 1950, la construcción del embalse de Yesa eliminó esta tradición. La última almadía que bajó por el río Salazar data de 1951 y un año después terminó la actividad en el Esca.
José Ayerra, de profesión Almadiero
La zamarra de cabra, albarcas, boina, jersey y pantalones formaban la indumetaria del almadiero. «Era muy duro», recuerda José Ayerra, «pues había que bajar por el río en los meses de más frío, de noviembre a marzo, para aprovechar las aguas del deshielo. Las orillas estaban heladas y en los saltos de las presas te mojabas hasta el cuello. No importaba que lloviera o helara, ibas mojado todo el día hasta llegar por la noche a la posada, a dormir entre la paja que es sucia, pero calentita».
Ayerra ejerció de almadiero entre 1940 y 1952, «cuando se dejó con el cierre del pantano de Yesa». Habla de la profesión con orgullo y mucho cariño. El tono no engaña: a pesar de lo sufrido, la nostalgia se apodera de sus palabras cuando relata viejas experiencias y la risa aborda sus labios cuando presume de disfrutar de muy buena salud. «No padezco ni siquiera un reuma», asegura.
Como uno de los últimos almadieros, José Ayerra enseña a los más jóvenes del valle del Roncal, donde el río Esca siempre ha ofrecido sus aguas a los madereros. Ahora, este navarro dirige las exhibiciones que, todos los años, se celebran en el pueblo, siendo él el más viejo que se sube a la almadía. «A los chavales les gusta y no queremos que se pierda esta tradición, pues es la más antigua y fue aquí, en El Roncal, donde más tarde se perdió. Pero, ahora, sólo podemos bajar seis kilómetros», rememora.
Los recuerdos, sin embargo, no tardan en abrirse paso. «Entonces no había camiones y había que bajar los troncos por el río. Si la madera era delgada, igual bajabas 120 troncos que formaban seis o siete tramos. Si era gorda, un tramo contaba con seis o siete troncos, por lo que sólo podías llevar veinte o treinta maderos y necesitabas más agua».
La necesidad empujaba a los hombres del Roncal hacia el río. «No había otra cosa. Era eso o de pastor con un cacho de pan y arrea por ahí. Así que… mejor almadiero. Nosotros comíamos bien: judías, bacalao, carne… Nos gustaba y subíamos contentos al monte donde nos juntábamos cien o doscientos entre tres o cuatro pueblos». Mucho trabajo apenas compensado por un sueldo «para ir tirando: cinco o siete pesetas al día en 1936, trabajando a destajo, con el hacha, y desde los quince años, cuando subías con el padre o con las cuadrillas. Pero se ganaba más que de pastor».
El oficio ha pasado de padres a hijos en la familia Ayerra, cuyos miembros han vestido, desde siempre, «zamarra de cabra, albarcas, boina, jersey y pantalones. Ibamos así en la almadía, muy poco abrigados, aunque la zamarra tapa bien los riñones, pero no era raro que se te cayeran las uñas de los pies». Vestimenta que de poco servía cuando había que meterse en el agua o cuando, en los pasos arriesgados, alguien caía al agua: «En El Roncal no pasó mucho, a veces había que nadar, pero en la foz de Arbayún murieron dos al chocar contra una piedra».
El de almadiero, sin embargo, no era un oficio de temporada. Cuando no se bajaba por el río, los hombres subían al monte a preparar la madera. «En febrero, se cortaban las varas de avellano, que luego se retorcían y mojaban para amarrar los troncos que se agujereaban con una barrena. En marzo y abril, subíamos al monte con la tienda de campaña a trabajar la madera, hasta agosto, cuando se bajaba a los ataderos con burros». Momentos de trabajo y soledad, pues las mujeres se quedaban en el pueblo. «Sí, pero no había ganas, pues se trabajaba a destajo y bastante era si llegabas a la cama». Aunque a las féminas no les desagradaban los almadieros, más bien al contrario si se tiene en cuenta lo que relata Ayerra sobre las «muy atrevidas jóvenes» de Caparrosa que, lavando en la orilla, gritaban al paso de la balsa: «Almadillero, que fresca la llevarás ¿eh?».
Vocabulario del almadiero
Aguilón.- Según Iribarren, «madero en rollo de 18 a 20 medias varas de largura». Según Cruchaba, «tronco de ocho metros».
Ahogar madera y aguar madera.- operación de echar los tramos preparados al río.
Antoka.- cordón entretejido de jarcias que atraviesa por encima del barrel.
Argollas.- en Urzainqui, las jarcias gruesas con que se unen los tramos de barrel a barrel.
Atadero.- playas amplias de ríos donde se unían los maderos para hacer los tramos de las almadías.
Barranqueo.- tronco de roble o haya, resistente, de unos 15 centímetros de grosor. Sirve para unir entre sí los troncos de cada tramo. Su longitud, por tanto, es igual a la anchura del tramo que ha de unir.
Burro.- puente de 60 centímetros de longitud hecho con dos palos verticales y uno horizontal donde se cuelgan ropas y vituallas. Se coloca en el segundo tramo de la almadía.
Catorcén.- madero en rollo de 14 medias varas de longitud y un diámetro de 10 a 13 dedos. (La Real Academia lo considera aragonesismo).
Clavilloto o clavillones.- horquillas de haya, de un metro de longitud que, clavadas en los extremos de la almadía y ligeramente inclinadas hacia afuera, sirven para sujetar los remos.
Coda.- equivale a cola, opuesto a punta. Se aplica al extremo ancho de cada madero o al tramo final de la almadía.
Contrapuerto.- ver puerto.
Desemboscar.- operación de empujar con trancas los árboles cortados desde los sitios empinados hasta zonas accesibles al ganado, haciendo que rueden.
Docén.- pieza de madera en rollo procedente de los pinares navarro-aragoneses, que tiene 12 medias varas de largo y nueve dedos de diámetro (La Real Academia lo considera aragonesismo).
Escarba.- extremo redondeado de los troncos de las almadías labrado en forma de pirámide cuadrangular.
Hacer el libro.- cerrarse sobre sí dos tramos de almadía al atravesar un desnivel.
Jarcia.- atadura hecha con ramas delgadas de avellano, retorcidas y puestas a remojo.
Media.- la carga que supone una almadía de ocho a diez tramos.
Orejeras.- caras laterales de la escarba perforadas.
Poste de varios largos.- el que mide mas de ocho metros.
Puerto.- portillo de anchura conveniente con rampas de bajada que, obligatoriamente, tenían las presas para descenso de almadías.
Punta.- extremo estrecho del madero.
Remo.- en las almadías era de pino, de unos 15 centímetros de diámetro, con un rebaje en una zona adecuada, de modo que, apoyado en los clavillotes, su peso quede nivelado. Cada almadía tenía uno o dos remos de punta en el primer tramo de ocho a diez metros de longitud y uno o dos de coda de 6,5 metros aproximadamente, situado al final.
Secén.- madero en rollo de 16 medias varas de longitud y un diámetro de 11 a 14 dedos. (La Real Academia lo considera aragonesismo).
Testimbau.- horquilla o anillo de jarcia para apoyar o introducir los remos de las almadías cuando se sacaban del agua.
Tramo.- agrupamiento de troncos de forma ligeramente trapezoidal que, bien unidos, forman cada una de las partes de la almadía. Al primer tramo, que hace de timón, se llama de punta; al segundo, donde está el burro tramo ropero y, al último, de cola o de coda .