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Antiguos secretos de Evora

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Tres murallas guardan las estrechas callejuelas de la portuguesa Evora. Ciudad de sabor romano y musulmán, los siglos no le han arrebatado cierto ambiente provinciano en cuya aureola se inscriben más de trescientos monumentos. Por ello, por su permanencia orgullosa e intacta sobre una leve colina, ha recibido la especial protección de la UNESCO, que nombró a esta villa Patrimonio de la Humanidad.

Mas la importancia de Evora no es, en modo alguno, gratuita. Los siglos han sabido reconocer la particular ubicación de esta ciudad cuyo valor estratégico supieron reconocer los antiguos romanos, quienes la elevaron a la categoría de municipio y la llamaron Ebora Cerealis. No había otro motivo que el de identificar, con dicho nombre, a la villa que se levantó en medio de una vasta zona cerealista y, por ello, encrucijada de caminos. Hoy, Evora sigue respetando esos valores, pues se sitúa a mitad de camino entre Lisboa y la frontera y es el mejor punto de partida para explorar la comarca del Alentejo. En cualquier caso, las calles y los monumentos que asaltan al paseante no pueden obviar su condición de cruce de caminos y obligan a un errático deambular por una enrevesada red de callejas y plazas, muy recomendable durante las tranquilas horas nocturnas. Romanos y moros concedieron a la ciudad su actual urbanismo y el innegable atractivo de Evora atrajo a buen número de reyes que hicieron de ella su residencia levantando un grandioso conjunto de palacios y mansiones del siglo XVI.

La entrada a la igreja de San Joao Evangelista se enmarca dentro de un arte gótico claramente apuntado.Los pasos deben iniciarse en la Evora romana, cuando se levantó la cerca velha, reformada y mantenida por visigodos y árabes, entre los siglos I al XII. De los ciento ochenta metros del perímetro original apenas restan algunos lienzos y torreones en la parte alta de la colina y varias puertas, como la Porta da Moura. No es el único vestigio romano, pues, también existen las principales trazas de un templo y el reconstruido Aqueduto da Agua da Prata, reforma de 1522 del antiguo romano llevada a cabo por el arquitecto real Francisco de Arruda, coronado regularmente por torreones cuadrados, octogonales, cupulares o cónicos. Más de quince kilómetros llevaban el agua hasta una fuente, hoy desaparecida, que se alzaba en la Praça do Giraldo.

La necesidad obligó a los cristianos a levantar la cerca nova, edificada en el siglo XIV con cuatro mil metros de perímetro, de la cual se conserva prácticamente intacto todo el cuadrante noroccidental, aunque, antes, los árabes diseñaron una maraña de empinadas callejuelas. Mas, la agitación que se mantuvo a lo largo del siglo XVII, obligó a erigir en el flanco sur la tercera y última barrera defensiva, conocida como cerca novíssima, con gruesos muros poligonales y adarves para la artillería.

El acueducto da Agua da Prata se construyó en 1522 utilizando, como base, la antigua edificación romana. Real residencia
Sin embargo, no todo son murallas en Evora. Geraldo Sem Pavor se la arrebató al poder sarraceno en 1165 y, paulatinamente, Evora se convirtió en la residencia habitual de varios monarcas portugueses. Tal elección hizo que, durante varios siglos, la villa se identificara como la segunda ciudad del reino, tanto en número de pobladores como en importancia política.

Fueron tiempos destacados para una ciudad que mantenía intacto el urbanismo impreso por los árabes, sobre el cual emergió la bella e imponente catedral dedicada a Santa María. De estilo románico-gótico, se construyó entre los siglos XII y XIII, coincidiendo con los primeros tiempos de la nacionalidad portuguesa.

El agua del acueducto llegaba, tras un paseo de más de quince kilómetros, hasta una fuente, hoy desaparecida, que se alzaba en la Praça do Giraldo. La presencia de los monarcas durante toda la Edad Media hizo de Evora el escenario donde se desarrollaron un buen número de destacados acontecimientos políticos, sociales, artísticos y culturales. La ciudad adquirió, durante los siglos XV y XVI, la fisonomía monumental que ahora se puede apreciar.

La mayoría de los monumentos datan de esta época, cuando la ciudad fue el punto convergente de artistas de renombre, adoptados por el mecenazgo que ejerció la dinastía reinante en Portugal, la Casa de Avís, y autores de las obras más representativas del manuelino, del mudéjar, del renacimiento y del manierismo. La riqueza proporcionada por los descubrimientos (oro, esclavos, especias), creó condiciones particularmente favorables, sobre todo tras Joâo II, para que la corte asumiese una vocación de centro cultural y de mecenazgo. Destacan, así, las numerosas mansiones aristocráticas de la ciudad; la universidad jesuítica, fundada en 1559 por el cardenal Enrique, conocido en un futuro como rey cardenal; y una maravillosa serie de edificios de estilos manuelino y renacentista.

En la fuente de las Puertas de Moura permanece un encantador diseño renacentista realizado por Diogo de Torralva, en 1556. Es de esa época de la que aún bebe la ciudad de Evora, pues poco reservaron para ella las siguientes centurias. La villa vivió una lenta decadencia motivada por la ascensión al trono portugués del rey español Felipe II. A partir de ese momento, los sucesivos monarcas prefirieron vivir más cerca de Lisboa, por lo que la universidad se cerró y Evora quedó confinada en una existencia puramente rural, convertida en el centro comercial de la provincia. Incluso, hoy día, sus cuarenta mil habitantes son sólo la mitad de los que llegó a tener en el medievo.

Qué ver
La época dorada. El centro histórico de Evora más de trescientos inmuebles clasificados, siendo treinta y seis de ellos monumentos nacionales que abarcan diversos periodos artísticos. La UNESCO declaró a la ciudad Patrimonio de la Humanidad, en 1986, por constituir el mejor ejemplo de la época de oro portuguesa (siglo XV-XVI). Ahora, la silueta de Evora, orgullosa e intacta, es inconfundible desde cualquier lugar. En sus callejas sinuosas respiran viejos secretos, asentados entre monumentos inolvidables.

El templo romano. Sito en el centro del casco antiguo, de fines del siglo II o principios del III después de Cristo, es el mejor conservado de Portugal, a pesar de haber sido usado como matadero hasta 1870. Se compone de una pequeña plataforma de sillería y cantos, la escalinata y más de una docena de columnas de granito con capiteles corintios y entablamento de mármol. No es seguro que estuviera dedicado, como se cree, a la diosa Diana. Convertido en lonja en el medievo, se incorporó a los muros del castillo hasta que, en el XIX, se recuperó la actual estructura.

Convento dos Lóios. Frente al templo romano y convertido en Pousada Nacional, se alza este convento del siglo XV. Su claustro es, ahora, comedor de verano. Suntuosamente decorado, las habitaciones dan a un patio claustral interior, gótico manuelino en el piso inferior y renacentista en el superior. Dobles arcos de herradura, esbeltas columnas salomónicas e intrincada decoración escultórica conforman la puerta de la sala capitular, abierta al claustro, excelente ejemplo del estilo luso-mudéjar. Se atribuye a Francisco de Arruda, arquitecto del acueducto y de la torre de Belém de Lisboa. Se empezó a construir en 1186, veinte años después de la reconquista, tal como demuestran la militarista solidez románica de su tejado y las torres almenadas que contrastan con los arcos apuntados góticos posteriores.

Es la catedral portuguesa más grande, con tres naves de alturas desiguales y setenta metros de fondo. Tanto las naves como el transepto, inundado por la luz que penetra por los ventanales de la linterna y los rosetones de los dos extremos, se cubren con un estucado térreo con trazas blancas. Destacan una imagen de la Anunciaçáo y la capilla renacentista del lado izquierdo del transepto, atribuida a Chanterène, del 1529. La capilla mayor, reconstruida en el XVIII por el alemán Frederic Ludwig, presenta cuatro grandes ventanales que iluminan el recubrimiento de mármoles y columnas neoclásicas de color rojo, negro y blanco. En el centro, hay un retablo barroco con una buena talla de la Virgen. Los asientos del coro, labrados en roble y datados en el siglo XVI, son una de las mejores obras del renacimiento portugués. Son cuarenta y tres asientos superiores, para canónigos, y treinta y uno inferiores, para beneficiados. En los asientos hay tallas con escenas bíblicas. El órgano, también de roble, está considerado como el más antiguo en uso de Europa.

El museo de la catedral está atestado de tesoros y reliquias. Destaca una estatua de la Virgen en cuyo pecho abierto se representan varias escenas bíblicas que está en la sala capitular. El tesoro catedralicio guarda diversas colecciones de custodias de oro y plata, casullas, tablas de escuela primitiva portuguesa, objetos litúrgicos, tallas, una cruz con pedrería del siglo XV y la curiosa Virgen do Paraiso. Es un tríptico móvil de marfil, de estilo francés de fines del XIII, que, cerrado, presenta a la Virgen con el niño en brazos y, abierto, muestra varias escenas de la vida de María.

El Museo Municipal. Al lado de la catedral está el antiguo palacio episcopal, ahora Museo Municipal, donde se exponen importantes colecciones de pinturas portuguesas y flamencas de los siglos XV y XVI. Ilustra la influencia de los artistas flamencos en la escuela portuguesa y los estrechos vínculos comerciales que unían a ambos países en la Edad Media.
Frei Carlos, posiblemente el más importante de los pintores flamencos que trabajaron en Evora, está muy bien representado. Destaca, no obstante, una serie de trece paneles del siglo XV de un compatriota anónimo suyo en los que figuran varias escenas de la vida de la Virgen y que formaban el retablo de la catedral.

Antiga Universidade. Desde detrás del museo se llega al patio de entrada de la Antiga Universidade. Bordeando la muralla hacia el exterior, por un largo jardín y bajo el Arco dos Colegiais, se puede ver la Universidade do Espírito Santo, fundación jesuita del siglo XVI. Renacentista, cuenta con un portal de columnas de mármol y un espléndido claustro de un barroco incipiente.

Ermida de Sâo Bras. Prueba del trabajo que hicieron los mejores arquitectos en Evora es la iglesia extramuros en la carretera de la estación de tren. La Ermida de Sâo Brás es una obra temprana de Diogo de Boitaca, precursor del estilo manuelino. Los contrafuertes tubulares en punta y el tejado almenado recuerdan ligeramente sus obras de Lisboa y Oporto, aunque se advierte la desenvuelta originalidad del estilo.

La Capela dos Ossos. La capilla de los huesos de la iglesia de Sâo Francisco tiene paredes y pilares cubiertos con los huesos de más de quinientos monjes. La esmerada colocación de cráneos y tibias alrededor de las bóvedas complementa la inscripción que aparece sobre la puerta: «Nós ossos que aqui estamos, Pelos vossos esperamos» («Nosotros, huesos que aquí estamos, por los vuestros esperamos»). Esta macabra advertencia aparece también, al norte de Evora, en Campo Maior y en el Algarve, en Faro. La iglesia cuenta con un enorme pórtico, donde se combinan arcos de medio punto, apuntados y de herradura de un modo típico de la arquitectura manuelina. Justo enfrente, en la Praça 1 de Maio, está el Museu do Artesanato Regional, cuyas colecciones de cerámicas, tejidos, tapices y tallas de corcho y hueso constituyen una completa muestra de las ricas tradiciones artesanales de la comarca. Tiene también piezas modernas en venta.

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