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Marsella, punto de encuentro

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Alejandro Dumas, que la conoció bien y que ambientó aquí su más célebre novela, definió Marsella como «el punto de encuentro de todo el mundo». Su vocación marinera y su situación en el Mediterráneo hicieron de ella una ciudad de acogida y de fusión. Con 26 siglos de historia a sus espaldas, mira abiertamente hacia el futuro.

 

Puede que la imagen que el mítico Edmond Dantès tuviera al enfilar la bocana del puerto de Marsella, convertido ya en Conde de Montecristo, fuera muy diferente a la de hoy. Casi 200 años más tarde, sus emociones al contemplar la fortaleza serían similares al entrar en la ciudad más antigua de Francia. Y la segunda más poblada.

Y es que las imponentes siluetas del fuerte San Juan a babor y de San Nicolás a estribor dan una idea del turbulento pasado de esta ciudad. Griegos y romanos han dejado, entre otras cosas, sus huellas en construcciones religiosas del Medievo. Aunque Marsella no se ancla en el pasado, y también es moderna. La Unité d´Habitation del visionario Le Corbusier es tan solo un ejemplo de ello.

San Juan en Marsella

El fuerte de San Juan es uno de los símbolos de esta reconocida ciudad francesa desde el siglo XIII. Curiosamente tiene un foso que lo aísla de la ciudad, y sus cañones, como los del fuerte San Nicolás, apuntan a la rebelde Marsella y no al mar. Parece ser que en esos años el peligro venía de dentro. Asedios, explosiones y una terrible epidemia de gripe en 1720 marcaron la historia del lugar. Algo que todavía hoy parece estar demasiado presente.

Detrás del fuerte, se abre paso el pintoresco barrio de Panier. Se trata de uno de los más antiguos, hoy poblado de pequeños cafés y comercios tradicionales, entre los que no faltan las típicas tiendas de jabón. En el centro del barrio se encuentra la antigua Charité, un lugar creado en 1640 tras la petición real de «encerrar en un lugar limpio y escogido a los pobres nativos de Marsella». Desde 1986 es un centro multidisciplinar de vocación científica y cultural, que alberga museos y que recibe exposiciones itinerantes.

La Ciudadela de San Nicolás

Concebida para calmar la furia, la ciudadela de San Nicolás sirvió para asentar la autoridad de un monarca sin muchos aliados. La mala disposición de Marsella frente al poder central y la rivalidad con París siguen todavía hoy. Ni siquiera el gesto heroico de enviar 500 voluntarios para defender la capital en 1792 a grito de  «La Marsellesa» ha podido borrar las rencillas.

Ambiente portuario

La utilidad del ambiente portuario ha cambiado en los últimos años. Sin embargo, aún se conservan algunos aromas de su vieja actividad pesquera. Uno de los ejemplos lo encontramos en el mercadillo de los Belgas donde, entre piezas recién capturadas, encontramos los llamados ojos de Santa Lucía.

Al lado de los puestos de venta, barcos de pescadores se entremezclan con aquellos que transportan turistas. Tanto por la costa como de excursión por las islas cercanas, el bullicio de esta fiesta diaria convierte el mercado en uno de los lugares más concurridos hasta mediodía.

El Puerto Viejo es, sin duda, el lugar más animado de Marsella. Poblado de veleros y protegido por fortalezas, es el lugar idóneo para dejar pasar el tiempo con un café o una buena copa de vino.

Gastronomía en Marsella

Una de las bebidas más características de la zona es la absenta. Con casi 90 grados de alcohol, fue popularizada por artistas y escritores como Wilde, Van Gogh y Picasso. De hecho, y de acuerdo con el mito, en 1888 Van Gogh, ebrio de absenta, se cortó el lóbulo de la oreja y se lo dio a una joven meretriz.

La bebida, que estuvo prohibida durante años y aún lo está en ciertos países, tiene su propio rito. Se sirve en un vaso con forma de campana. Después se coloca una cucharilla con agujeros. Y encima de todo esto, un terrón de azúcar . Cuando todo esto esté preparado, se vierte agua fría muy lentamente para que el azucarillo se disuelva y se mezcle. Por supuesto, hay que beberlo de un trago.

En torno al puerto hay muchos restaurantes y no hay que perder la oportunidad de disfrutar las especialidades marsellesas. Algunas como la célebre bullabesa o una sopa de pescado que se come dos veces son platos que no te puedes perder si visitas Marsella.

Recorriendo la ciudad

Desde el puerto se abren caminos para explorar. No es Marsella ciudad de grandes monumentos, pero sus dos iglesias principales, que se observan desde casi cualquier punto de la urbe, merecen una visita. La Mayor Vieja data de mediados del siglo XII. Se trata de un bello ejemplo de arquitectura románica provenzal, que fue construido en piedra rosa de las canteras de la Corona. La Mayor Nueva, en cambio, es de estilo románico bizantino y tiene forma de cruz latina, con un deambulatorio. Es de resaltar la fachada adornada con estatuas de Cristo, de los apóstoles San Pedro y San Pablo y los Santos de la Provenza.

La Canebière es la avenida más famosa del Midi francés, con detalles que unas veces recuerdan a la Gran Vía madrileña y otras a las Ramblas de la Ciudad Condal, pero con un ambiente muy cosmopolita, tiendas árabes, restaurantes turcos y pequeños bazares.

Por otro lado, abundan los barrios antiguos apenas alterados por la guerra, con plazas pobladas de restaurantes, cafés y librerías y un puñado de calles estrechas que luego dan paso a grandes avenidas. Hay rincones, como los alrededores de la Vielle Charité o el espacio donde se encontraban los antiguos arsenales, que surgen como descubrimientos y en los que vale la pena detenerse.

Pasear por Longchamp

Hay que pasear también por el homogéneo bulevar Longchamp, bordeado de plátanos bellos edificios y palacetes. Según la riqueza y los deseos de cada propietario, el inmueble está más o menos ornamentado, sobre todo en la parte superior de las puertas de entrada y en los marcos de las ventanas. La mayor parte de estos edificios poseen un jardín orientado al sur.

Este bulevar da también nombre al más lujoso palacio de Marsella, que pretende reflejar el poder de la ciudad en la segunda mitad del siglo XIX. El monumento, que se inauguró en 1869, conmemoraba la llegada de las aguas del canal de la Durance a Marsella. Reunía en un mismo lugar el Museo de Bellas Artes, el Museo de Historia Natural, un parque botánico y zoológico. La rica decoración del edificio evoca la abundancia y la fertilidad que traen consigo las aguas del canal.Sus colecciones le han valido ser clasificado en la primera categoría de museos, entre otros nueve grandes museos de Francia.

En la parte más alta de la ciudad siempre se localiza la silueta de Notre Dame de la Garde, donde hay que subir preferentemente a la puesta de sol para contemplar el espectáculo de esta ciudad sureña desparramada, con la presencia constante del Mediterráneo. Porque para sentir Marsella también es imprescindible asomarse al mar, recorrer la gran avenida, la «corniche» del Presidente Kennedy, que luego continúa hacia ese espectáculo de roca y mar que son las Calanques.

Marsella al borde del mar

A lo largo de este bonito paseo que domina el mar desde la ensenada de los Catalanes hasta el Parque Balneario del Prado se pueden descubrir vistas magníficas de las islas del Frioul y el castillo de If. En el siglo XIX, los ricos comerciantes se construían casas magníficas de las cuales aún quedan muy buenos ejemplos. Están escondidas, protegidas de las miradas de los curiosos, en parques con una frondosa vegetación. Los ejemplos más notables son el Château Berger y la Villa Valmer.

Entre Callelongue y Port Pin, a lo largo de 20 kilómetros suntuosos acantilados blancos se desploman sobre el mar. Son las Calanques, esos dedos de esmeralda sumergidos en la roca que se formaron hace 12.000 años, cuando el nivel del mar subió hasta invadir los valles, tras un lento recalentamiento que siguió a los periodos glaciares. Las condiciones de fuerte sol, de viento y de sequedad, dieron nacimiento a una flora rica de unas 900 especies vegetales, de entre las cuales unas cincuenta están protegidas por la ley. También en sus acantilados anidan algunas especies de pájaros poco frecuentes y muy destacables: el águila de Bonelli, el halcón peregrino, el búho real….

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