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Las Médulas de León, capricho romano

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Camino hacia Galicia se alcanza un paraje único, al que siglos atrás habían llegado ya los romanos en busca de oro. Y lo encontraron dejando tras de sí un paisaje de extraordinaria belleza: Las Médulas. Antes de adentrarse en ese mundo de singular belleza, se puede visitar el Castillo de Cornatel, encaramado en un impresionante peñasco. A continuación el viajero encontrará el Lago de Carucedo. Las Médulas, paraje increíble, obra gigantesca de la ingeniería romana, para extraer el preciado oro. Aquí los romanos removieron millones de toneladas de tierra mediante el procedimiento conocido como «ruina montium». Montañas enteras quedaron reducidas a barro y oro que fue a engrosar las arcas del Imperio, según cuenta Plinio el Viejo.

Partiendo de Ponferrada hay que tomar la N-536 para dirigirnos a las Médulas. Después de atravesar Santalla y tomar el desvío para Villavieja, una estrecha carretera conduce, entre viñas y prados, al castillo de Cornatel, encaramado en un peñasco de piedra caliza. El amplio lienzo de muralla, en el que destaca la torre del homenaje, impide apreciar la verdadera naturaleza de este nido de águilas colgado sobre un enriscado de piedra caliza. Tras escalar hasta su entrada, bien definida, se accede a su irregular patio de armas y pudiendo asomarse al precipicio de Rioferreiros. Cerca de la entrada, a la derecha, quedan vestigios de lo que probablemente fue la capilla. Su historia se remonta a la Alta Edad Medio (siglo XI) en que se le conoció como castillo de Ulver. Desde comienzos del siglo XIII estuvo en manos de los templarios de Ponferrada hasta su disolución en 1.312. Después, y tras algunas reformas, pasaría a manos de los condes de Lemos y marqueses de Villafranca.

Las Médulas de León

Volviendo de nuevo a la N-536, la siguiente parada conduce al lago de Carucedo. Este lago tiene un perímetro de alrededor de 57 hectáreas, rodeado de abundante vegetación de encinas, castaños, sauces, juncos y cañaverales, en el que anidan gran número de variedades de aves. Sobre su origen se han vertido numerosas teorías, aunque hoy nadie duda de que surgiera como consecuencia del cierre del valle por los lavados auríferos de las Médulas.

Durante siglos, el lago perteneció a los monjes de Carracedo, del que extraían suculentas anguilas para su bien abastecida mesa. Al sur, por donde rompe en épocas de crecida para desaguar por el arroyo Valado, en el término de las Pedreiras, quedan restos de una villa romana, recientemente excavada. En la iglesia de Carucedo, de origen románico, se encuentra una custodia rococó (s. XVIII), una de las piezas de platería más importantes del Bierzo. En esta localidad se encuentra el desvío hacia Orellán. Su mirador, nos permitirá contemplar el conjunto de las Médulas desde arriba, obteniendo una amplia panorámica del conjunto, apreciando tanto los desmontes como la red hidráulica. Se dominan también desde aquí distintos asentamientos arqueológicos y se aprecia cómo van variando las especies vegetales a medida que se abandona el valle y se alcanzan las montañas. La panorámica, sobrecogedora de por sí (los barrancos tienen una profundidad de más de 100 m.), es especialmente bella y misteriosa a la puesta del sol.

Las Médulas de León

También desde el mirador observará a la derecha una amplia salida de bocamina. Se trata de una de las múltiples galerías excavadas en la montaña, por las que entraba repentinamente el agua provocando la erosión y el derrumbamiento de las masas aluviales, de las que se extraía el oro tras el consiguiente lavado de los lodos. Son 650 m. de longitud que puede recorres (es necesario una linterna), desde la entrada que se encuentra al pie del mirador. Este balcón natural es un lugar ideal para observar otros elementos que fueron fundamentales a la hora de acometer la explotación. Por ejemplo los canales, imprescindibles para trasladar el agua desde el nacimiento de los ríos. De ellos se aprecian restos en la parte alta del Monte Placías, situado al sudeste del mirador. Aunque hoy son casi imperceptibles, es posible apreciar tres sendas que no son sino el trazado final de canales de una longitud de varios kilómetros. Antes de ser introducida en las galerías, el agua se almacenaba en embalses cuyas compuertas se abrían en el momento oportuno para que el agua recorriera con fuerza los túneles a fin de ocasionar el derrumbe.

En las Médulas
Es posible llegar en coche hasta el mismo cuenco de la explotación; sin embargo, se recomienda hacer el último tramo (1,8 km.) a pie a fin de disfrutar más del entorno; el paseo entre los castaños, por ejemplo, resulta delicioso en cualquier época del año, especialmente en otoño. Precisamente, en esta época el acceso permanece cerrado al tráfico durante varios días (normalmente la segunda quincena de octubre) para facilitar a los lugareños las tareas de recolección de la castaña.
A 800 m. se divisa fácilmente un sendero, a la derecha, por el que se sube hasta el mirador de Orellán. Se trata de un agradable recorrido, a pesar de la pendiente existente. A la entrada de este mismo camino encontrará, a su diestra, una fuente donde saciar su sed antes de emprender la marcha.

Si continúa por la carretera, irá dejando a ambos lados senderos que le conducen a diferentes rincones, con vistas siempre sorprendentes de los diferentes aspectos de la explotación aurífera.

Llegados al final de la carretera asfaltada, desde donde se obtiene una visión general de los sistemas de explotación empleados, seguirá a pie por una empinada cuesta, situada de frente a la carretera, por la que se llega a la Cuevona y a la Cueva Encantada, dos bocaminas de una misma galería con una altura de casi 30 m., especialmente interesantes porque pueden observarse restos de la red hidráulica y derrumbes (posteriores a los romanos), que permiten obtener una imagen semejante a la que provocaría el sistema de explotación extensivo de la «ruina montium«. Este es también uno de los lugares del yacimiento donde mejor puede observarse el bosque de castaños, tanto silvestres como cultivados.

El oro
Desde el punto de vista geológico, el yacimiento aurífero de Las Médulas es de tipo secundario, lo que significa que el oro no se encuentra en filones o de forma masiva en la roca. Se trata de un «aluvión del Mioceno, formado por conglomerados a base de cantos rodados y arenas o arcillas«.

El contenido en oro o ley oscilaría desde 60-300 mg/m3 en los aluviones más profundos, hasta 20-100 mg/m3 en los más superficiales. La cantidad de oro extraído por los romanos ha sido uno de los aspectos más discutidos; de hecho, existen importantes diferencias según los autores. David Gustavo López habla de que «el total de oro extraído pudo rondar los 960.000 kg». En su opinión, se lavaron 240 millones de m3 de aluvión, con un contenido en oro de 1,98 gr/tonelada.

Tomando como referencia los datos aportados por Plinio el Viejo, Javier Villalibre obtiene la cifra de 1.635.000 kg en toda la zona noroeste (calculando 250 años de explotación); si Las Médulas representaban en torno al 50% del volumen general, «no es aventurado pensar que se extrajeron del orden de 800.000 kg.», sostiene. García Bellido, refiriéndose a las Asturias, calcula que se obtuvo un rendimiento de 1.500.000 kg: si se aplica de nuevo el porcentaje del 50% la cifra de oro extraído se situaría en torno a los 750.000 kg. Sin embargo, las últimas investigaciones apuntan a que se removieron 100 millones de m3 de aluvión, lo que significaría que el oro obtenido no pudo alcanzar cifras tan abultadas. El momento de mayor apogeo de la explotación se habría producido en la época de Trajano (finales del s. I, principios del s. II). El declive llegaría a partir del año 150 d.c., culminando con el abandono definitivo del yacimiento en los primeros años del siglo III, coincidiendo con las luchas internas por la sucesión del poder de Roma.De acuerdo con un reciente trabajo sobre la Zona Arqueológica de Las Médulas publicado por la Junta de Castilla y León, la explotación del oro está directamente relacionada con la creación por parte de Augusto de un sistema monetario basado en el «aureus».

La evolución y ritmo de la extracción del metal estuvo siempre condicionado por los cambios, necesidades de moneda y devaluaciones de ese sistema monetario, de forma que su crisis hacia comienzos del siglo III supuso el final de las labores mineras.

Antes de la conquista romana la Zona Arqueológica de Las Médulas estaba habitada por indígenas cuyo núcleo de población eran los castros. El Castrelín de San Juan de Paluezas es un ejemplo de lo que fueron aquellos poblados fortificados que se emplazaban en cerros más o menos aislados desde los que los indígenas divisaban fácilmente el entorno más inmediato y, en particular, sus tierras de cultivo.

La independencia era una de las características de los castros, de ahí que existiera una distancia considerable de unos a otros. Su población era autárquica y autosuficiente; y no sólo con relación a otros asentamientos sino incluso dentro de la propia estructura interna.

Otro de los castros prerromanos de gran interés es La Corona del Cerco de Borrenes, destruido seguramente como consecuencia de la ocupación romana. Conserva una importante estructura defensiva, foso y muralla, a lo largo de todo su perímetro. Es, además, un perfecto balcón para contemplar el valle de Borrenes y otros asentamientos humanos posteriores a la conquista. Algunos de ellos continúan presentando las características propias del castro prerromano; sin embargo, se aprecian los cambios significativos, sobre todo por lo que se refiere a una menor independencia dentro del territorio.

El nuevo esquema organizativo impuesto por los romanos hará que los asentamientos se diferencien de acuerdo con su funcionalidad: Cabuerco de Valdelobos, el Castro de Puente de Domingo Flórez o La Corona de Yeres acogieron la mano de obra minera por encontrarse más cerca de la explotación; El Castro Rupiano y el de Corporales estuvieron habitados por gentes cuya misión era el mantenimiento de la red de canales que conducían el agua hasta Las Médulas.

Según algunos autores, el Castro de Orellán no es tal castro sino uno de esos nuevos asentamientos con una función diferenciada, como demuestra el hecho de que estuviera dedicado a la producción metalúrgica.

Otros, como Las Pedreiras de Lago, albergaron a una población muy romanizada y seguramente vinculada a la dirección administrativa y técnica de las explotaciones auríferas.

La ordenación de las viviendas en torno a calles, los materiales empleados y los útiles hallados son solo algunos elementos que permiten hablar ya de «formas de vida plenamente romanas».

Las técnicas
La llegada de los romanos significó la introducción de sistemas de explotación más avanzados que la técnica empleada hasta el momento por los astures, centrada en la criba de las arenas de los ríos.

El método de «ruina montium» o «arrugia» descrito por Plinio corresponde a un sistema de explotación extensivo (hoy denominado cortas de minado) que fue el empleado de forma mayoritaria en Las Médulas. El agua se canalizaba desde el nacimiento de ríos y arroyos transportándola a depósitos («piscinae» o «stagna») situados en la parte alta de la montaña hasta llenarlos.

En el momento oportuno, el agua se soltaba repentinamente y a su paso por las galerías abiertas en las entrañas de la montaña se conseguía la erosión y el derrumbamiento de las masas aluviales. La fuerza hidraúlica continuaba actuando, tras el derrumbe, arrastrando la masa hacia los canales de lavado, las «agogae». Los estériles más gruesos se eliminaban antes de penetrar en los canales (eso explica los enormes montones de cantos rodados, denominados «murias», que se ven en todo el entorno) y los estériles más finos se encauzaban por los canales de evacuación hacia los conos de deyección de estériles o colas de lavado.

De acuerdo con la descripción que hace Plinio, las «agogae» estaban hechas con gradas y cubiertas con tojo. «El arbusto es semejante al romero, áspero y capaz de retener el oro. Cierran los laterales con tablas y depositan estos matojos en sus escaleras (…) Se hallan así masas que pesan más de diez libras (…) Después el tojo se quema, lavándose su ceniza sobre un césped de hierba abundante para que allí se retenga el oro«.

Así pues, el paso previo para conseguir que la montaña se viniera abajo era la excavación de galerías interiores lo que, sin duda, requirió la presencia de técnicos cualificados. Prueba de ello son las conclusiones que se han extraído del estudio de las dos que aún se encontraban en proceso de excavación en el momento de abandonar la explotación: la de Orellán y la de Yeres. Tras el análisis se ha podido saber que las dimensiones que presentaban antes de ser sometidas a la erosión continuada del agua variaba entre los 110 y 190 centímetros de altura y el ancho oscilaba entre 100 y 150 centímetros. La forma ovalada de los túneles pretendía conseguir estabilidad durante la excavación a la vez que resistencia para que se produjeran amplias secciones antes de llegar al desplome de los aluviones.

Más sorprendente es el hecho de que los romanos aplicaran un principio físico que no se enunciaría hasta el siglo XVIII: al trazar las galerías con sucesivos ensanchamientos y estrechamientos conseguían disminuir la velocidad del avance del agua con un inmediato aumento de la presión.

El resultado final fue la creación de un auténtico laberinto en las entrañas de la montaña. Primero se excavaba un túnel principal a partir del cual se iban abriendo otras galerías secundarias que desembocaban en el primero. El «ruina montium» se alternó en otros sectores con «sistemas basados simplemente en la fuerza erosiva y de arrastre del agua arrojada desde depósitos situados en lo alto de los frentes de explotación». Es el caso de La Rebolar (sobre el pueblo de Carucedo), La Furnia y El Couso.

En diferentes puntos situados al norte y al oeste del pueblo de Las Médulas se aplicaron «sistemas de explotación selectivos exclusivamente sobre los niveles más ricos del aluvión». La explotación de Las Médulas tal como se realizó no hubiera sido posible sin agua en abundancia. Para procurársela, los romanos construyeron una «infraestructura hidraúlica de gran envergadura» basada en una red de canales o «corrugi» que captaban el agua en el nacimiento de los ríos y arroyos existentes en las vertientes septentrionales y meridionales de los Montes Aquilianos. Llegaron incluso a trasvasar agua de la cuenca del Duero a la del Sil.

En total, 325 kilómetros de canalización, excavada en su mayor parte sobre roca, por la que se conducía el agua hasta los depósitos de distribución y explotación («piscinae» o «stagna»).

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