Las Ermitas de Córdoba, desde lo más alto de Sierra Morena, contemplan una ciudad, que, como muy pocas, ha sabido atesorar y conservar muestras de su riqueza artística e historia.A tan sólo veinte kilómetros de la ciudad, en las faldas de Sierra Morena, el lugar conocido como las Ermitas acoge una muestra de trece humildes viviendas que en otros tiempos fueron habitadas por personas que apostaron por el recogimiento y la autenticidad espiritual.
Hoy, las ermitas continúan teniendo su sentido. Rodeadas de un misterioso silencio y deshabitadas, se dejan ver con el fin de mostrar el ambiente en el que según cuenta la historia hubo hombres que, abandonando todo, aquí encontraron el mejor refugio.
El aspecto de los ermitaños era de una dureza relativa. El hábito tenía el color de la arena quemada, con arrugas por todas partes, pesados, anchos y molestos. Un ancho cinturón de cuero para dar una forma irregular a la tela. Sobre él un escapulario y encima la capucha que completa la armadura. La barba ancha, desarreglada, maciza y de color gris.
Hoy, las ermitas continúan teniendo su sentido. Rodeadas de un misterioso silencio y deshabitadas, se dejan ver con el fin de mostrar el ambiente en el que según cuenta la historia hubo hombres que, abandonando todo, aquí encontraron el mejor refugio
El Paseo
Desde la entrada, una senda cubierta de cipreses lleva hasta la capilla y a los diferentes caminos de las ermitas. Este camino fue construido para guiar a los fieles que se acercaban a la capilla y así evitar que fueran a parar a alguna de las ermitas, con el consiguiente desvelo de los hermanos. Una cruz negra y blanca marca la entrada al camino que da acceso a las ermitas. A sus pies, un nicho cerrado por una reja guarda una calavera con una inscripción: «Como te ves yo me vi,/Como me ves te verás./Todo para en esto aquí,/Piénsalo y no pecarás.
El camino de la derecha lleva a la puerta principal de la ermita mayor. El de la izquierda, adornado con flores, va a parar a la capilla y al cementerio. Desde este punto se pueden observar la mayor parte de las ermitas, que asoman entre los árboles.
Subiendo por el camino de la izquierda, por un paseo cubierto de palmeras, se encuentra la ermita de la Magdalena, que aún conserva el cayado y la cama, así como otros objetos utilizados por los ermitaños que ocupaban este espacio antes de morir. Tiene doce nichos, que, una vez cerrados, se blanqueaban y se cerraban sin hacer ninguna referencia escrita al fallecido. Sorprende el hecho de que siempre haya una sepultura abierta, como a la espera de otro fallecimiento.
En el vestíbulo de la capilla existe otro nicho con la calavera del hermano Juan de Dios de San Antonino y también otras urnas con imágenes y un nacimiento. La iglesia, de pequeñas dimensiones, es de cruz latina, con cúpula y pavimento de mármol. Tiene tres altares. El altar mayor, obra de principios de siglo, tiene en lo alto un cuadro de la Virgen de Belén enmarcado en plata. En el crucero hay dos altares, uno en honor a San José y el otro dedicado a San Pablo y San Antonio Abad. Por detrás del altar mayor está la capilla que era utilizada por los ermitaños como sala Capitular.
Antes de la vuelta, es indispensable acercarse al mirador, donde se encuentra la esbelta imagen del Corazón de Jesús, con excelentes vistas de la ciudad.