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La ermita de Santa Cecilia, sencilla joya mozárabe

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Solitaria sobre la redondeada cresta de una pequeña loma, la ermita mozárabe de Santa Cecilia añora antiguos tiempos en los que era más frecuentada. Hoy, apenas le queda enseñorear la delicada y extraña belleza de su mínimo conjunto frente a los dorados campos de cereal que pueblan la llanura burgalesa. Y, sin embargo, el paisaje no puede ser mejor, pues se compone de agua, arboleda, restos de un puente romano, roca, ermita al borde del peñasco con su pórtico de cinco arcos y vetusta torre desafiando las recias inclemencias de Castilla.

 

La ermita burgalesa de Santa Cecilia es una de las escasas veintiuna iglesias mozárabes diseminadas por la Península Ibérica. Asentada en un ancho y austero valle de la meseta castellana, a pesar de sus reducidas dimensiones y su aparente sencillez, el templo está considerado como una joya histórico-artística del siglo X, comparable, en la provincia de Burgos, a Quintanilla de las Viñas (siglo VII), monasterio femenino hasta el año 1038, y Santa María de Retortillo (siglo X), antiguo cenobio añadido en 1043 por Fernando I al de San Pedro de Arlanza y, hoy, granja llamada Retortillo.

Quizás, el origen de tal apreciación sea el propio entorno, pues la ermita preside un valle flanqueado por altas montañas, unas semipeladas, otras vestidas con discreta vegetación, donde se alternan enebros y encinas, tomillo y espliego con los campos de cereal, mientras el horizonte se quiebra con el diseño de las lomas de Cervera y de los montes de Gustar. Mientras, a sus pies, corre, bajo una roca cortada a pico, el antiguo río Ura (agua, en vascuence), hoy Mataviejas, y, cerca, tan sólo restan Santibáñez del Val y Barriosuso, pequeños pueblos que compiten con la proximidad monumental de Santo Domingo de Silos.Acaso por ello, no es casualidad que la historia de la ermita esté íntimamente ligada a su emplazamiento. Hacia el sur, donde se dibujan las peñas de Cervera, existió, en periodo romano y godo, una población llamada Tabladillo, cuyos mejores vestigios arqueológicos (una colección de cerámica hispano-romana, una punta de lanza y trozos de mosaicos) desaparecieron en el incendio que asoló el templo el 21 de septiembre de 1970.

Aún, se conserva un trozo de fuste romano y una lápida funeraria del siglo II. Hoy desaparecido, Tabladillo, cuyo nombre deriva de tábula o tábola (en latín, recuadro de tierra plantado de hortalizas o de árboles), llegó a ser villa y municipio en el siglo II. La villa equivalía a una ciudad principal o libre que se gobernaba por sus propias leyes y cuyos vecinos disfrutaban de los privilegios y derechos de Roma.

El lugar llegó a tener alfoz o partido territorial y trece granjas o poblaciones bajo su dependencia durante los siglos X, XI y XII. Estas fueron dadas al monasterio de Silos por Alfonso VII y su madre, la reina Urraca, el día 21 de julio de 1125. En comparación a lo que fue aquélla, Barriosuso no pasa de ser una aldea menuda, acurrucada tras las peñas de Tejada y de Cervera, donde el aire huele a honrosa sencillez de hombres acostumbrados a vivir de la generosidad de la tierra y del ganado.De aquel tiempo, se conserva, junto a la ermita, los restos de un puente romano de un solo arco, testimonio de las calzadas que atravesaban estas tierras, destacando la que pasaba al sur de la ermita. Era una ramificación de la que llevaba de Clunia a Cantabria, por Arauzo de Miel, Hortezuelos, Hinojar de Cervera y este valle, donde se bifurcaba. Entonces, un ramal corría a Contreras, Barbadillo del Mercado, Lara, Palazuelos de la Sierra y tierra de Juarros y, otro, partiendo de la ermita y por el valle de las Naves, cruzaba por Nebreda, Lerma, Zael, Estepar, Isar y Argaño, hasta enlazar, ambas, con la de Astorga.

También en época romana, el altozano donde hoy se levanta la ermita estaría ocupado por una torre o atalaya que velaba por la seguridad de los viajeros. Algunas de éstas fueron destruidas. Otras, en cambio, se convirtieron en santuarios o ermitas.

 

Recuerdo único
El documento más antiguo donde aparece la ermita de Santa Cecilia es un diploma del 29 de septiembre de 924, según el cual Rodrigo Díaz y su esposa, Justa, emancipan de su autoridad el monasterio de San Juan de Tabladillo y marcan los límites del coto del cenobio. Su origen mozárabe, sin embargo, se debe a la constante emigración de esta etnia desde Andalucía hasta Castilla, en busca de seguridad y defensa. Su influencia pesó en todos los órdenes de la cultura: económico, social, artístico y religioso. Desde su construcción, la ermita de Santa Cecilia sirvió de iglesia parroquial de Tabladillo, asistida continuamente por un monje. Pero, a fines del siglo X, la ermita sufrió las incursiones de Almanzor y estuvo a punto de perderse. Una vez reconstruida, vuelve a ser mencionada en un documento del 29 de diciembre de 1041, por el que Fernando I, por solemne escritura, unió las posesiones del monasterio de San Juan de Tabladillo a la abadía de San Pedro de Arlanza. Estos datos infieren que, durante la alta Edad Media, la ermita funcionó como una pequeña catedral y punto de convergencia de las iglesias del entorno: San Juan Bautista de Santibáñez del Val, San Pelayo de Barriosuso, San Martín de Requejo, Nuestra Señora de las Naves y el mismo Silos. Curiosamente, de las muchas ermitas que surgieron en estos siglos en el valle de Tabladillo, la de Santa Cecilia es la única que se conserva.

Tras pasar, en 1041, a propiedad de San Pedro de Arlanza, en 1125, pasó a depender jurídicamente de Silos. Dependencia confirmada el 30 de abril de 1433 en un acuerdo entre ambos monasterios y mantenida hasta la desamortización de 1835. Por ello, son los monjes de Silos, quienes se han ocupado de la parroquia de Santibáñez del Val y de Barriosuso, de la que depende eclesiásticamente la ermita, quienes, desde 1940, siguen prestando la labor pastoral.

Bella simplicidad
Dos construcciones conjuntas se distinguen perfectamente en la ermita de Santa Cecilia. Una, la nave con su capilla y el ábside cuadrado sobre el que se levanta la torre. Otra, la galería porticada del muro meridional de la nave.

Aunque no es una creación típicamente española, los pórticos se extendieron con prontitud por la meseta castellana entre los siglos XII y XIII. Así, no es extraño encontrarlos en las provincias de Burgos, Soria, Guadalajara, Segovia y Avila. Destaca por su funcionalidad, pues bajo ellos se desarrollaba la vida corporativa en tierras de frío intenso y de lluvia. Allí, se reunían los vecinos para tratar asuntos de interés, mientras esperaban la celebración de los oficios divinos o una vez terminados.

La galería de Santa Cecilia mide veintinueve metros cuadrados y está construido en piedra de sillería, de medidas normales y simétricas. Aún se ven en algunos sillares las firmas de los canteros. Consta de cinco arcos de medio punto, sin capiteles, apoyados sobre pilastras en lugar de columnas. El mayor y central ha sido rebajado, mientras que los dos de cada lado, más pequeños, están ligeramente peraltados. Las pilastras de éstos arrancan del pretil y lucen, como adorno, una sencilla imposta. Al exterior, una pequeña cenefa ajedrezada forma arquivoltas de medio punto, siguiendo el diseño de los arcos.

El único vestigio escultórico realmente representativo de la ermita, tras sucesivas restauraciones, es, sin duda, la portada. Se trata de un bello ejemplar de estilo románico elaborado con esmero, pero de relieve casi plano, datada en la segunda mitad del siglo XII. En el mismo muro, hay dos ventanas a modo de saeteras, con arco de herradura y con derrame interior, del siglo X. Sirva, en este punto, la descripción de la portada de Toribios y Saiz: «Fórmanla dos arcadas concéntricas, cuyas jambas no tienen otro adorno que una especie de estría triangular y un grueso baquetón en sus aristas. Por la imposta serpea un tallo con hojas en las sinuosidades. Las estrías y los bocelones continúanse en el arco formando la arquivolta, que en su anillo interior está además adornada con una greca compuesta de tallos. Estos se cruzan a manera de ochos y en sus centros aparecen delicadas florecillas cruceiformes. El anillo exterior de la arquivolta es el más elegante y lleva esculpidas lindas palmetas. El intradós del arco más ancho tiene un gracioso adorno a modo de encaje formado por una serie de menudos semicírculos tangentes semejando finos pétalos. Todos estos adornos tienen muy poco relieve, pero están trazados con una perfección de línea verdaderamente admirable por lo delicado y correcto».

La nave es la construcción más antigua. La planta es basilical, sencilla y modesta: una sola nave rectangular de 8,37 por 4,37 metros y un ábside de apenas dos metros de lado. Los muros son de piedra de sillería y sillarejo. Una ventana en el muro occidental se abrió en la restauración de 1889. El ábside tiene dos ventanas: una menuda, de doble derrame, mira al mediodía, y otra, hacia oriente, descubierta al interior en la restauración de 1974. Delante, la imagen de Santa Cecilia descansando sobre un canecillo. Es una talla policromada, reproducción de la robada el 13 de julio de 1984.

Un arco de herradura claramente mozárabe une nave y ábside. Encima de las dovelas superiores hubo, hasta 1974, una piedra saliente que llevaba vaciada una cruz y que, ahora, está en Silos. Los monjes benedictinos incrustaron dos trozos de piedras semicirculares en los muros laterales del ábside en 1889. Están tallados a bisel y el adorno lo forman una serie de triángulos que semejan estrellas. El techo, rehecho en 1889, se compone de hermosas vigas magistralmente distribuidas, mientras que el ábside se cubre con una cúpula de media naranja donde se abren dos orificios que sirvieron para tocar alguna campanilla para anunciar la hora de los oficios.

El interior apenas alberga ningún objeto, excepto los bancos para las misas y la talla de Santa Cecilia. Además, la sobriedad es la nota dominante, sin ningún adorno superfluo y escasas piedras talladas. Se hecha en falta, acaso, una pila de agua bendita que se encuentra en Silos. Notable por su antigüedad y escultura, la pila está labrada en un sillar cuadrangular. En los cuatro costados muestra una decoración de hojas y triángulos a bisel. La decoración es idéntica a la que presenta una estela funeraria de Lara datada entre los años 130 y 200. El sillar ha sido vaciado dos veces para recibir el agua bendita que llenó de plegarias la sencillez y belleza de este templo olvidado.

Santa Cecilia, patrona de los músicos
Santa Cecilia es una de las vírgenes mártires que más pronto recibieron culto en la primitiva iglesia de Roma, tras sufrir tortura alrededor del año 230, en tiempos del emperador Alejandro Severo. De su vida, aunque se carece de testimonios históricos, existe una extensa relación en las Actas martiriales, escritas a fines del siglo V o principios del VI, que contienen la Passio Sanctae Caecilae.

Según la tradición, Cecilia, noble cristiana romana, fue obligada a casarse con Valeriano, un distinguido joven pagano. Mas, la que luego fue santa le advirtió la misma noche de bodas: «Cuídate muy bien de tocarme porque tengo un ángel encargado de velar por mi virginidad». Ante tal declaración, Valeriano prometió creer en Cristo si veía al ángel. Para ello, su esposa le mandó bautizarse, tras lo cual pudo contemplar junto a ella la figura de un joven bellísimo que brillaba y sostenía dos coronas de rosas y de lirios para ornar las sienes de ambos. Valeriano aceptó la nueva fe y convirtió a su hermano Tiburcio. Luego, Cecilia les alentó a sufrir el martirio. Ella misma recibió orden de sacrificar a los dioses o sería ahogada en el baño de su casa. La santa soportó tormento durante tres días, hasta que un lictor le cortó la cabeza.

El culto a la santa no tardó en aparecer. Su nombre entró en el canon de la misa, en martirologios y sacramentarios. El relato de las Actas suministró los temas del oficio litúrgico del 22 de noviembre. Aún hoy, la liturgia conserva dos exquisitas antífonas que expresan los rasgos de la virgen: su celo por ganar almas para Cristo y su predilección por el Evangelio que leía todos los días y apretaba siempre contra su corazón. En 821, el papa Pascual I restauró la basílica que, bajo su advocación, existía en el Transtévere desde el siglo IV y llevó a ella los restos de la mártir desde el cementerio de Calixto. En 1559, siendo papa Clemente VIII, se abrió el sarcófago y se reconoció oficialmente las reliquias.

En España, se la veneraba ya en época visigoda, pues su fiesta aparece en el oracional tarraconense. Su nombre está en la lista de mártires (siglos V-XI), aunque la liturgia romana no se estableció en Burgos hasta 1080 ó 1085. Mas, el nombre de la mártir está en el Antifonario de León, de la primera mitad del siglo X. Es muy probable que la festividad de Santa Cecilia se celebrase ya en tiempos visigodos en la pequeña capilla.

Al fin de la Edad Media, debido a la interpretación un poco arbitraria de un párrafo de las Actas, se considera a Santa Cecilia como patrona de los músicos y de los organistas. Entre los acordes de las orquestas, dicen las viejas Actas, mientras resonaban órganos y cítara, Cecilia cantaba, a solas: «Que mi corazón y mi carne permanezcan puros, o Señor, y que no me vea confundida en tu presencia». Así, a Santa Cecilia se la representa de varias formas: con la palma del martirio; con el libro del Evangelio junto a su corazón; con una corona de rosas y, desde el Renacimiento, con instrumentos musicales, especialmente el órgano, o con una lira en la mano.

Cómo llegar
Desde Santo Domingo de Silos en dirección a Lerma o Covarrubias, a pocos Km y a mano izquierda un cartel señala la dirección de una ermita del Siglo X – XII. Apenas a unos Km por una carretera estrecha pero con buen asfalto nos encontraremos con la ermita de Santa Cecilia pequeña, enclavada en un alto, en un bellísimo lugar al lado de un río.

La Ermita de Santa Cecilia se asienta en el valle de Tabladillo, a la vera del río Mataviejasen un bello, espectacular y recondito paraje. Junto a la ermita perduran los restos restaurados de un puente romano que formaba parte de una calzada romana que atravesaba el valle procedente de la lejana Clunia.

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