El Museo de juegos tradicionales confirma que la universalidad del juego es evidente y ni tan siquiera es exclusivo del ser humano: los animales también juegan. Del mismo modo, cuanto más básica es la actividad del hombre, más amplio es el común denominador y menores los rasgos diferenciadores. Por ello, los juegos tradicionales pertenecen a un modo de vida concreto; surgen en el medio rural frente a otros de distintos entornos y su transmisión, de generación en generación, ha sido oral.
Profundizar en la esencia de los juegos tradicionales, implica analizar una serie de aspectos intrínsecos, como las distintas formas de relaciones humanas que se establecen (roles, género, laborales). En la sociedad rural es imprescindible un reparto de roles entre sus miembros que parte desde el núcleo familiar. Roles que dependen del sexo y de la edad.
En el medio rural, chicos y chicas se incorporaban a la actividad laboral a edades muy tempranas, entrando en el mundo de los adultos sin completar el desarrollo físico e intelectual y aceptando tareas que proponen otros roles distintos a los adquiridos. Así, ellas, en su papel de cuidar niños de menor edad, retomaban juegos aprendidos en su propia infancia, creándose un circulo que sólo se rompía con la incorporación de las niñas a los juegos de mujeres (birllas, bolos, quilles…). Ellos, al trabajar fuera del hogar, se sentían más independientes y veían los juegos con los que se divertían fechas atrás como cosas de críos. Una simple navaja, fumar con una rama de fumaque o decir alguna palabrota en presencia del padre les hacía sentirse mucho más maduros.
Además, el cuerpo cobra suma importancia, ya que de él depende la actividad física y los resultados directos de la productividad, patrimonio del sexo masculino, pues la aportación de la mujer ha sido fundamentalmente reproductora. En los primeros años de vida, los individuos aprenden y se preparan para su etapa adulta y el juego supone una representación del mundo de los adultos en la vida real. Así, el rito de movimientos y comportamientos motores se apoya en un ritual de lenguaje, formando una unidad indivisible la palabra con la acción motriz. La puesta en escena del juego tradicional no se consume como un simple juego de animación.
La edad y el sexo son factores determinantes a la hora de jugar. El niño adopta el juego como actividad normal y cotidiana, importante para su desarrollo y para adquirir el dominio de nuevas habilidades y destrezas. Por ello, el tipo de juego varía a medida que el niño crece Por el contrario, la familia rural tenía en la mujer una mano de obra valiosa y polivalente. Cuando las faenas del campo lo requerían, era un jornalero cualificado, sin desatender las labores propias de su sexo y condición y el cuidado de los animales. La mujer no tenía tiempo material para disfrutar del exterior (bar, frontón, ferias…), de unas calles que implican comunicación, diversión o descanso. Pero su uso temporal rara vez está unido a la inactividad, pues, allí, la mujer justifica su descanso y las relaciones entre sí mediante un trabajo útil para el grupo familiar o con el juego colectivo.
Las puertas de las viviendas, las placetas soleadas, los cuartos de una casa en el invierno, las puertas de la iglesia son los lugares frecuentados para el juego. El riesgo físico en los juegos femeninos es muy relativo o casi nulo y, además, la mujer en muy pocas ocasiones juega individualmente. Casi siempre busca, por lo menos, el apoyo de otra jugadora, siendo habitual equipos de tres, cuatro o cinco cada uno. Los lazos de vecindad priman sobre la amistad a la hora de formar los equipos e, incluso, adoptan el nombre de la calle en la que se juega. La relación entre las jugadoras se mantiene toda la vida, hasta el punto que, en algunos juegos por parejas, si una jugadora fallecía su compañera no volvía a jugar.
Los elementos del juego se elaboran con trozos de madera salvados de la lumbre a los que se afilaba la punta o se les hacía un sencillo adorno. La competencia y la territorialidad del juego hizo que los adornos se complicaran y enriquecieran, como seña de distinción entre los grupos o corros de juego: las birlas más bonitas eran las de la puerta El Arrabal. Juegos practicados a lo largo de la vida con regularidad, transmitidos ritualmente mediante la oralidad y la enseñanza activa: corridas de cántaros, de roscaderos, bolos, adivinanzas, de memoria, canciones y leyendas, etc.
El progreso
Por su parte, el hombre emplea el juego como oportunidad de comparar sus actitudes con otros, avanzando en su escalafón social de tener éxito. De esta manera, se introducen actividades de labor en otros medios, con infinidad de tratamientos diferenciados. Pero, en todas, hay un factor común predominante: la técnica, la forma de trabajar, los movimientos, las posiciones… se aplican al juego. El propio trabajo se convierte en el lugar donde realizar demostraciones durante los descansos en la jornada. La importancia de estas actividades fue tal que no tardaron en rebasar el ámbito laboral y pasar a las plazas públicas. Pronto, aparecieron retos, piques y apuestas entre participantes y curiosos y coplas y jotas que cantaban las hazañas de los más diestros.
La unión de los binomios medio-herramienta y faena-técnica ofrecen la base de los juegos de hombres. La demostración de ciertas habilidades en la jornada laboral inician a los hombres en el rito del juego. Los juegos elegidos dependen, en un principio, de su ocupación laboral: un molinero levantará sacos; un pastor preferirá juegos de habilidad o puntería… Al primero, se le valora su fuerza y, al segundo, su acierto, empleando para jugar utensilios de uso diario. Sólo en algunos juegos de puntería (palistro, birlos, hoyetes, rana) se emplea material específico fabricado artesanalmente para tal fin, apareciendo el aspecto lúdico del juego.
Sin embargo, el éxodo rural, la mecanización del campo, el asfaltado de las calles o el aprovechamiento cualitativo de la tierra favorecen la desaparición de ciertas tareas, cayendo en detrimento la valoración del cuerpo, la especialización laboral y la técnica de trabajo. Cambios que relegan al olvido los juegos que tienen su origen en el trabajo y que se sustituyen por los juegos de puntería o azar, adaptados a la comodidad del casino o del bar, sobre todo en invierno, mientras los juegos expuestos a la intemperie siguen siendo patrimonio del sexo femenino.
La aparición de los regionalismos hizo que, a mediados de los años setenta, se recuperen los juegos que puedan ser seña de identidad y que se puedan encuadrar bajo la denominación de autóctonos. Así, se recuperan técnicas de juego reglamentado y se unifican posibles variantes, originando la deportivización de los juegos tradicionales. Sin embargo, esta recuperación, al realizarse en un medio distinto al que dio origen a la actividad, busca aspectos sustitutorios incurriendo muchas veces en soluciones inadecuadas: unificación de pesos y medidas, aparición de entrenamientos específicos, marcas… Cambios que convierten los juegos en poco accesibles para la mayoría e impide la promoción necesaria.
Por todo ello, el Museo de Juegos Tradicionales de Campo nace con el objetivo de investigar, conservar y difundir una parcela del patrimonio cultural en trance de desaparición o modificación. La perspectiva ofrecida en el Museo de Campo presenta la originalidad de ser un museo que reconstruye la sociedad tradicional a través del ocio: muestra cómo se divertían hombres, mujeres y niños del mundo rural. En este momento, el museo cuenta con un fondo de alrededor de dos mil piezas pertenecientes a 150 juegos, fondo que se continúa incrementando con donaciones provenientes de muy diversos puntos de la geografía española y europea. Una parte importante de la colección corresponde a juegos aragoneses, pero el museo cuenta con una nutrida representación de otras comunidades autónomas y de otros países europeos, como Francia, Bélgica o Inglaterra.
Respecto a los tipos de juegos, destacan los que contaban con piezas específicas, ya que muchos se jugaban con objetos cotidianos como boinas, palos o piedras. Las fórmulas orales o códigos gestuales también se han recopilado y documentado. En número, destaca el tradicional juego de bolos (con distintos nombres), del que se han recopilado infinidad de piezas, pero asimismo existe toda una gama de juegos de fuerza (barras y otros lanzamientos), habilidad (picotas, estornijas), puntería (hoyetes) y muchos más, jugados por niños, mozos y adultos de ambos sexos. Por último, destacan algunos ejemplos por su valor material y estético, como la rana de Barbastro del siglo XIX; las peculiares chaves gallegas; un miche jaqués del siglo XVII (curiosa pieza en forma de mono perteneciente a un juego de bolos); el regatón canario (pértiga de cuatro metros usada por los pastores para salvar desniveles) o la francesa boule forte, juego de puntería practicado en las bodegas de las gabarras del Loira en el siglo pasado.
El Museo de Juegos Tradicionales de Campo
El museo está situado en la parte este del pueblo, en una zona ocupada por construcciones destinadas primitivamente a usos agropecuarios (pajares, establos, etc.), que han conservado sus características estéticas tradicionales. El emplazamiento une a sus valores arquitectónicos y estéticos una situación privilegiada sobre la carretera de Benasque y el Esera, que permite unas magníficas vistas.
El edificio consta de tres antiguos pajares rehabilitados y unidos entre sí. Son construcciones agrícolas tradicionales, con muros de mampostería de piedras irregulares redondeadas y cubierta de teja árabe. La rehabilitación ha buscado la armonización del edificio con el entorno urbanístico, manteniendo la forma y el tamaño de los edificios, sus materiales y características. En la actualidad, el edificio cuenta con cuatro salas destinadas a exposición permanente; una sala de exposiciones temporales, terraza/patio de juegos, biblioteca/centro de documentación y diversos espacios de uso interno.
La exposición presenta una muestra significativa de los fondos del museo, acompañados de paneles informativos y abundantes dibujos y fotografías antiguas y modernas que permiten contextualizar las piezas y mostrar cómo se utilizaban. La muestra incide en la visión etnográfica del juego tradicional, es decir, intenta hacer ver, a través de los juegos, diversas facetas de la sociedad rural. Se trata de responder a quién, dónde, cuándo, cómo y por qué se jugaba. De este modo, la exposición se estructura, de forma paralela al ciclo de la vida, en los siguientes apartados:
1.- Juegos de niños (sala 1, planta baja).- muestra los recursos usados por niños y niñas del mundo rural ante la carencia de juguetes y cómo los construían valiéndose de objetos desechados por los adultos o tomados del entorno. También se enseña la temprana separación sexual en materia de diversiones o cómo se imita a los adultos.
2.- Juegos de mozos y mozas (sala 1, planta baja).- ante la radical separación de los sexos a partir de la adolescencia, chicos y chicas buscan diversiones, como las carreras de cintas, que les permitan relacionarse escapando del férreo control de la sociedad.
3.- Juegos de mujeres (sala 2, planta baja).- el único juego practicado por la mujer rural en sus escasos momentos de ocio han sido los bolos. De ellos, se presenta una selección procedente de varias comunidades autónomas que permite conocer la función social de este juego y sus connotaciones de carácter sexual, de juego iniciático, etc.
4.- Juegos de hombres (salas 3 y 4, primera planta).- más numerosos y variados, se realiza un recorrido desde el ocio cotidiano (juegos de pelota y de puntería: tejos, llaves, hoyetes, rana y las variantes de bolos) hasta todos los que se practicaban sólo en fiestas: lanzamientos, arrastres y levantamientos de piedras o talegas, luchas, carreras…
El centro cuenta con otros servicios y actividades que giran, básicamente, en torno a la investigación y la difusión. En cuanto a la primera, además de la biblioteca y el centro de documentación, está previsto realizar cursos, seminarios y congresos. Respecto a la divulgación, el Museo de Campo ofrece visitas guiadas para escolares, publicaciones y diversas actividades de animación.
Campo
La localidad de Campo esta situada a orillas del río Esera, en un valle enmarcado por las altas cimas del Turbón (2.492 m) y el Cotiella (2.912 m). Su privilegiada ubicación en la zona central de la Ribagorza le convierten en un excelente punto de partida para realizar numerosas rutas pirenaicas y practicar gran cantidad de deportes (piragüismo, pesca, marcha, travesías, parapente, orientación, escalada , etc.), además de poseer un rico patrimonio monumental, destacando abundantes muestras de arquitectura románica.
Por otra parte, Campo, cuyos aproximadamente cuatrocientos habitantes viven de la ganadería y del sector servicios, conserva costumbres y tradiciones características que dotan al propio casco urbano de una sorprendente gama de contrastes: artesanos tallando madera y mujeres tejiendo en los balcones o jugando a las birllas en bulliciosos grupos en calles y plazas.
Además de las empresas destinadas al ocio y los deportes de aventura existentes en la localidad, el ayuntamiento dispone de una serie de instalaciones destinadas a satisfacer las necesidades de sus visitantes.
Museo de Juegos Tradicionales. Calle Pallarez, 22450 Campo, Huesca
http://www.patrimonioculturaldearagon.es/bienes-culturales/museo-de-juegos-tradicionales-campo