La pequeña aldea de Sortelha se aparece entre la bruma del alba encaramada en una estrecha cima de la Serra da Opa. Según levantan las nubes, el horizonte se amplía paulatinamente, tan sólo recortado por la esbelta torre que ha crecido sobre las gruesas rocas de la montaña. El verde musgo se ha encargado, con el paso de los siglos, de sellar las artificiales uniones de piedras y edificios haciendo difícil distinguir entre unas y otros.
Los enigmas de Sortelha apenas se desvelan cuando el sol logra imponer su luz a la persistente niebla serrana. Aldea antigua, de origen hispanoárabe, permanece aislada (hasta ella llega una carretera preñada de vueltas y revueltas) y envuelta en un halo misterioso del cual no escapa ni el castillo roquero, ni los perfiles de las rocas, ni tan siquiera su propio nombre.
De hecho, existen dudas sobre el verdadero origen del topónimo Sortelha. Para unos, refiere una hermosa sortija. Para otros, designa la sortela utilizada en un antiguo entretenimiento de los caballeros medievales consistente en ensartar la lanza en un anillo. Y, para unos terceros, el sortel es un anillo de pedrería al cual se le atribuyen poderes, sortilegios y hechicerías. Quizás, éstos últimos estén relacionados con las muchas leyendas que se cuentan sobre una anciana cuyo perfil se dibuja en las rocas que se ven desde la entrada superior de la fortaleza. Quizás, tengan mucho que ver con el mismo castillo, la primera fortificación roquera edificada a este lado del Côa, en el concejo de Sabugal, a una altitud máxima de 786 metros, rodeada de extensos bosques de pinos, olivos y castaños.
Sortelha fue lugar habitado por pueblos primitivos, Castro Lusitano y, posteriormente, romanizado. Pero, más que la belleza, los distintos pueblos que habitaron estas piedras buscaban soluciones estratégicas: la situación de la aldea posibilita largas perspectivas, es fácil avistar el acercamiento de enemigos y los enormes roquedos, llamados barrôcos, proporcionan un buen abrigo. Avisado de todo ello, Sancho I aprovechó la construcción original, reconstruyéndola y aumentando su tamaño en 1187, dándole su actual forma. Fue el inicio de la época de esplendor de la aldea que consiguió fueros en 1228, concedidos por Sancho II. También los monarcas Dinis, Fernando y Manuel continuaron las obras militares. Este último, restauró el castillo, mandó gravar sus armas y erigió el Pelourinho o picota.Fueron buenos momentos para Sortelha, cuando, empleando la misma piedra sobre la que se asienta el castillo, crecieron sus pocas casas, adaptándose a lo escarpado y rocoso del terreno, en el interior de la recia muralla. Por unos motivos o por otros, las calles se hicieron estrechas y pendientes, interrumpidas, en ocasiones, por las grandes rocas de la montaña o continuadas con escalones tallados, a pico, en la misma piedra.
En la actualidad, la antigua villa, utilizada como sede del concejo hasta 1885, se encuentra totalmente cercada por murallas. Se accede al interior a través de una puerta ojival y, aquí y allá, se observa el cuidado del que se ha hecho gala en los últimos tiempos para conservar la atmósfera medieval. Tan sólo diez vecinos osan, o gozan, quién sabe, vivir en el interior de Sortelha, pues, dada la estrechez del cerco amurallado, la población ha debido crecer en el exterior, dejando resbalar las nuevas viviendas por las laderas de la montaña.
Sobre la muralla
Uno de los mejores recorridos que se pueden realizar en Sortelha supone caminar alrededor de la villa por encima de la muralla. De muy fácil acceso y una anchura que alcanza los dos metros, el cerco tan sólo presenta dificultades allí donde las piedras se han despeñado bruscamente, mas es posible descender antes de llegar.
El paseo debe iniciarse en el castillo, al cual se accede por un gran portón. La primera construcción de la fortaleza se atribuye a los árabes y las innovaciones bélicas de cada época le hicieron evolucionar para adaptarse a las nuevas técnicas. Al respecto, uno de los detalles más curiosos es el llamado Balcón de Pilatos, de construcción dionisina, que, situado sobre la puerta de entrada, cuenta con varios matacanes y con aberturas circulares en las piedras que componen el pavimento por donde se arrojaban proyectiles, piedras, aceite hirviendo o agua para escaldar. Los últimos combates que tuvieron lugar en el lugar fueron protagonizados por las tropas de Napoleón Bonaparte, quienes dinamitaron las murallas.
La fortaleza se compone de dos partes distintas. Por un lado, la ciudadela o último reducto que se corresponde con la parte militar y, por otro, las murallas que envuelven la villa y que eran la parte civil. La primera, el castillo propiamente dicho, se asienta sobre enormes roquedos. Sus pequeñas dimensiones no están exentas de una belleza que a José Saramago, en su libro «Viagem a Portugal«, le animó a bautizarlo como el castillo de brincar, admirado por su aparente fragilidad en comparación con las dimensiones de las murallas. En el interior, la torre del homenaje ocupa un gran roquedo. A ella, sólo es posible acceder escalando por una piedra empinada y recubierta de musgo. No obstante, se puede subir a la muralla que rodea la fortaleza y circunvalar ésta, disfrutando de la magnífica y amplia vista sobre el paisaje circundante y de la habilidad de sus constructores para diseñar múltiples saeteras en forma de cruz. Y, antes de abandonar la fortaleza, se debe echar un vistazo a la profunda cisterna y a la cercana Puerta de la Traición.
Cerca de esta última, se puede subir al adarve de la muralla de la villa. Son muros ciclópeos de excepcional calidad de construcción que, en forma circular, se adaptan y aprovechan el relieve hasta alcanzar cerca de veinte metros de altura en el exterior y más de dos metros de espesor. La técnica elegida para su fabricación consistió en la erección de dos fuertes paredes paralelas cuyo hueco interior se rellenó, posteriormente, con piedra gruesa y gravilla. Varías escaleras embutidas en las paredes permiten subir o descender de la muralla.Cuatro puertas se abren en el cerco: una, a oriente; otra, a poniente; una, llamada puerta falsa; y otra, denominada puerta de traición. Junto a ella, frente a la entrada del castillo, se encuentra el Pelourinho de origen manuelino y rematado por una esfera armilar. Este es el eje de una plaza donde están la Casa das Almas, donde se recibían los regalos para los más necesitados, y, un poco más allá, la gran mole de la iglesia principal, cuya portada se realizó en estilo renacentista y luce, esculpida, la fecha de 1573. En el interior, destacan varios altares barrocos, la curiosa pila bautismal, el techo ejecutado por artesanos moros en la Edad Media y la imagen gótica de Nossa Sra. Das Neves. La cabeza del niño que porta la imagen entre sus brazos fue decapitada por un soldado de Napoleón, según la leyenda, para verificar si era de oro.
Múltiples sorpresas
En el lugar más alto de la muralla se eleva la antigua Torre do Facho, que, como su nombre invita a creer, serviría para enviar señales luminosas o de humo, y, sobre ella, se construyó una marca geodésica que señala 786 metros de altura. Desde aquí, se puede ver, a la derecha, el rocoso Cabeço de S. Cornélio (1008 metros de altura); de frente, la Serra da Fráguas (1018 metros); y, a la izquierda, la Serra da Estrela (1993 metros).
Un poco más allá, unas pequeñas escaleras de piedra permiten descender de la muralla y emprender un paseo por el exterior de la muralla. La puerta oeste o Noble lleva hasta el cementerio y los arruinados restos de la vieja Igreja da Misericordia, cuyo interior conserva simples, pero delicados, altares esculpidos. Desde el Cruceiro, la vista se desliza por la Serra de Opa, el Vale do Poio y Río Palomas. En esta puerta acababa la calzada vieja, de posible origen romano, que, formando parte de la antigua ruta a Santiago de Compostela, partía de Ribeira da Cal. En una de las piedras del lado derecho de la puerta se labraron la vara y el codo, antiguas medidas medievales mandadas marcar por el rey y que se utilizaban como Marcas de Aferiçao para las ferias que aquí se celebraban. Y rodeando el exterior de la Torre do Facho, se encuentra la llamada Porta Falsa y, a su derecha, un corral y una curiosa piedra antropomórfica a la que los lugareños llaman La Cabeza de la Vieja.
No obstante, difícilmente se acaban las sorpresas en Sortelha. El azar debe guiar los últimos pasos para encontrar, detrás de la iglesia, varias sepulturas antropomórficas esculpidas en la tierra rocosa, algunos de niños. O subir por escaleras labradas en la piedra hasta el campanario ubicado en Torre Sineira, ideal mirador sobre la villa. O buscar las Lapas do Covêlo, bellos ejemplos de abrigos prehistóricos. O, acaso…
La Tradición de la Forca
Uno de los festejos más tradicionales que tienen lugar en Sortelha suele celebrarse de forma intermitente cada 15 de agosto. Cuando el ayuntamiento tiene fondos suficientes, organiza una corrida que perpetúa la forca, una costumbre transmitida de padres a hijos, consistente en el acoso a un toro con una rudimentaria herramienta hecha con gruesas ramas de árbol. Es preciso que, por lo menos, veinticinco mozos porten la forca para llevarla sin que la vuelque el animal.
La fiesta se inicia con la participación de todos los jóvenes del pueblo en la forca y, luego, aparecen los toreros. Incluso, los espectadores participan con frecuencia en la fiesta, pues no es extraño que el toro salte la barrera y sea devuelto al ruedo acosado por una lluvia de sombreros y bolsos arrojados desde las gradas.