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De fin de semana en torno al Museo de Louvre, París

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Dos hitos de excepción reclaman nuestra atención cuando se menciona París: su gran Museo de Louvre y la simbólica Torre Eiffel, imprescindibles en nuestra agenda de fin de semana en la capital francesa. Poder disfrutar con la contemplación de la esmerada selección de obras de arte que custodia la exposición museística más visitada de mundo y pasear por sus alrededores, bien justifica diseñar una corta escapada a la ciudad del amor.

 

Nos obstante, aunque la visita a Museo de Louvre sea la excusa y ocupe el tiempo preferente de nuestra estancia, por sus alrededores y entorno a la Torre Eiffel, la ciudad nos deparará más sorpresas y otros alicientes que convertirán este fugaz, pero intenso fin de semana, en un gran viaje, de los de querer volver y repetir.

Para comenzar, nada mejor que destinar nuestra primera tarde/noche para disfrutar de la obra que dejó legada el apasionado ingeniero Gustave Eiffel, extraordinaria y polémica estructura que diseñara con motivo de la celebración de la Exposición Universal de 1889, fecha que marcaba el centenario de la Revolución Francesa. Y, también, para este primer encuentro vespertino con París nada más acertado que terminar el día disfrutando de un agradable crucero nocturno por su río Sena.

La jornada matutina de nuestro segundo día será la que dedicaremos a disfrutar del Museo de Louvre, motivo central del periplo parisino. Reconocido como uno de los museos más importantes y más visitados del mundo, en sus galerías expone colecciones de un valor incalculable, con representaciones artísticas que recorren toda la historia de la humanidad.

El edificio, que fuera antigua residencia de varios monarcas franceses hasta que trasladan su residencia al Palacio de Versalles, fue recuperado por Napoleón III, posteriormente fue la República la que impulsó su restauración, hasta su inauguración como Museo en 1793. Las antiguas y privadas colecciones de los monarcas pasarían así a formar parte de este ambicioso museo universal, con un actual catálogo que cuenta con más de trescientas mil obras, una exquisita selección que representan las principales culturas de la historia, perfectamente ordenadas por épocas, estilos artísticos y materiales.

La visita del exterior del edificio debe incluir en una primera aproximación su Columnata, mandada construir por Luis XIV, para continuar accediendo al Patio Cuadrado, con su bellísima fachada. Más hacia el interior nos encontraremos con el Patio de Napoleón, que es la zona de acceso al interior del Museo de Louvre, aquí llama especialmente la atención la original pirámide acristalada; y finalmente llegamos a su zona más amplia: el Arco del Triunfo del Carrousel, de 1806, pieza que trajo Napoleón de la Basílica de San Marcos de Venecia.

Pero, es en el interior del edificio donde se guardan sus tesoros más preciados. Aun dependiendo del tiempo que destinemos a contemplar sus fondos, no se debe dejar pasar por alto sus máximas referencias. En el caso de las obras pictóricas destacan: La Gioconda, de Leonardo da Vinci; La libertad guiando al pueblo, de Delacroix; y Las bodas de Caná, de Veronés. Y en cuanto al su conjunto escultórico: la Venus de Milo, de la antigua Grecia; el Escriba Sentado, del antiguo Egipto; y la Victoria alada de Samotracia, del periodo Helenístico.

El recorrido, más pausado por sus decorados salones, escalinatas y lujosas galerías de Museo de Louvre nos lleva en primer lugar a contemplar las antigüedades orientales, egipcias y griegas. De las primeras destaca el Código de Hammurabi, documento histórico y testigo del primer reino de Babilonia; otra pieza que merece atención son los azulejos que representan Los arqueros de la Guardia de Darío I, procedente de Susa.

Del legado del mundo Egipcio se exponen la famosa estatua del Escriba sentado, estatua de piedra caliza, de asombroso realismo, datada hacia el 2500 a. de C. La parte dedicada a la antigua Grecia la preside la afamada Venus de Milo, obra del siglo II a. de C, considerada como una de las esculturas más perfectas del mundo antiguo, tanto por sus proporciones como por su elegancia. Esta pieza se ve acompañada por otra de las joyas del Museo: La Victoria de Samotracia, que ostenta un lugar privilegiado dentro de la exposición, especialmente destinada a ella. Se trata de una imagen a modo de las que antiguamente se colocaban en la proa de los barcos, el gesto y la vestimenta reflejan a la perfección la actitud de movimiento y dinamismo.

De época más reciente, respecto de la escultura italiana, se encuentran Los dos esclavos, obras en mármol esculpidas por el gran maestro Miguel Ángel, destinadas para decorar la tumba del Papa Julio II. Otra de las grandes de esta área es el Beso de Cupido, creación de Antonio Canova.

Museo de Louvre, París
Museo de Louvre, París

Pero, la gran admirada de todo el Louvre es sin duda La Gioconda, de Leonardo da Vinci, que ostenta el privilegio de ser considerada la obra pictórica más bella de la historia, esa extraña sonrisa sigue provocando los elogios de cuantos la contemplan. Otras piezas que ocupan los primeros puestos por su orden de importancia son: La coronación de Napoleón I, de Louis David; La balsa de la Medusa, de Théodore Géricault; y La Libertad guiando al pueblo, de Eugène Delacroix, entre tantas otras…

Fin de semana en París
Pero, tras los correspondientes selfies y fotografías nocturnas a la torre Eiffel y después de haber disfrutado del recorrido por el mundo del arte universal en el Museo de Louvre, aún nos quedará tiempo y espacio para dar continuidad al viaje. Por las inmediaciones podremos disfrutar de localizaciones claves de París, como el edificio de la Ópera Garnier, ejemplo del estilo arquitectónico del Segundo Imperio; la Plaza Vendôme, considerada como una de las plazas más bellas del mundo; para terminar paseando por sus Champs-Elysées, los Jardines de las Tullerías, y el siempre presente en el Tour de Francia: el Arco del Triunfo.

Comienza la despedida y para nuestro último día, algo más escaso de tiempo, nos reencontramos de nuevo con el arte. El Centro Pompidou, que aloja el actual Museo de Arte Contemporáneo, es otra de las paradas imprescindibles. Desde aquí tendremos la oportunidad de recorrer el entramado urbano del bohemio barrio de Montmatre, quizás el más admirado y aplaudido tanto por propios como por extraños, punto de encuentro de genios de la categoría de Van Gogh, Degas o Cezanne. Comenzando en Place Blanch, donde se encuentra la mítica sala de fiestas Moulin Rouge, paseando por la Rue de Lepic, la Rue des Abbesses y tras atravesar la Place du Tertre, la conocida plaza de los pintores, nos encontraremos en el mirador que nos sorprende con una de las vistas más bellas de la ciudad. En este punto, junto a la Basílica du Sacré-Coeur, podremos poner broche de oro a este intenso y artístico «finde» por la ciudad del amor.

 

 

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