La industrial villa de Manzanares ejerce como centro de comunicaciones de la meseta de Castilla La Mancha, destacándose como uno de los municipios más importantes de la provincia de Ciudad Real.
Su término municipal se extiende a lo largo y ancho de cincuenta mil hectáreas donde la vid y los cereales son responsables de un postrero desarrollo. Esto, sin embargo, no ha impedido que el pueblo permanezca no solo fiel a su condición de cruce de camino, sino también a su particular legado histórico vinculado a las órdenes militares de Santiago y Calatrava.
A la primera de ellas perteneció hasta 1239, fecha en la que pasó a manos de la de Calatrava. Fue en esa época cuando se construyó la fortaleza de Peñas Borras, cuyos restos se integran en las viviendas edificadas en su solar. A pesar de ello, aún se puede ver la torre del homenaje, la plaza de armas y la antigua capilla. Posteriormente, en el siglo XVI, fue señorío de don Álvaro de Bazán.
El casco urbano está enmarcado por la presencia de la iglesia dedicada a Nuestra Señora de la Asunción. El edificio fue construido a finales del siglo XIV y completado, posteriormente, con una portada plateresca. Se trata de un bello ejemplar del siglo XVI, cuyo tímpano muestra bellos relieves de la Asunción, Dios Padre con ángeles y músicos. De una sola nave, disfruta de la presencia de un torre de tres cuerpos, que comienza cuadrada y continúa octogonal. No obstante, no es posible abandonar las calles de Manzanares sin disfrutar con la visión del convento barroco de San Francisco, levantado en el siglo XVII, y con algunas casas del casco edificadas durante los siglos XVII y XVIII. Entre ellas destaca la popular Casa del Santo, haciendo esquina, con patio interior y balconcillo de madera.
Haciendo honor a su condición de cruce de caminos, la ruta rodea el pueblo de Manzanares. Por este motivo, se debe desandar el camino en diferentes ocasiones. Un buen comienzo debe dirigir los pasos por la autovía N-IV hacia Villarta de San Juan. El pueblo se engloba dentro de la comarca de Campo de San Juan, caracterizada por la omnipresente vid, los campos de cereal y el olivar, aunque no faltan campos de melones, remolacha, maíz y alfalfa. El río Cigüela, afluente del Guadiana, se encarga de regar estos cultivos, sobre todo, cuando, en épocas de abundantes lluvias, la escasa pendiente del cauce provoca el ensanchamiento de las vegas, creando un paisaje particular de humedales.
Precisamente, es el cauce del río el que alberga uno de los monumentos de mayor interés del pueblo. De hecho, un puente romano al norte de la población se encarga de cruzarlo. Sobre sus trescientos metros de longitud, cinco de anchura y 36 ojos han confluido numerosos caminos y cañadas de ganado a lo largo de los siglos. Fue reconstruido en 1575, durante el reinado de Felipe II, por iniciativa del vecino Rodríguez de Agustina. El casco urbano, aunque sencillo, conserva todo el sabor manchego. Sus calles se pueblan con algunas casas historicistas del siglo pasado y confluyen en la iglesia parroquial, construida en el siglo XVI.
De regreso a Manzanares, un desvío de apenas dos kilómetros lleva hacia Llanos. Se trata de uno de los municipios más modernos de la zona, pues fue constituido como tal el 6 de julio de 1957 por el Instituto de Colonización. Realmente, se encuentra dentro del antiguo término municipal del ayuntamiento de Manzanares, pues, en este lugar, en el momento de su fundación, habitaban unas noventa familias provenientes de las hermandades de labradores de la época. A cambio de una casa, una yunta de vaca y seis hectáreas de tierra, los labradores debían de trabajar la tierra durante quince años y entregar el cincuenta y uno por ciento de la cosecha recogida.
Conocido popularmente como el oasis de La Mancha, Llanos es un enclave puramente campestre, donde casi se echan de menos los ruidos y el tráfico. Sus vecinos viven de la agricultura, sobre todo del regadío, cultivando melón, cereal, alfalfa y pimientos.
Entre hoces y azafrán en Castilla
También muy cerca de Manzanares, pero por la carretera N-430, se encuentra Membrilla. Se trata de la tercera población en antigüedad de la comarca y perteneciente al Campo de Montiel. Fue de la Orden de Santiago, pero presume de ser cuna de “El Galán de la Membrilla”, obra de Lope de Vega, a más de ofrecer azafrán, melón y buen vino. El pueblo creció alrededor de la plaza del pueblo y llegaba hasta el pie del castillo del Tocón, levantado sobre una motilla, sobre cuyos restos se construyó una ermita bajo la advocación de Ntra. Sra. del Espino. De una sola nave y con portada de entrada en estilo gótico-florido, es escenario de una romería anual. También gótica es una de las portadas de la parroquial de Santiago el Mayor erigida en el siglo XVI, aunque su segunda portada es barroca, de 1767. No muy lejos, se levanta el convento de Carmelitas, del siglo XVII.
En los alrededores, en torno al río Azuer, se conservan las ruinas de varios molinos, destacando el Molino Rezuelo. Estos aún muestran toda su estructura original y restos de arquitectura religiosa romana. La hospitalidad de las gentes de Membrilla se aprecia, sobre todo, durante la tradicional fiesta de la Purificación, con motivo de la cual se ofrecen pichones, denominados tostada.
La misma carretera conduce hacia La Solana. Población agrícola e industrial famosa por su producción de azafrán, es probablemente el único lugar de España de fabricación y exportación de hoces. Su origen data del siglo XII, durante los años de la reconquista cristiana, al abrigo del que fue castillo de La Solana, sobre una pequeña colina. Como zona de paso de los ganaderos de La Mesta, cuenta la tradición que la habitaron pastores trashumantes de tierras sorianas, llegando a ser un destacado municipio por su número de habitantes y encomienda de la Orden de Santiago.
El pueblo ha crecido en torno a la plaza mayor. El foro de La Solana es de gran interés artístico, pues la conforman bellos edificios con soportales adintelados y otros con arcos de medio punto. Entre las construcciones que forman parte de esta plaza, destaca el ayuntamiento, obra renacentista de 1530, y el templo parroquial de Santa Catalina, cuya fábrica se comenzó en 1420 y se terminó en el siglo XVI. Debido a tan dilatada construcción, la iglesia mezcla elementos de diferentes estilos. Básicamente responde a un gótico tardío, pero cuenta con muestras renacentistas y barrocas. Entre estas últimas, destaca la esbelta torre, edificada en cuatro cuerpos en el siglo XVIII tras el hundimiento de otras dos anteriores, y considerada como la más bella y majestuosa de toda La Mancha, visible desde todas las direcciones que acercan al pueblo.
También siguiendo pautas barrocas está construida la iglesia del convento de los Trinitarios, del siglo XVII. Actualmente, se conserva bajo la advocación de San Juan Bautista y destaca su fachada, rematada por un gran frontón triangular, y el interior de una sola nave. Aunque más curioso es el artesonado mudéjar, realizado con taraceas policromadas y nácar sobre madera de ébano. Esta sirve como cubierta de una de las capillas de la ermita de San Sebastián, construida en estilo gótico en el siglo XV y situada en el barrio del mismo nombre. El palacio de los Condes de Casa Valiente, una casona del siglo XVII, en la calle Empedrada, y el convento de Dominicas, también del XVII, cercano a la plaza mayor, completan el patrimonio monumental de este pueblo cuya artesanía se destaca por las artes de hierro, la alfarería y las botas de vino.
Curiosamente, La Solana comparte patrona y santuario con Argamasilla de Alba. Se trata de la Virgen de Peñarroya, cuyo castillo-santuario está a unos doce kilómetros de Argamasilla y es lugar de multitudinaria romería en enero y en septiembre. La fortaleza, de origen musulmán, pasó a manos de la Orden de San Juan en 1215 y conserva dos recintos murados, la torre del homenaje, cuatro torreones y el patio de armas. Es en este último donde se encuentra la puerta principal del santuario, que alberga un retablo barroco y varias pinturas murales. La imagen de la virgen se guarda en un camarín con pinturas y copias de cuadros de Murillo y Rafael. Seis kilómetros más allá, en el lugar conocido como El Sotillo, se han encontrado restos romanos.
Desde La Solana, la C-644 alcanza, en menos de veinte kilómetros, el pueblo de San Carlos del Valle. Conocido como El Cristo, es capaz de sorprender al viajero por su inesperada belleza. Situado entre dos montes de la Sierra de Alhambra, se desarrolló en torno a la ermita del Santo Cristo durante el reinado de Felipe V. El aumento de su población precisó una reordenación del caserío, por lo que, en 1787, como consecuencia de las nuevas poblaciones surgidas por mandato de Carlos III, como parte de su proyecto de colonización del Camino Real de Andalucía, se diseñó un nuevo poblado que, en 1800, fue convertido en villa independiente.
Su trazado es completamente regular y se desarrolla en torno a una ermita, construida entre 1713 y 1729, en la que se veneraba la imagen del Santo Cristo pintada en la pared. Los distintos milagros atribuidos al mismo por la religiosidad popular favorecieron la llegada de un cúmulo de donaciones que permitieron la construcción de la actual iglesia parroquial. La ermita, por su parte, es un ejemplo del barroco final, desarrollada en una planta de cruz griega, cúpula ochavada de gran tamaño y grandiosa portada retablo, con un relieve de Cristo y el milagro de los ladrones. En la portada lateral, se puede ver una escultura de Santiago Matamoros.
San Carlos del Valle posee, asimismo, una de las más bellas plazas mayores de la provincia. A ella, se accede por tres arcos de ladrillo abiertos en tres de sus laterales. Concebida como atrio de la iglesia del Cristo, la mayor parte de su perímetro se desarrolla sobre soportales de columnas toscanas que sostienen pisos de galerías de dinteles, zapatas y balaustres de madera. En uno de los lados se encuentra el ayuntamiento, con balcón voladizo corrido sobre ménsulas de madera.
Hacia el humedal manchego
Encaramada sobre un cerro alto grande y aislado de Campo de Montiel espera la villa de Alhambra. La carretera ha vuelto hasta La Solana y se ha convertido, de nuevo, en la N-430 que lleva hasta el que fue un importante cruce de caminos romanos, civilización de la cual conserva el recuerdo de calzadas y los yacimientos arqueológicos de La Masegosa y Los Palacios. Sin embargo, los años también han revelado restos ibéricos, visigodos y árabes. Cerca, en un cerro muy próximo, igual que dos islas en el infinito mar de la llanura manchega, aparece una pequeña y coqueta fortaleza árabe que ha dado prestigio y solera al pueblo, aunque este no sea, por su ubicación, sino otro castillo más. La fortificación fue conquistada por Alfonso VIII en 1212 y cedido a la Orden de Santiago, encomienda de La Solana.
El nombre es de origen árabe: Al-hamra, que significa la roja, debido al particular tipo de coloración de estas tierras. Como árabe es el entramado urbano, cuyas viviendas populares de fachadas encaladas se van adaptando a los desniveles del terreno. Entre ellas, destaca la iglesia parroquial dedicada a San Bartolomé, construcción originaria del siglo XIII, casi reedificada y con la portada principal en estilo renacentista. Se conserva sobre un pedestal romano con inscripción una escultura de un togado romano que está decapitado. La Alhambra sabe de tiempos mejores, cuando su número de habitantes era casi el triple que el actual, aunque todavía posee uno de los mayores términos municipales de España. Hoy, depende de la agricultura, del pastoreo, de los numerosos cotos de caza existentes y de los viajeros que van de paso hacia Ruidera, el destino final de la ruta.
Aunque, antes, un leve desvío, lleva a Carrizosa, cuyos orígenes se remontan a la Edad del Hierro, como demuestran las vasijas funerarias encontradas de esa época. No obstante, fueron los beréberes los que, en las primeras décadas del siglo VIII, construyeron el castillo de La Carrizosa en el Cerro de la Ermita, a unos tres kilómetros de su ubicación actual. Sin embargo, en el año 1468, el castillo fue definitivamente abandonado, eligiéndose las orillas del río Cañamares para ubicar el municipio.
Pueblo fundamentalmente agrícola, a su entrada presenta un interesante puente de piedra y, en el casco urbano, un buen ejemplo de arquitectura popular manchega, con calles de trazado irregular, algunas con escalinatas. Próximo, en la carretera que va a Villahermosa, se encuentra el castillo de Peñaflor, donde se ubican yacimientos de la Edad del Hierro y vestigios medievales cristianos e islámicos.
El destino final es Ruidera, villa surgida entre las lagunas del Rey y de Cueva Morenilla, junto al Puente del Rey y la Casa del Rey, en pleno corazón del parque natural del mismo nombre. El patrimonio artístico de este lugar, en el que destacan los restos de la antigua Fábrica de Pólvora, construida por Juan de Villanueva, por encargo de Carlos III, la gastronomía y la hospitalidad de estas gentes son elementos más que suficiente como para justificar una visita.
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