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En Mayorga, los hombres Pez

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Más de mil pellejos de vino se queman en Mayorga, Valladolid, cada 27 de septiembre. Aquí, se conmemora la llegada de las reliquias de Santo Toribio de Mogrovejo a su pueblo natal. Cuentan que fue en el siglo XVIII y que los vecinos salieron a recibirlas con antorchas. Desde entonces se celebra este particular festejo en el que, además del Santo, el vítor, los pellejos y el fuego purificador son los protagonistas.

La confusión que recibe el visitante una vez que llega a Mayorga, auspiciado por algún rumor desaparece pronto de su mente. Entre otras cosas porque el Vítor es una fiesta donde nadie se siente ajeno. Un sentimiento fraternal parece inundar el ambiente de estas calles. Y es que, en la provincia de Valladolid no es difícil que por algún otro pueblo se hable de «que ya se aproxima el vítor de Mayorga» y que «habrá que ir preparando las ropas para ir la procesión».

En esta localidad vallisoletana, a orillas del río Cea, se sienten muy orgullosos de su fiesta principal. Ese mismo orgullo transmitido de generación en generación durante siglos, por su más ilustre vecino, Santo Toribio de Mogroviejo, una de las principales figuras evangelizadoras de América.

Mayorga
Mayorga

En la fiesta, declarada de Interés Turístico Regional, participan propios y foráneos. De hecho, acuden gentes de todo Castilla y León, extendiéndose también a vecinos de Navarra o Asturias. Tampoco es extraño ver pasear a algún extranjero que acude a la fiesta ante la curiosidad suscitada por la lectura de algún un reportaje en revistas internacionales.

El día veintiseis de septiembre, todas las miradas se hallan puestas en la casa de Angel Fierro, lugar al que con una insignia acuden los mayordomos y punto de partida para la salida del vítor, una especie de estandarte que la villa dedica a Santo Toribio y que se conduce hasta la iglesia. Es el comienzo de «las vísperas». Será a las diez y media de la noche cuando se procede a la quema del «cubo», donde se introduce el eje de un carro de madera. Esta quema simboliza todas las ciencias que el santo estudió: gramática, filosofía, geometría, astronomía, cosmografía, teología y jurisprudencia. Es el preludio de el gran festejo que se celebrará el día veintisiete.

Los «hombres de la pez» y los pellejos de Covarrubias
Singulares son los vecinos de Mayorga en su noche grande ataviados con ropas viejas y guantes, portando largos y pesados varales de los que cuelgan pellejos de vino. Curiosamente a los mayorganos les cuesta cada vez más encontrar talleres que realicen estas piezas. Actualmente traen pieles de cabrito de Covarrubias, en Burgos. Con mucho mimo las llenan de pez, las sacan aire y secan, las meten siete días en vino y las vuelven a secar, para tener a punto los pellejos el día de la procesión.

Durante esta jornada, tras la misa matinal y la procesión vespertina, alrededor de las cinco, los vecinos retornan a sus casas para cenar y sacar de los viejos arcones las ropas viejas. El momento más culminante de la fiesta se aproxima. A las diez y media el repique de las campanas, la música y los cohetes anuncian el comienzo de la procesión cívica El Vítor. Es, por ello, el momento de conmemorar la llegada de una de las reliquias del santo a Mayorga.

Todo Mayorga, ataviado con ropas viejas, sombreros de paja y guantes en las manos esperan la salida de El Vítor de la iglesia. Cada vecino porta largos varales de los que cuelgan pellejos de vino. Viejos pellejos de vino que, una vez prendidos comienzan a gotearla pez ardiente. En cada calle, la procesión realiza una parada, momento para bailar y cantar. Los pellejos esperan a que se queme uno de estos fuegos de cuyo interior sale la estampa de Santo Toribio y Santa Rosa de Lima. En este punto, los mayorganos se ponen de rodillas para cantar la salve. Terminados los fuegos, El Vítor se dirige al Ayuntamiento. Alrededor de las cinco de la madrugada se dirigen a la iglesia, apagan los pellejos encendidos y rinden el último homenaje del año a su santo. Es uno de los momentos más emocionantes. De la algarabia provocada por la música y el cante se pasa al silencio y, posteriormente a entonar la Salve y el Himno a Santo Toribio.

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