A medio camino entre monte y mar, el concejo de Castropol ofrece multitud de contrastes: la costa, la ría, las playas, el llano litoral modelado por las labores agrarias, el interior quebrado y montañoso de la Sierra de la Bobia…
Castropol
La villa ocupa un promontorio y semeja la imagen de un navío con la proa hundida en las aguas. Castropol, la de los antiguos palacios, calles y jardines, ha sido objeto de semblanza poética por un buen número de autores, como rememora, por ejemplo, la asturiana Angeles Caso: «Callejas empedradas, ventanas cuyos visillos la esposa de un marino consumió los años bordando, en soledad; parques de novela decimonónica bajo cuyos plátanos jugaron niños de blanco y azul, casonas de antiguos señores donde se consumaron amores y desamores…».
El puerto de Castropol y las calles invitan a perderse para descubrir interesantes monumentos como la iglesia parroquial bajo la advocación de Santiago que guarda buenos retablos y la capilla de los Montenegro; el ayuntamiento edificado en el siglo XIX sobre el antiguo castillo de Fiel; Villa Rosita, casa-palacio de los Bermúdez con torre almenada; el palacio de Valledor, del siglo XVI; el palacio de las Cuatro Torres; el palacio de Pasarón; el parque de Vicente Loriente…
Santa Eulalia de Oscos
El concejo de Santa Eulalia de Oscos limita al norte con Villanueva y Taramundi; al sur, con Grandas de Salime; al este, con Villanueva y San Martín; y al oeste, con la provincia de Lugo. En total, reúne treinta y cuatro caseríos, aldeas, villas y lugares a lo largo de un bello paisaje, surcado por el río Agüeira y preñado de castaños y robles.
La historia de Santa Eulalia está unida a la de San Martín, pues, en la Edad Media, ambos pertenecieron al concejo episcopal de Castropol, consecuencia de la cesión llevada a cabo en 1154 por Alfonso VII a la iglesia de Oviedo. Y no lograron independizarse del dominio eclesial hasta el año 1583, cuando los grandes gastos provocados por las continuas guerras y, tras conseguir el permiso del Papa Benedicto XIII, el monarca Felipe II decidió vender los dominios de la iglesia ovetense. Juan de Grijalbo, como enviado real, se encargo de anunciar a los alcaldes dependientes de varias feligresías que el rey «apartaba de la iglesia y vendía perpetuamente villas, lugares, fortalezas, jurisdicciones, vasallos, montes, bosques, prados, cuantos bienes y rentas temporales pertenecían a iglesias catedrales metropolitanas, colegiales, parroquiales, monasterios, cabildos, conventos, dignidades, hospitales y otros lugares píos».
Ante la nueva situación, los vecinos decidieron comprar su emancipación y el derecho a organizarse como municipios autónomos. En 1584, Bartolomé de Bayona Serna y el clérigo Pero López, representantes del concejo, viajaron a Madrid para negociar los autos de libertad, la incorporación a realengo, la jurisdicción propia y la libre organización concejil con la promesa de no volver a caer bajo señorío. La libertad se compró con 1.239.512 maravedíes, más otros derechos y costas, pagados a la Hacienda Real. Luego, Felipe V, forzado por los grandes gastos de su política, ordenó revisar la venta de las jurisdicciones para obtener mayores recursos. Ello provocó la protesta formal de Santa Eulalia obligando a Felipe V a confirmar sus libertades en 1735.
La capital del concejo gira en torno a la plaza donde se ubica el ayuntamiento, cerca de la iglesia parroquial con patio, torre y espadaña y el curioso lavadero público con gran arco y frontón curvo. La Casona de los Pruida, construida entre los siglos XVII y XVIII, y el reconstruido mazo de Mazonovo, ejemplo del trabajo del hierro, completan el recorrido por Santa Eulalia, antes de iniciar la visita a los muchos pueblos de pizarra que surgen entre la vegetación: Teijeira, Murias, Ventoso, Liñeiras, Villamartín o la Cascada o Seimeira de Murias.
Al sur del concejo, aparece Ferreirela, cuna de Antonio Ibañez Gastón de Isaba, marqués de Sargadelos, quien, en 1804, fundó las Reales Fábricas de Sargadelos y la primera fábrica siderurgia del norte de España (luchador por las libertades, murió en Ribadeo, acusado de afrancesado) y el reconocido relojero Dominus Joannes Antonious Fernández Lombardero.
Villanueva de Oscos
Villanueva es el más extenso de los tres concejos de Los Oscos. Limita con Vegadeo, al norte; San Martín y Santa Eulalia, al sur; Illano, al este; y Taramundi, al oeste, contando con treinta y tres aldeas, caseríos, lugares y villas. A diferencia de San Martín y Santa Eulalia, Villanueva se mantuvo como coto abadengo, como deja notar el semiabandonado monasterio benedictino que se alza en medio del pueblo.
El cenobio fue iniciativa de Alfonso VII, en 1137, con el objeto de establecer en esta zona un centro de cultura y convertir un paraje pantanoso en un vergel, especialidad de la orden cisterciense que utilizaba una técnica única para sanear terrenos e incrementar producción. El monasterio cobró importancia cultural, espiritual, agrícola y ganadera. Los monjes eran expertos agricultores y mantenían cátedras de filosofía y teología. Aunque perteneció a la orden benedictina, pasó a la orden del Císter en 1203, que mantuvo una comunidad reducida, en relación a unas rentas modestas. De hecho, durante más de cuatro siglos, el número de monjes osciló entre diez y once y las rentas, en 1542, eran de 64.719 maravedíes.
A pesar de todo, los monjes poseían bienes en toda la comarca, regalos de reyes, de caballeros piadosos o de gente de fe. Además, recibía el beneficio de distintos impuestos: la luctuosa o «reconocimiento y vasallaje debido en este principado de Asturias al señor y propietario de la jurisdicción» y los diezmos fioes, es decir, dos regelos y media tega de centeno. Y al morir, si el difunto era varón, debía dar el sayo, capa, cinta, espada, sombrero y zapatos; si era mujer, la saya, toca, gorguera, cinta, bolsa y zapatos. Así, la orden pudo conservar su patrimonio hasta el siglo pasado.
En la actualidad, lo habitan tres familias que son propietarias de partes alícuotas de la fachada principal. Los cimientos son de principios del XIV, pero el cuerpo que rodea al patio con su claustro fue construido en el siglo XVIII. El resto, está semiderruido. El claustro no se usa y el patio interior es inaccesible. La iglesia es visitable.
En el resto del concejo, destaca Martul por su iglesia de San Juan, flanqueada por un legendario tejo. Cerca , se encuentran La Valía, Las Casías, Cimadevilla, Arrojina y Pacios. Más allá, Santa Eufemia posee una hermosa emirta. Entre Villanueva y el Alto de la Garganta hay varios pueblos: Morlongo, con varios ejemplos de tietos –hórreos con cubierta de paja – Peñacoba, Bustapena y, en espcial, San Cristóbal.
Moldeando el hierro – Oscos Eo
Los mazos y ferrerías tuvieron gran importancia en la economía de Los Oscos de los siglos XVIII y XIX. Sin embargo, no pudieron evitar su decadencia en la segunda mitad del XIX, desplazadas por las modernas siderurgias. La mayoría quedaron abandonadas o fueron utilizadas como almacenes de la explotación agraria.
La ferrería se organizaba en torno a los dos espacios que guardaban el mazo y los barquines o grandes fuelles. El horno se incluía en el mismo área que el mazo. En el exterior, se situaba el complejo hidráulico, que constaba de una presa sobre el río, un canal y un estanque para acumular el agua o banzado. El mismo funcionamiento de la ferrería o del mazo condicionaba su ubicación. Necesitaba encontrarse en las proximidades de las corrientes de agua con caudal suficiente; cerca de un bosque para obtener carbón vegetal; y cerca de las minas donde extraer materias primas.
El propietario podía establecer una contrata con un ferrón, que se comprometía a meter con él a un tirador, a los fundidores necesarios y a labrar cierta cantidad de hierro. El propietario, por su parte, proporcionaba el mineral y el combustible solicitado por el ferrón para la producción contratada. También se podía contratar una cuadrilla con ferrón y oficiales bajo la gestión de un administrador, con sueldo y comisión sobre el hierro labrado. O se podía arrendar la instalación a un comerciante, que contrataba al ferrón y proporcionaba las materias primas, proporcionando trabajo a los campesinos en las labores auxiliares.
En las ferrerías, se fundía hierro en lingotes, mientras que, en los mazos, se les convertía en utensilios y herramientas. De aquí, se aplicó el término mazo para identificar el conjunto formado por la máquina de batir el hierro y el edificio que lo alberga. Su origen parece relacionarse con las ferrerías del Pais Vasco, pues, incluso, algunos propietarios eran de allí.
Para obtener el hierro, se fundía el mineral en un horno bajo, previamente cocido utilizando como carbón vegetal. La combustión alcanzaba 1.200 a 1.300 grados centígrados gracias a unos grandes fuelles accionados por una rueda hidráulica o manualmente. Así, se obtenía una masa pastosa y esponjosa de hierro y escorias. El posterior martilleo del mazo hidráulico desprendía estas últimas y compactaba el hierro, dándole una primera forma (tocho, pletina o platina). Este hierro se trabajaba en martinetes y fraguas para fabricar utensilios de campo y domésticos.
Viejas costumbres en el entorno de Castropol
La columna vertebral de la comarca de Los Oscos – Eo fue la familia. Viejas costumbres se ponían en marcha con el matrimonio de uno de los hijos, preferentemente el mayor. Este era llamado troncario y debía vivir con el cónyuge y los hijos bajo el techo de los padres, explotando las tierras que, desde entonces, les pertenecían conjuntamente. Se decía que el hijo se había casado en la casa y el cónyuge para la casa. Aquel recibía una tercera parte de los bienes familiares, mientras su mujer debía aportar, como dote, una suma en metálico, animales u otros bienes muebles. Al morir el padre, el hijo asumía el poder y representaba a la casa. Hermanos y hermanas menores recibían, al casarse o al abandonar la casa, la suma de dinero que les correspondía por herencia. Así, se evitaba la división de la tierra.
El hijo que se casaba en la casa podía no ser el mayor, aunque éste tenía prioridad, si así lo determinaba el padre. Si elegía a una hija, ésta dirigía el caserío junto al marido, quien traía su dote en metálico.
Antes de la boda, debía fijarse la dote, las aportaciones y las obligaciones de los que se casaban mientas vivieran los padres. Para ello, se reunían los padres de los novios, familiares y consejeros hasta fijar el trato que se trasladaría a escritura pública como «capitulaciones matrimoniales». De no ser así, los tratos se sellaban como contratos privados o como acuerdos de honor. Durante las conversaciones, las partes mantenían un tira y afloja, especialmente por el padre del hijo o hija troncaria, que buscaba el acrecentamiento de la casa. De no haber acuerdo, las conversaciones se rompían y los novios, se quisiesen o no, no volvían a verse.
Antiguamente, el conocimiento entre los futuros esposos era escaso. Las bodas las decidían los padres quienes acordaban por el bien de la casa la pareja de su hijo o hija. Las decisiones se tomaban, incluso, cuando los hijos aún no tenían edad de desposarse. Las uniones dependían de los intereses de inmuebles, tierras, montes, familia y estirpe, obligada a crecer y a hacerse cada vez más fuerte. La felicidad de los hijos no era el objetivo principal. Si además de casarse, se amaban, existían mayor beneficio.
Datos prácticos
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