Esta antigua colonia portuguesa está formada por diez islas entre grandes y pequeñas que están divididas en dos grupos: islas de Barlovento, al norte, e islas de Sotavento, al sur. A partir del año 1460 comenzaron los asentamientos de colonos en este archipiélago, que más tarde, en 1495, fue incorporado a la corona portuguesa hasta que se transformó en provincia portuguesa de ultramar en 1951.
Una de sus principales islas es Santiago, de gran interés turístico y ecológico, en donde se encuentra la ciudad de Praia, que es a la vez la capital del país. Aquí enseguida nos damos cuenta de que estamos en África, aunque nos encontremos inmersos en pleno océano Atlántico, con un paisaje de color verde, muy montañoso, que sale a nuestro encuentro a cada instante. En el norte de la isla está la pequeña localidad de Tarrafal, un acogedor pueblo pesquero con una inmensa playa salvaje rodeada de vegetación autóctona que en algunos momentos llega hasta la propia orilla del mar. Y precisamente en Tarrafal también se encuentra el campo de concentración de los presos políticos de la era colonial portuguesa, donde estuvieron encarcelados cientos de personajes que lucharon por las libertades de los países africanos.
Desde este rincón, junto al hotel Marazul, se puede apreciar una de las mejores vistas de la vecina Isla de Fogo, con su importante volcán estratificado que se eleva a una altura de 2.850 metros sobre el nivel del mar, eso si, sin actividad alguna en la actualidad; la última vez que hubo una erupción en esta isla fue en el mes de abril de 1995.
Otro punto obligado de esta isla a la hora de visitarla es Cidade Velha (Ciudad Vieja), denominada antiguamente Ribeira Grande y ubicada en su parte sur. Se trata de una acogedora villa que en su día fue la primera capital del país, y por lo tanto el primer asentamiento europeo en los trópicos, además del principal centro de la cultura caboverdiana. Este lugar, a principios del siglo XVI, fue el centro vital del comercio entre Europa, África y América, y en la actualidad ofrece unas interesantes ruinas como son la Catedral, el Convento de San Francisco, y la Fortaleza de San Felipe.
Tanto la historia del archipiélago de Cabo Verde, como las mil vicisitudes por las que ha pasado este país están impregnadas de un aire enigmático y heroico. Cuando los portugueses llegaron aquí por primera vez, en el siglo XV, se encontraron con las diez islas y los ocho islotes de origen volcánico que estaban totalmente deshabitados. Regresaron años más tarde al darse cuenta de la privilegiada ubicación que ofrecía este lugar en su ruta marítima hacia las Américas. Hasta aquí llegaron nobles, artesanos y todo tipo de aventureros lusos, así como negreros que traían esclavos desde Guinea y Senegal para abastecer los barcos mercantes y las primeras plantaciones de caña de azúcar que se instalaron en este archipiélago. En esa época pasaron por la isla celebridades como Vasco de Gama, Cristóbal Colón y hasta la flota de Magallanes en su vuelta al mundo.
Cuando Charles Darwin visitó Cabo Verde, en 1832, durante su singladura a bordo de la goleta “Beagle”, obtuvo una visión más bien lúgubre. En su diario escribiría:
Estas islas podrían considerarse de interés insignificante; pero para cualquiera acostumbrado a un paisaje inglés, el aspecto novedoso de un paisaje profundamente desértico posee una grandeza que sólo estropearía más la vegetación del lugar.
Es por ello que resulta significativo comprobar hasta qué punto la grandeza que viera Darwin en el paisaje desolado del archipiélago caboverdiano se ha adherido obstinadamente al espíritu de sus gentes.
Pero antes de despedirme de esta isla diré que merece la pena hacer una visita a su interior para conocer la población de Assomada donde existe un popular y colorido mercado nativo cargado de exotismo. Este mercado sólo permanece abierto los miércoles y sábados, y en su interior se puede encontrar todos los productos de esta tierra, además de ser el principal lugar donde se reconoce la verdadera africanidad del caboverdiano.