El pasado verano visitaba, una vez más, este hermoso país escandinavo. Concretamente estuve navegando con unos amigos en un velero por el archipiélago de las islas Lofoten y Vesteralen, situadas al oeste de la ciudad de Narvik, en la región de Nordlandia, durante una semana. Sin embargo, en esta ocasión, mi visita a Noruega tenía otro interés: realizar un viaje con mi mujer a través de su costa, de algunas de sus islas y de los maravillosos fiordos a bordo del legendario Hurtigruten, conocido también como el Expreso de la Costa.
El recorrido duraría casi una semana ya que tan sólo íbamos a hacer el tramo de regreso, es decir, desde Kirkenes -un pequeño puerto pesquero situado junto a la frontera con Rusia- hasta la ciudad de Bergen, haciendo escalas en diferentes lugares. Todavía hoy, al contemplar el paisaje de esos bellos e impresionantes fiordos noruegos, desde la cubierta del Hurtigruten, es fácil imaginar las proas de las naves guerreras vikingas surcando las aguas del Mar del Norte.
Han sido muchas las ciudades y paisajes que hemos podido contemplar, aunque varias de ellas, como ya he dicho, las había conocido en anteriores viajes. Sin embargo, lo que más nos llamó la atención en esta ocasión fueron las fantásticas vistas que pudimos divisar desde la cubierta superior del barco. Unos paisajes como nunca habíamos podido imaginar, y una naturaleza tan bonita que creo que es única en el mundo. Claro que gran parte de esa belleza se debió a la iluminación que nos proporcionó el famoso Sol de Medianoche durante los primeros días del mes de julio que resultó ser maravillosa.
Un buen ejemplo de esto que comento lo pudimos apreciar en cuanto el Hurtigruten zarpó del puerto de Kirkenes y comenzó el recorrido por ese tranquilo mar en esta época del año. El barco fue haciendo escalas en los pequeños puertos pesqueros de esa parte del norte del país, pasando por lugares tan bonitos como fueron Vadso, Batsfjord, Berlevag y Honningsvag. Y, por fin llegamos a Cabo Norte, el Nordkapp de los noruegos y el punto más norteño de Europa, situado en la región de Finnmark, una provincia del norte de este país que incluye gran parte de la Laponia naoruega.
Aunque todo el mundo sitúa a Cabo Norte como el punto más alejado del continente, habría que decir, más bien, que ese honor le debería corresponder al cabo vecino de Knivsjelloden, aunque este sea mucho menos espectacular por ser apenas una estrecha península carente de los acantilados que han hecho famoso a Cabo Norte.
Continuando la travesía hacia el sur, y siempre a bordo del Hurtigruten, en el que por cierto, se come de maravilla, visitamos otros lugares de interés, entre los que habría que destacrn Hammerfest, Oksfjord, Skjervoy, y la bella ciudad de Tromso, que es conocida en esas latitudes como la “París del Norte” o, la “Puerta al océano Glaciar Ártico”. En su pequeño puerto, casi siempre repleto de hermosos barcos rodeados de viejas casas de madera con diferentes colores, se encuentra el Museo Polar que es muy interesante y además recuerda que desde ahí partió en hidroavión, el navegante y explorador noruego Roal Amundsen para rescatar a su colega italiano Umberto Nobile que se encontraba atrapado en el Polo. En Tromso se celebra también, cada 1º de julio, el Maratón Internacional del Sol de Medianoche, al que no pudimos llegar por unos días.
El viaje discurría entre islas y fiordos, parando, de vez en cuando, en otras ciudades de la ruta, como fue el caso de Sortland y Svolvaer, de las más importantes de los archipiélagos de Lofoten y Vesteralen. Un poco más al sur estaba Harstad, la ciudad más cultural del norte en la que se entremezclan los viejos edificios restaurados con las construcciones modernas actuales. Una simpática urbe que además cuenta en sus cercanías con el famoso Trollfjord, el fiordo de los Trolls, esos diminutos y feos personajes de la literatura escandinava que acostumbran a aparecer y desaparecer en el bosque como si de fantasmas se trataran.
Seguidamente llegamos a Bodo, y después a la ciudad de Alesund, que es más parecida a un diseño Art-Déco que a otra cosa. Sin embargo, antes hubo que hacer escala en Tronheim y Kristiansund, dos hermosos lugares que hacen que desde este punto cambie el paisaje por completo. Hubo momentos en esta parte del recorrido en el que el Hurtigruten al ir costeando llegó casi a rozar el casco contra alguna de las rocas por las que navegaba, aunque por suerte, todavía esto no lo ha conseguido. Poco a poco nos fuimos introduciendo en alguno de los fiordos por los que hubo que pasar por esta parte de Noruega. Y, por fin, después de casi una semana llegamos a Bergen. ¡Qué bonita es esta ciudad!
Nos despedimos de la gente que habíamos conocido en el barco durante los días que duro la travesía, así como de la tripulación del Hurtigruten dándoles las gracias por el viaje tan bien organizado que hicieron y por habernos mostrado algunas de las maravillas de Noruega, no sin antes decirles que les prometíamos regresar en otra ocasión para volver a viajar con ellos aunque fuera por otros lugares del mundo. El segundo oficial nos recordó que harían un viaje durante el mes de diciembre donde los huéspedes del Hurtigruten tendrían la oportunidad de participar en un emocionante recorrido por la tundra helada en un safari en motos de nieve, admirar las Auroras Boreales en Cabo Norte o contemplar a bordo un colorido espectáculo de fuegos artificiales para dar la bienvenida al Nuevo Año.
Sin sombra duda fue una aventura inolvidable, ¿no? Cruzar los fiordos noruegos es una de las mejores opciones de viajes, sobre todo para los amantes de la aventura y de la naturaleza.
Esta segunda ciudad de Noruega es un destino poco visitado pero es dueño de una gran belleza natural y de una riquísima vida cultural que vale la pena descubrir.
¿Saben que Bergen es a menudo llamada «la ciudad de las montañas? El dramaturgo Ludvig Holberg la llamó así, ya que se sintió tan inspirado por las siete colinas de Roma, que él decidió que su pueblo debe ser bendecido como Roma, por las siete montañas que rodean Bergen.