Se la conoce con el sobrenombre de “Puerta Oceánica” y sin duda su fundación se debe al emplazamiento estratégico que ofrece, justo en la desembocadura del Sena con unas vistas impresionantes sobre el Atlántico.
En otro tiempo el comercio, tanto interior como exterior de Francia, dependía en gran medida de las vías fluviales existentes por lo que no se podía desaprovechar este río que llegaba directamente al corazón del país, y más concretamente a París.
Al finalizar la II Guerra Mundial, el Ministerio de Urbanismo francés decidió la reconstrucción del centro de la ciudad confiando la obra a uno de los grandes maestros de la arquitectura de aquella época, Auguste Perret, conocido también como «el poeta del hormigón». Se delimitó un área de 133 hectáreas, casi a modo de triángulo, donde Perret y su equipo dieron rienda suelta a su imaginación creando una ciudad aireada, luminosa, moderna y, en definitiva, innovadora.
El resultado fue sorprendente. Basta con echar un vistazo a algunas de sus construcciones para comprender la visión de futuro que este arquitecto tenía en su mente. Porque hoy, más de medio siglo después de la magna obra, los edificios siguen intactos dando fe de una calidad y originalidad poco vista en el diseño arquitectónico de aquella época.
Hace algunos años el Ayuntamiento de Le Havre adquirió uno de los apartamentos que Perret había construido en la ciudad para que todo el mundo pudiera contemplar la obra del artista; 100 metros cuadrados distribuidos en tres dormitorios, salón, estudio, cocina y cuarto de baño, organizado de tal forma que cualquier inquilino podía cambiar los tabiques de lugar para redistribuir a su gusto los espacios. A esto hay que añadir calefacción central, agua caliente, baño interior, etc. El piso abierto al público es sin duda un museo de la vida cotidiana del siglo XX, durante los años cincuenta, y el mobiliario y todos los utensilios ahí expuestos son auténticos de aquella época.
El proyecto de reconstrucción del centro de la ciudad de Le Havre incluía también una iglesia, la de St. Joseph, que se eleva hacia el cielo a modo de rascacielos como los de Nueva York. Dicen que esta iglesia es la obra maestra de Perret pero el arquitecto debe compartir el honor con Marguerite Huré, que es la diseñadora de las vidrieras de dicho monumento. La construcción de esta iglesia comenzó en 1951 y fue concluida seis años más tarde, después de la muerte de su creador. Destaca sobre todo su gran torre que se eleva a más de 110 metros y a la que se accede a través de escaleras, tanto interiores como exteriores.
La Avenue Foch, la Esplanade Jacques Tournant, o la Rue de París, son algunas de las zonas y calles a tener en cuenta a la hora de visitar la ciudad de Auguste Perret, es decir Le Havre, una villa que desde luego tiene muchos alicientes para el que la visita.