Miranda del Castañar y su judería están representadas por intrincados callejones. Estos están ocupados en su mayor parte por voladizos que aparentan estrechar su anchura y por el cruce de símbolos que, a cada paso, recrean un ambiente en el que, en otros tiempos, convivían tres culturas: judíos, árabes y cristianos.
Una población salmantina de Miranda del Castañar se asienta sobre una loma coronada por el castillo y su recinto amurallado. El juego de seducción cultural se debe iniciar, por ello, con la visita a la fortaleza, situada al este. Siendo uno de los mejor conservados de la provincia, se distribuye a lo largo de una planta de trapecio irregular, con cubos en los ángulos, donde se abren ventanas germinadas. La torre del homenaje no se alza en el centro del recinto, sino que se desplaza hacia el norte, para aproximarse al camino de ronda desde el que, gracias a un puente levadizo, se obtenía un único acceso al interior, a la altura de la segunda planta.
La torre es un rectángulo de mampostería muy irregular, con refuerzo de sillería en las esquinas. Su interior se dividía en cuatro plantas, de suelos de madera, mientras que la superior, o terraza, protegida por un almenado, hoy desaparecido, se apoyaba sobre una cornisa volada de matacanes con garitones rectangulares en las esquinas.
Se empezó a construir, junto con parte del recinto en el año 1451, según reza la inscripción que, sobre un blasón de los Zúñiga, se halla en la cara oriental, coincidiendo con la señorialización de la villa. Al exterior de la fortaleza, aún se conservan exentas las murallas, mientras que en el interior el acceso al camino de ronda, respetado en su mayor parte, presenta algunas pasarelas.
En la actualidad, el antiguo foso está ocupado por una plaza de toros, considerada como la más antigua de España, pues ya fue coso taurino en el siglo XVI. El recinto aún sirve para celebrar festejos el 9 de septiembre, coincidiendo con las fiestas patronales que se realizan en honor de Nuestra Señora de la Cuesta.
Los rincones más especiales de Miranda del Castañar
Después de contemplar los arcos que hacen las veces de burladeros, por el fondo de la plaza, junto al ayuntamiento, antigua Alhóndiga blasonada, se encuentra una de las puertas de acceso al recinto fortificado, conocida como la Puerta de San Ginés, del siglo XIV. A través de esta puerta, se alcanza la Calle Larga, que marca cualquier recorrido por la villa. Esta calle se pasea de oriente a poniente por todo el casco urbano y sirve de verdadero eje de la historia de la villa y condado de Miranda del Castañar. A izquierda y derecha, recibe numerosas callejas cuya visita se hace también obligada para comprender los secretos intramuros del recinto. Misterios que cultivó este señorío de los Avellaneda que pasó, por uniones matrimoniales, a los Zúñiga, quienes alcanzaron pronto el título de condes de Miranda del Castañar, siendo uno de sus poseedores Eugenia de Montijo, emperatriz de Francia.
En la propia Calle Larga existen abundantes testimonios de la historia de la villa, destacando, sobre todo, numerosos blasones, preferentemente de los siglos XV y XVI. Siguiendo por la misma vía, aparecen, a la altura de la plaza de la iglesia, la Torre de las Campanas, la Cárcel Real, construida en el siglo XV y, posteriormente, ocupada por el ayuntamiento, y, al sur, la Puerta del Postigo. Desde aquí es posible bordear, a través de unos pasadizos, el recinto de la iglesia parroquial, de estilo gótico y compuesta por una gran sala rectangular dividida en tres naves, cuya estructura más antigua se conserva en la portada de poniente.
Las casas blasonadas, como las de los Maldonado o los Zúñiga, se suceden mientras la judería se va abriendo paso, casi por azar, entre estrechos callejones de casas suspendidas y ventanucos que parecen observar, por el rabillo del ojo, a todos los forasteros. La intimidad no queda rota a pesar de ir descubriendo las cuatro puertas que abren la muralla al exterior. Al sur y al este, las ya citadas Puerta del Postigo y Puerta de San Ginés, respectivamente. Al oeste, la de Nuestra Señora de la Cuesta, patrona de la localidad, cuya fiesta se celebra entre el 8 y el 9 de septiembre. Y, por último, al norte, la Puerta de la Villa.
A sus labores
No podría decirse de Miranda del Castañar que un rincón es más genuino que cualquier otro. Igual da dirigirse hacia la Casa del Escribano que hacia el Pósito, dos de los edificios más representativos. Tampoco importa que la ruta se detenga ante la iglesia parroquial, separada por un puñado de metros de la Torre de las Campanas. Sin duda, más que por uno o varios edificios, Miranda ejerce una atracción seductora por todo su conjunto, en el que no solo el paisaje de las piedras, sino también el humano, pone su guinda colorista en el paseo por el interior del recinto amurallado.
Así, sentados en bulliciosas comitivas a las puertas, vestidos con los atavíos serranos y ajenos por completo a los foráneos, los vecinos de Miranda hacen sus labores y siguen el ritmo de sus vidas. No obstante, la mirada se clava en las abundantes imágenes costumbristas que se suceden, sobre todo, al caer la tarde en los rincones de este conjunto histórico del que no es posible marchar sin antes visitar una de las calles más características. Su nombre, la del Pozo. En ella se encuentra la bodega del mismo nombre que muestra, orgullosa, una curiosa inscripción fechada en 1814: «para que miras curioso si ésta es la bodega del pozo».
Antiguamente, según los trabajos de investigación realizados por Julián Álvarez, catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Salamanca, esta bodega recibía el nombre de Pozo de Roldán perteneciendo a Tejerizo de Tejada, que ajustó su compra en 1725 en 6.600 reales de los que, al morir, solo había satisfecho seiscientos. Junto a esta, se encontraba la bodega de La Luna.
Fuera del casco urbano, la visita se amplía a dos ermitas. Una, la del Humilladero, se encuentra a un centenar de pasos de la plaza que se abre a un costado del castillo. La otra, dedicada a Nuestra Señora de la Cuesta, regala una magnífica panorámica del río Francia y, a lo lejos, la peña de Nuestra Señora de Francia. Punto final para una visita que tendrá que acabar con la misma convicción que ejerce el dicho, tantas veces repetido en esta villa, que afirma que «si la Sierra de Francia fuera un huevo, sin duda, Miranda del Castañar sería la yema».
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