Hace un par de semanas tuve la oportunidad de experimentar algo que tenía ganas de probar hacía tiempo. Pasar unos días cerca del agua sin tener que llegar a mojarme demasiado. Quería unas vacaciones muy relajadas donde el agua tuviera algo que ver y que no me hiciera trabajar demasiado. Me refiero a un viaje por la región francesa. Más en concreto por Midi-Pyrénées.
Seguramente que todo el mundo ha oído hablar del Canal de Midi, una de las vías más reales del turismo fluvial en Europa. Una maraña de canales y ríos que une la ciudad de Toulouse con Sète, junto al Mediterráneo y que ha sido inscrita en el Patrimonio Mundial por la Unesco desde 1996.
En Toulouse, se prolonga gracias al Canal de Garonne que va en sentido opuesto, es decir hacia el Atlántico, y juntos forman lo que se conoce como el Canal de los Dos Mares. Parte de la historia de este Canal y de su recorrido a la sombra de grandes árboles, bajo una naturaleza extraordinaria, con hermosos pueblos y ciudades por donde discurre, es algo que tuve la oportunidad de experimentar en esta ocasión, y que espero repetir muy pronto.
Midi-Pyrénées desde Toulouse
El viaje por Midi-Pyrénées comenzó en cuanto aterricé en Toulouse, una ciudad muy interesante a la que tengo que volver para conocerla más a fondo. Desde aquí me dirigí a Montauban, que está situada al norte y que merece la pena.
Al margen de su belleza arquitectónica, Montauban fue esencial en la guerra de las religiones en Francia, y es parte del Camino de Santiago. La tradición agrícola es la base de la economía de sus habitantes que presumen de cultivar productos hortofrutícolas de alta calidad. De ahí su famosa y rica gastronomía. En seguida me hospedé en el Hotel Abbaye des Capucins, donde el chef del elegante restaurante gastronómico La Table, Hervé Daumy, me invitó a cenar para que pudiéramos hablar sobre su estrella Michelin.
Él asegura que tener o no tener una estrella Michelin depende no solo de los jueces que la otorgan sino del propio chef y de su equipo de cocina. Para él es un gran reconocimiento pero lo más importante son los clientes que a fin de cuentas son los que hacen que el chef con sus recetas y el excelente equipo del restaurante sobreviva al paso del tiempo. La cena resultó magnífica. Gracias Hervé.
Segundo día de viaje
Al día siguiente di una vuelta por esta ciudad que me pareció muy interesante ya que estaba cargada de tesoros artísticos y arquitectónicos. Pasee por sus calles y visité la catedral de Notre-Dame, el Museo Ingres, el Ayuntamiento, la Plaza Nacional, la casa donde vivió Manuel Azaña en 1947…, y hasta navegué durante un par de horas y recorrí 15 kilómetros en bicicleta por el canal de los dos Mares. Pero como el tiempo apremiaba debí continuar mi viaje por esa hermosa región.
Seguidamente me dirigí a Saint-Cirq-Lapopie, una simpática ciudad de corte medieval que se encuentra como suspendida sobre un acantilado en el valle del Lot. Esta pequeña villa es un lugar mágico que se caracteriza por el cultivo de la vid, de donde se producen los famosos vinos de Cahors. Y claro, si el valle del Lot es famoso, no menos lo iba a ser Saint-Cirq-Lapopie, en cuyas estrechas calles y plazuelas aparecen hermosas fachadas de piedra con tejados de pizarra, una iglesia, un museo, algunos edificios de interés, y un montón de pequeños restaurantes y bares donde probar su rica gastronomía.
Además este pueblo se conserva totalmente intacto porque se abraza a una pared rocosa de 100 metros por encima del río por el que navegan pequeñas embarcaciones de recreo que merece la pena probar. Algo más al norte, en el cruce de caminos del vecino valle del Célé visité las cuevas de Pech Merle y de Gouffre de Padirac, que están llenas de pinturas rupestres, estalactitas, ríos subterráneos, estalagmitas…, de donde salí entusiasmado.
Justo antes de volver de Midi-Pyrénées
Al concluir mi visita Saint Cirq proseguí viaje hasta Cahors para terminar mi viaje a Midi-Pyrénées, ya que pronto tendría que volver a Toulouse para tomar el avión de regreso a casa. Cahors fue capital de la antigua provincia de Quercy y aparece sobre una península rocosa bañada por el río Lot, cuyo istmo se encuentra cerrado por una hermosa fortificación. Cuatro puentes, entre ellos el de Valentré, cruzan este río a su paso por la ciudad, y no existe la más mínima duda de que todos los caminos que se internan en el alto Lot tienen su principal puerta de entrada en esta población.
En su casco antiguo, de corte medieval, y repleto de calles estrechas y casas de madera con viejas vigas, se encuentra la Catedral de St-Etienne, que es una de las iglesias más famosas de Francia, y que al igual que los vinos de Cahors ya era famosa en la Edad Media. Y para finalizar este pequeño viaje por Midi-Pyrénée, solo decir que es posible pilotar nosotros mismos los barcos que navegar por sus ríos y canales ya que no se necesita tener ningún tipo de conocimiento específico sobre este arte, ni titulación alguna y, por si fuera poco, podremos vivir en el interior del barco ya que cuentan con baños y camarotes muy confortables.
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