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Rumanía, mucho más que Drácula

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Este desconocido país tiene mucho que ofrecer a los viajeros. Aunque su icono más conocido es Drácula, casi nadie vincula al personaje con los lugares en los que vivió. En realidad, hay mucho más que ver en Rumanía que, como dice su eslogan, es más que sorprendente.

 

En el extremo oriental de Europa, entre el Mar Negro y los Cárpatos, se esconde el último tesoro de Europa. Un país bastante virgen al turismo, donde todo permanece en estado puro y donde los precios parecen sacados del túnel del tiempo. Rumanía tiene ciudades medievales ancladas en el pasado, monasterios ortodoxos plagados de arte y paisajes deslumbrantes.

El mito de Drácula

El marketing turístico, basado en el mito de Drácula, es un atractivo al que nadie se puede resistir. Y es que, un personaje abominable e inexistente parece causar cierto morbo en los visitantes.
El conde Drácula, el protagonista de la célebre novela de Bram Stoker, es un personaje ficticio creado por un escritor que jamás pisó tierras rumanas. Aunque se documentó bastante bien sobre Transilvania, la mayoría de los lugares mencionados en la obra no existen.

De hecho, en un viaje por Rumanía, no es raro escuchar a la gente quejarse porque no se le ha dedicado una calle en Bucarest, o porque su retrato no figura en la galería de héroes rumanos. Aunque el país, esconde mucho más que a un vampiro.

Una excusa para conocer Rumanía

Tratar de seguir las huellas al personaje real o al literario es una excelente excusa para conocer Rumanía. Este fascinante país es uno de los último tesoros por descubrir en Europa.

Intentar perseguir a Drácula nos llevará a ciudades medievales en las que el tiempo se paró hace 600 años, a monasterios ortodoxos convertidos en auténticas galerías de arte mural, a castillos de estilizadas formas, a iglesias amuralladas. Todo ello recorriendo paisajes de insólita belleza, valles profundos y bosques impenetrables.

Recorrer el país

Casi todos los recorridos por Rumanía parten de Bucarest, ya que lo lógico es llegar hasta la capital en avión y luego seguir por carretera. Pero no hay que dedicarle mucho tiempo. La esencia de esta zona se descubre en Transilvania, un nombre evocador y un verdadero caleidoscopio de razas y pueblos, tal vez el último de la Europa del Este. Aquí viven los rumanos que presumen de su ascendencia dacia y latina, los húngaros que se asentaron en el siglo IX cuando la tierra era de nadie y los alemanes que permanecieron hasta la caída de Ceaucescu, entre otros.

Sibiu, la ciudad con ojos

Penetrar en Sibiu, puerta de entrada a Transilvania y Capital Europea de la Cultura en 2007, es meterse de lleno en la Edad Media, con sus casas de fachadas en colores pastel, las banderolas de hierro que anuncian comercios y artesanos, las escaleras que comunican la parte alta y la baja, las pequeñas placitas, los patios interiores… y los tejados que te miran.

En busca de Drácula

Tras abandonar Sibiu y de camino hacia la etapa reina del recorrido, se pasa por Biertan donde se alza una más de las numerosas iglesias fortificadas –o fortalezas con iglesia– que aparecen esparcidas por Transilvania y Moldavia. Y por fin, un poco más adelante, aparece Sighisoara, una deliciosa ciudad medieval, burgo sajón, Patrimonio de la Humanidad, antigua parada obligada del Orient Express y con la única ciudadela intacta que sigue estando habitada.

Pero todos sus méritos palidecen ante su otro título: ciudad natal de Drácula el Empalador. En efecto, a pocos metros de su principal monumento, la Torre del Reloj, está una humilde casa, hoy convertida en restaurante, en la que vivió el padre de Vlad y en la que, supuestamente, éste nació en 1431. Una placa en la puerta simplemente reconoce que allí vivió su familia entre 1431 y 1435. La certeza de su lugar de nacimiento, o de su muerte, o de los muchos castillos en que vivió y las iglesias que protegió, son una incógnita.

Pero no importa. Sighisoara, con Drácula o sin él, es una de las visitas imprescindibles en Rumanía. Sus calles escalonadas, sus arcos, sus torres de defensa intactas que evocan los antiguos gremios, sus pasadizos y callejones nos transportan a una ciudadela medieval. Sus artesanos, sus anticuarios, sus artistas callejeros parecen también sacados de aquellos lejanos tiempos y siguen ahí, en las empedradas calles, realizando su trabajo.

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