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Omaña, tierra de Dioses

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Una minúscula aldea, un torrente de agua y una riqueza demoledora no permiten comprender por qué esta tierra privilegiada, tierra de ilustres blasones, ha sido azotada por el abandono. La Homus Manium que llamaron los romanos por sus gentes, a las que calificaron de hombres-dioses debido a su resistencia, es todo un descubrimiento para el viajero. Omaña es una encrucijada de caminos que apenas conocen el asfalto conforman el paisaje perdido que el buen caminante siempre añora.

David Pérez (DPC), Wikimedia Commons, License cc-by-sa-4.0

Plateadas lecheras cuelgan de las puertas en direcciones dispares. Su profusión recuerda que, en Murias de Paredes, la ganadería es todo un estilo de vida. Desde este municipio hasta Soto y Amío, el tiempo se detuvo el día en el que muchos cuentos eligieron el paisaje de la comarca de Omaña para contar buenas historias. Legendarias unas, verdaderas otras, en este manto verde, salpicado de tejados de pizarra y casas con corredor, se conserva algún que otro tono ocre, referencia de las antiguas techumbres vegetales. Y también se mantiene el carácter fuerte y madrugador, trabajador y orador de sus gentes a las que los romanos llamaron hombres-dioses por su resistencia. De ahí que bautizaran a la región como Homus Manium, origen etimológico de Omaña.

Más difícil resulta explicar por qué una tierra tan rica ha sido azotada por el abandono. Tal vez la única salida de la comarca sea ya la visita del viajero. Un viajero ávido de perderse entre una y otra aldea, aunque algunas de ellas estén abandonadas. Un caminante inquieto al que no le resultará difícil encontrar buena charla en los bancos de madera que se sitúan entre caserío y caserío, mientras contempla el intensísimo verde que escala hacia las cumbres. Un forastero al que se le regalarán todas las miradas, hasta que sea capaz de convertirse en uno más.

El reloj de la vida se antoja viejo y el del tiempo funciona con segundos lentos, con una cadencia sonora que marcan milanos y otras aves que surcan un cielo azul, punteado, muchas veces, por nubes tenues y limpias.

De los hombres-dioses a los Omaña

No resulta nada fácil encaminarse por Omaña y marcar un itinerario fijo. Y no es por la ausencia de indicaciones, sino por la multitud de pequeños caseríos que piden perderse y barajar cientos de caminos. Sendas que han abierto paso entre Asturias y el resto de León. En Marzán, existe una cruz de madera de la que los vecinos, cuentan, pertenece a los peregrinos que, durante las contiendas, desviaban el itinerario hacia Santiago por esta vía.

Los ayuntamientos que forman la comarca son los de Murias de Paredes, Riello, Soto y Amío y Valdesamario. No hay nada como dejar al azar jugar con veredas, sendas y tortuosas carreteras. Pero, sin duda alguna, el viajero no debe marcharse sin visitar Posada de Omaña, Vivero o Fasgar, también denominado por sus vecinos Fasgare, tanto por su arquitectura como por su emplazamiento. No obstante, a cada paso, una pequeña aldea sobresalta al caminante y se deja ver a través de una mal conservada espadaña o una casa con teito. Y si algo acompaña todo el itinerario es el rumor de las aguas, corriente que arrastra una de las mejores especies de truchas de la región y que resulta deliciosa en las pocas casas de comidas que se intercalan.

Quizás, la riqueza de la zona permitiera a los antiguos poblados astures asentarse en la comarca al igual que a hombres primitivos, como lo demuestra el Ídolo de Rodicol, un monumento fálico fechado entre el 1800 y el 2000 antes de Cristo. Y, seguramente, de esta época surgiera la leyenda de una casa-palacio de oro, que los oriundos trataron de abrir con numerosos bueyes. Al tirar de las argollas, brotó tanta agua, que movió tal ingente cantidad de tierra que cegó el recinto.

Los romanos dieron el nombre a la comarca y supieron definir el carácter resistente de sus gentes. Resistencia que opusieron a los señores de Luna, quienes levantaron palacios y castillos, aunque no pudieran oponerse al señorío de los Omañas que, seguramente, nacieron como herederos del señorío jurisdiccional de los Quiñones. Los señores de Omaña asentaron sus casas en Villar de Omaña y en Barrio de la Puente, de los que no quedan restos. Pero sí resulta fácil encontrar una rica heráldica desparramada por toda la comarca, como los blasones de Riello, Murias de Paredes, Omañón, Ponjos o Robledo de Omaña, entre otros muchos.

Entre la realidad y la ficción, la comarca toma, de real, el carácter de sus gentes y, de imaginario, un paisaje tan bucólico que se torna más crudo y verdadero al palpar la despoblación. Pero, seguramente, la forma de ser de sus vecinos, su resistencia a lo largo de los siglos, impida el abandono de la zona, pues no en vano hay mucha savia nueva que pretende levantar una tierra tan rica y mítica como desconocida.

Del Teito a la pizarra

Muy lejos quedaron aquellas panorámicas en las que los techos de cubiertas vegetales, los teitos, salpicaban de color ocre el verde intenso de la montaña. A pesar de ello, todavía se ven numerosas construcciones que sostienen, a duras penas, el techado original, aunque parcialmente hundido. Estas manifestaciones pueden observarse en las poblaciones que van del municipio de Murias de Paredes al de Riello y, especialmente, en Posada de Omaña. En este singular recorrido, las cubiertas han sido sustituidas por pizarra y el color intenso de esta sobresale en el valle conformando bellas panorámicas.

Sin embargo, en la zona también destacan los conjuntos de casas con corredor que presentan en algunas ocasiones una escalera de acceso. Tanto Posada de Omaña como Riello, Villanueva de Omaña, Dandarraso o Socil, cuentan con importantes muestras.

Democracia natural

El concejo omañés es uno de los aspectos más interesantes de la comarca. Contó con privilegios y cartas de reyes, franquicias de libertad y vasallaje. Realengo que los señoríos se empeñaban en desconocer y trataban de burlar. Pero el concejo interesante, fuera de los generales, era el de las pequeñas aldeas. Practicaban una democracia natural, que nació de la costumbre y el uso. Estos concejos de aldea se reunían en los atrios de las iglesias, aquellas en las que hoy su piedra se haya cubierta con musgo o las que mantienen, a duras penas, en pie su espadaña. Allí, se aplicaban las ordenanzas correctamente y se decidía en común aquellos asuntos de interés para la vecindad: las veceras de los ganados, los repartos de tierra, de agua y de leña.

El bosque mágico del urogallo

Robles, rebollos, fresnos, chopos, alisos, acebos y abedules crecen vigorosos al igual que numerosas plantas medicinales. Son especialmente los abedules los que en Omaña se muestran en muchas zonas como los reyes del lugar por contar con dos condiciones indispensables para crecer a sus anchas: la humedad y la amplitud.

De hecho, la abundancia del abedul permitió utilizar su madera para confeccionar las almadreñas o madreñas. En cuanto a su rica fauna destaca, en el entorno de los nacimientos de los ríos Omaña y Valle Gordo, la única reserva de urogallos libres. También jabalíes, corzos, rebecos, jineta, hurones.

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