La erupción en 1971 del Volcán Teneguía descubrió al mundo no sólo el espectáculo sobrecogedor de la tierra enfurecida, sino la belleza de una isla verde, exuberante, generosa y desconocida que puso de manifiesto las particularidades de La Palma, en el extremo atlántico del Archipiélago Canario.
Fue en 1971, y todavía el volcán Teneguía desprende calor. Es como si quisiera mantener vivo en el recuerdo los 22 días de erupción, la génesis de varios centenares de hectáreas. Todo comenzó cuando una gran grieta se abrió al cielo claro de Fuencaliente y comenzó a vomitar fuego, después se le unieron varios cráteres más entre grandes explosiones, mientras el fulgor rojo del magma teñía la noche palmera.
Esta erupción, que dio forma a la tierra más joven de todo el territorio español, supuso que el mundo volviera sus ojos a esta isla de 706 kilómetros cuadrados de extensión, descubriendo un auténtico paraíso donde el verde de los pinares y la laurisilva se funde con el negro y el marrón del último volcán español. Una tierra donde los riachuelos y manantiales suponen un tesoro incalculable para sus habitantes.
Aquí la plenitud vegetal de la laurisilva y los pinares se conjuga a la perfección con paisajes sorprendentes, por lo que no es de extrañar que el 70% de su superficie esté protegido bajo alguna de las formas de conservación estipuladas por la vigente ley de Espacios Naturales de las islas Canarias. Además, el bosque de El Canal y Los Tilos fue declarado por la Unesco en 1983 como Reserva Mundial de la Biosfera, mientras que La Palma cuenta igualmente con el Parque Nacional de la Caldera de Taburiente.
Ya antes de aterrizar en el aeropuerto de Mazo, y desde el mismo avión que nos acerca a La Palma, se puede comprobar la frondosidad de esta isla.
Nuestra vista se derrama por las laderas que mueren en la pequeña capital, Santa Cruz, y no puede hacer otra cosa que sorprenderse. Un verde profundo y salvaje cubre toda la zona de cumbre y medianías. Es como si nos hubiéramos equivocado de océano y contempláramos, desde el aire, la abigarrada selva de Borneo en el Indico.
Una vez que estamos en La Palma, la alternancia de paisajes no deja ya tiempo para la sorpresa. Tan pronto nos sale al paso un joven volcán, como nos damos de bruces con un denso bosque de laurisilva (una particular herencia de la Era Terciaria), o acariciamos la fina arena negra de cualquier playa bajo el cielo encendido y ruboroso del atardecer. La Palma es así, sorprendente.
El municipio de Fuencaliente es la cuna de los volcanes históricos de La Palma, y de los Malvasías, una variedad de vinos muy estimada no sólo en las islas sino más allá de las fronteras insulares.
Desde el Teneguía hasta el Volcán Martín, se ha ido generando una auténtica cordillera de lavas que muere en la costa, en los mismos pies del Faro de Fuencaliente y las Salinas. La juventud de las lavas que arribaron al mar tras la erupción del Teneguía, han dado forma a una costa muy peculiar, donde van a morir los jóvenes malpaises mientras las algas de la zona intermareal comienzan su lenta pero inexorable colonización.
Una vez nos hayamos acostumbrado al devenir de los colores, protagonistas indiscutibles del paisaje hasta en los pequeños jardines de las casas, no será difícil percibir en todo su esplendor la belleza de la Isla Bonita, como se ha dado en llamar.
La Palma también se adivina en sus tradiciones centenarias, en el cultivo del tabaco que los emigrantes se trajeron de Cuba, en los telares de Mazo, en los miles de senderos invisibles que el tiempo ha dibujado en los adoquines de la Calle Real de Santa Cruz y también en la seda de El Paso, o en los molinos de Garafía.
Por cierto, olvídese del reloj, aquí el tiempo se mide de otra manera. La vida transcurre con los impulsos de maduración de los plántanos en el Valle de Aridane y Tazacorte, con el ladrido nervioso de los pastores garafianos (una raza autóctona de perros), con las risas de las mujeres en los chinchales tabaqueros. Es en definitiva el ritmo cadencioso que la naturaleza agradecida ha impreso a lo largo de los siglos, las mismas huellas que en el resto de las islas, pero que aquí, al pie del Bejenado, la Pared de Roberto o el Pico de la Nieve, parece tan diferente.
La mejor manera de adentrarnos en la realidad palmera es a pie y sin prisa. La Palma se esconde detrás de cada sendero, más o menos transitado, al pie de cada Pino Padre (viejos ejemplares de Pinus canariensis a cuya sombra crecen otros especímenes más jóvenes), e incluso bajo la sonrisa enmarcada por mil arrugas de un abuelo de Garafía o Tijarafe cuando cuenta a sus nietos alguna de las leyendas de la isla.
Paseos desde La Caldera
Caminar en La Caldera de Taburiente es una de las mejores maneras de atisbar la realidad histórica de la isla. Este accidente geográfico que la erosión ha ido forjando en toda su magnitud a lo largo de varias centurias, tiene más de 20 kilómetros de circunferencia, y su altitud oscila entre los 100 y 1.500 metros de altitud sobre el nivel del mar.
La Caldera de Taburiente es sinónimo de sendero. Las profundas paredes de este Parque Nacional esconden, perfectamente integrados en el paisaje escarpado, multitud de caminos que nos acercan a los riachuelos de Taburiente, el Barranco de Verduras y Alfonso, la Cascada de Colores, o el mítico Roque Idafe.
Lo que hoy conforma el Parque Nacional de la Caldera de Taburiente fue el menceyato de Aceró, la patria de los Benahoritas. Hablan las crónicas de La Palma que los aborígenes de la isla, llamados Benahoritas, eran fuertes, altos, bien parecidos, amables hasta la ingenuidad y valientes. Su subsistencia tenía como base el pastoreo y la recolección, siendo la cabra su principal fuente de alimentos. Su cultura se ha tratado de predeterminar por los numerosos yacimientos de grabados rupestres. La tendencia actual los sitúa, al igual que el resto de los habitantes prehispánicos del Archipiélago, en el norte de Africa. Sin embargo, los benahoritas presentan acusadas diferencias con el resto de las islas. Así, la cerámica aborigen es la más rica de todo el archipiélago teniendo influencias líbico-bereber (Cueva de Tajodeque en La Caldera), portuguesas, irlandesas e incluso de Bretaña, siendo éstas las únicas manifestaciones del Archipiélago de tal ascendencia. Esta multiprocedencia no es de extrañar ya que las corrientes marinas pueden llevar una embarcación desde el Cabo San Vicente (Portugal) hasta el Norte de La Palma.
Los nacientes de Marcos y Cordero son también otro punto de referencia en la isla. El municipio de San Andrés y Sauces, en el este de La Palma, recibe los frutos de estos manantiales, donde la roca pare el agua que mantiene en toda su frondosidad la Reserva Mundial de la Biosfera formada por el Bosque de El Canal y Los Tilos. El agua, un tesoro de incalculable valor para otras islas del Archipiélago, fluye aquí sin descanso. Quien conozca, aunque sea someramente, este rincón del Atlántico llamado Canarias, no podrá esconder la sorpresa que le causará el milagro del líquido elemento en La Palma.
También es inevitable tomarse el tiempo necesario para subir a la cumbre, a la crestería de La Caldera, muy cerca del Observatorio Astrofísico del Roque de los Muchachos, porque La Palma también es levantar la vista a un cielo claro y transparente y abrir la puerta de las estrellas a más de 2.400 metros de altura.
La leyenda de la Pared de Roberto
Las leyendas de la isla de La Palma están indefectiblemente ligadas al amor. Tal es el caso de la Pared de Roberto, un dique basáltico que se levanta en la Cumbre de los Andenes a modo de pared y que está envuelta, desde los albores de la historia palmera, en una escalofriante leyenda.
Cuentan los mayores que en las cercanías de Taburiente habitaba una bellísima joven, enamorada de un igualmente joven de Tijarafe. Sus citas amorosas tenían lugar bajo la sombra de un cedro en la Cumbre de los Andenes. Los jóvenes vivían su amor hasta el día en que se unieran para siempre en los lazos del matrimonio, sin embargo Lucifer hubo de interponerse entre ambos. Celoso de la felicidad de los jóvenes elevó, en una sola noche, desde el borde del precipicio una pared inexpugnable de manera que los amantes no se pudieran reunir. Así, los jóvenes se vieron separados por un murallón de piedra. En esta tesitura y cansado el joven varón de Tijarafe de recorrer arriba y abajo la longitud de la pared y aún tratar de escalarla, gritó: «va el alma por pasar», respondiendo al desafío solo el rumor del viento. Con ánimos desesperados volvió a gritar «va el alma y el cuerpo por pasar».
Entonces comenzaron a surgir pequeñas llamaradas de la pared, adquiriendo tal magnitud que el cedro, refugio del amor de los jóvenes, cayó, abriéndose grietas en el suelo por la que salían seres infernales que arrastraron al joven hacia el abismo junto con el cedro. Inmediatamente la pared se abrió en el medio dejando sitio para pasar.
Al día siguiente unos pastores de un pueblo cercano acertaron a pasar por el lugar, encontrando el cadáver de la bella joven cubierto por la escarcha. La muchacha fue enterrada en las inmediaciones del Roque de los Muchachos, donde todos los años florece el pensamiento azul (Viola palmensis). Cuenta la leyenda que el cuerpo del joven forma parte de una enorme columna de basalto en el fondo de la Caldera con forma de palmera. Los retoños de un pequeño cedro crecen hoy junto a la mil veces maldita Pared de Roberto.
Caminar en La Caldera de Taburiente es una de las mejores maneras de atisbar la realidad histórica de la Isla. Este accidente geográfico que la erosión ha ido forjando en toda su magnitud a lo largo de varias centurias, tiene más de 20 kilómetros de circunferencia, y su altitud oscila entre los 100 y 1.500 metros de altitud sobre el nivel del mar.
Datos prácticos
Se pueden hacer por avión o barco. Hay vuelos directos con La Palma desde Madrid todos los días de la semana. Otra opción es ir hasta Tenerife (tiene frecuencias diarias con las principales ciudades) y desde allí, a Canarias te lleva en menos de 30 minutos a La Palma. Transmediterránea une tres veces por semana Tenerife con La Palma con precios muy económicos. La travesía desde el Puerto de Los Cristianos dura algo menos de cuatro horas y tiene un encanto especial.
La Palma tiene en su repostería la estrella indudable de su gastronomía. Las rapaduras (conos de gofio, miel y almendras) y el Queso de Almendras son dos postres inevitables, así como el bienmesabe (bizcocho, almendras y miel). Además, esta isla ha sido considerada como una de las cunas del típico mojo picón que se puede degustar en infinidad de variantes en cualquier restaurante. Las papas arrugadas acompañando a la carne o el pescado son también ineludibles.
Pernoctar
Una de las mejores maneras de conocer la isla es pernoctando en las casas del medio rural. La Asociación de Turismo Rural Isla Bonita cuenta con más de un centenar de alojamientos. Central de Reservas. Tel.- 922 43 06 25 – 43 03 08.
Alojamientos convencionales
Hotel Taburiente Playa. Los Cancajos, Breña Baja. Tel.- 922 18 12 77
Hotel Sol Elite La Palma. Puerto Naos, Los Llanos de Aridane. Tel.- 922 40 80 00
La celebración de mayor renombre y arraigo entre los palmeros de dentro y fuera de la isla es la Bajada Lustral de la Virgen de las Nieves.
La próxima se celebrará en el año 2000 y cuenta entre sus atractivos con infinidad de retazos de la historia misma de La Palma. El Corpus Christi de la Villa de Mazo es también otro de los puntos de encuentro de los habitantes de la Isla con sus tradiciones. Información adicional 922 41 21 06.
Artesanía
Los puros, la seda o la alfarería guanche son sólo algunos de los exponentes de la tradición popular de la isla.
Para información adicional:
Puros Richard, C/ El Porvenir, 36 San Pedro, Breña Alta
Tel.- 922 429410
Taller de Cerámica El Molino (Hoyo de Mazo)
Patronato de Turismo del Cabildo Insular de La Palma.
C/ O’Daly, 22, Santa Cruz de la Palma
Tel.- 922 41 21 06
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