Los mamíferos marinos son, posiblemente, el grupo animal que más interés ha despertado en los últimos años a nivel internacional. Las muestras de inteligencia, su simpático aspecto, el desconocimiento de sus costumbres y su lucha por la supervivencia han atraído la atención del ser humano. Aunque su historia está íntimamente relacionada con el hombre, quién los ha cazado desde tiempos inmemoriales, el misterio sigue rodeando a unos animales que se dejan ver, con asiduidad, en las costas ibéricas.
Hace más de cincuenta millones de años, un grupo de mamíferos terrestres, denominado Archaeocetos (de donde surgen los dos grupos de cetáceos) se aventuró en el mar. Pero el regreso al agua, implicó solucionar una serie de problemas que han sido verdaderos retos evolutivos. Los más importantes son el mantenimiento de la temperatura corporal en un líquido donde la pérdida de calor es más rápida; la configuración de un cuerpo hidrodinámico para moverse ágilmente en un fluido más denso que el aire; la resistencia a una presión de muchas más atmósferas que en tierra; la respiración pulmonar allí donde la mayoría de sus cohabitantes extraen el oxígeno directamente del agua a través de branquias; el parto y alimentación de las crías en un medio frío, irrespirable y difícil para el amamantamiento; o el desarrollo de los sentidos donde el tacto y el olfato tienen un papel menor, la visión se reduce con la profundidad y la comunicación está sujeta a las leyes del sonido en el agua, donde su transmisión es mayor.
Las respuestas han sido espectaculares. Convirtieron sus extremidades en aletas; hicieron su cuerpo más hidrodinámico, adoptando un aspecto fusiforme; desarrollaron una capa de grasa y un complicado sistema de termorregulación para mantener la temperatura corporal y expulsar el calor excedente; desplazaron la nariz a la parte superior de la cabeza y adoptaron un sistema de respiración voluntaria; escondieron mamas y genitales en pliegues de la piel; desarrollaron una compleja comunicación; sustituyeron la falta de visión por la ecolocación o localización por sonidos; redujeron los latidos del corazón en las inmersiones; incrementaron la absorción de oxígeno en cada respiración y su acumulación en los músculos…
Los mamíferos marinos que existen en el mundo se dividen en tres órdenes zoológicos: cetáceos (ballenas, delfines, orcas, etc.); pinnípedos (focas, morsas, leones marinos) y sirenios (manatíes y dugongos). En ocasiones, se han incluido especies aisladas de otros grupos, como la nutria marina (Enhydra lutris), un carnívoro mustélido. Pero, por sus características (animales con aspecto de pez, pero de reproducción vivípara, como los seres humanos; respiración fuera del agua por pulmones y no por branquias; amamantan a sus crías), los cetáceos han acaparado la atención de estudiosos y amantes de la naturaleza. Delfines y ballenas son los más conocidos, pero hay una gran diversidad de especies, cuyo tamaño oscila entre los poco más de ciento cincuenta centímetros de algunas marsopas a los más de treinta metros de la gran ballena o rorcual azul.
Los cetáceos se dividen, a su vez, en dos subórdenes. Uno, los mysticetos, comprende a las grandes ballenas, excepto al cachalote, que poseen barbas o láminas córneas. Otro, los odontocetos, como indica su nombre, tienen dientes, aunque, a veces, apenas son visibles, y un sólo agujero en el espiráculo u orificio de la parte superior de la cabeza. Este no es más que una nariz desplazada para facilitar la respiración mientras nadan o descansan en la superficie del agua.
Las aguas que rodean la Península Ibérica tienen una amplia representación de cetáceos; la presencia de pinnípedos es esporádica e, incluso, anecdótica, y los sirenios no existen. Las únicas cuatro especies de estos últimos, mucho más desconocidos que el resto de sus compañeros de ámbitos acuícolas, se distribuyen en pocos países, sobre todo, de zonas tropicales. Son el manatí norteamericano (Trichechus manatus), el manatí del Amazonas (Trichechus inunguis), el manatí africano (Trichechus senegalensis) y el dugongo (Dugong dugong), especie costera de zonas de manglar.
Antiguas referencias
Desde antiguo, se ha referido la presencia de mamíferos marinos en aguas de Iberia. Su nombre procede del griego ketos, que significa monstruos marinos, y el gran tamaño de algunas especies y sus fuertes soplos, de varios metros de altura, les convirtió en el centro de multitud de fábulas y leyendas marinas.
La historia de la Península Ibérica y los cetáceos está íntimamente relacionada. En el siglo I antes de Cristo, Estrabón indicó la gran abundancia de éstos cerca del Estrecho de Gibraltar y dijo que «parece surgir cuando respiran una especie de columna nebulosa si se mira desde lejos». También Plinio el Viejo, en el siglo I, constató su presencia en el Golfo de Cádiz, el ataque de las orcas a las ballenas y múltiples curiosidades y leyendas, como los náufragos salvados por delfines, la susceptibilidad de éstos a la música o su ayuda a las tareas de pesca. Fábulas oídas aún hoy y confirmadas por la arqueología, que ha encontrado restos óseos de ballenas en asentamientos prerromanos del sur de Portugal.
Pero la relación entre pueblos costeros y cetáceos está marcada por la caza ballenera, practicada por los vascos desde tiempos remotos. Los primeros datos escritos sobre ello son de los siglos VIII y IX, si bien su gran apogeo llegó en el XIII y XIV. Esta práctica alcanzó tal fama que la especie capturada fue llamada ballena vasca e, incluso, durante mucho tiempo, recibió el nombre científico de Balaena euskariensis. Realmente, era una población de ballena franca (Eubalaena glacialis) que, en su migración anual, llegaba al Golfo de Vizcaya desde las frías aguas árticas hasta el Cantábrico para aparearse.
Para cazarlas, se oteaba el mar desde atalayas costeras y, tras divisar sus soplos, se alertaba a la población. Entonces, en pequeñas barcas o txalupas botadas desde la costa, los marineros remaban al lugar indicado por el atalayero y, con arpones de mano, cazaban, primero, a las crías, tanto por ser más fácil como para evitar que las madres huyeran, esperanzadas en recuperar a su vástago.
Un sólo ejemplar proporcionaba cientos de toneladas de carne y otros muchos productos (barbas, huesos) muy usados por estos pueblos. El famoso aceite de ballena impulsó la caza, en una época en la que el único combustible disponible para iluminarse era el aceite animal y de un ejemplar podía extraerse cientos de barriles de grasa.
La caza intensa extinguió estos ejemplares, hoy, desaparecidos de las costas ibéricas. Pero, su escasez animó el desarrollo de sistemas para navegar cada vez más lejos en busca de presas y se configuró la flota ballenera que atravesaba el Atlántico buscando nuevas poblaciones. Son muchos los testimonios escritos de estas expediciones, reforzados, en los últimos años, por los descubrimientos arqueológicos de Terranova (Canadá). Allí, la presencia de marinos vascos se remonta al siglo XV e, incluso, a antes del descubrimiento de América por Cristóbal Colón.
La paulatina carencia de animales provocó una fuerte crisis que, prácticamente, hizo desaparecer la caza ballenera de los puertos peninsulares. El desarrollo de la tecnología adecuada para perseguir otras especies, como los abundantes rorcuales, mucho más rápidos y difíciles de subir a bordo, provocó un nuevo auge de la actividad en el siglo XX. Así, si durante siglos, sólo se capturaron las llamadas ballenas verdaderas (ballena franca y de Groenlandia) y el cachalote, por sus lentos movimientos y porque, una vez muertos, sus cuerpos flotan en el agua, los grandes rorcuales, más rápidos y que se hunden al morir, no se cazaron hasta la invención del cañón lanza arpones, mejorado por los arpones explosivos y los sistemas para insuflar aire en el animal para mantenerlo a flote. Sin embargo, los vascos no retomaron la actividad y las industrias se situaron en Galicia (donde también se cazaban ballenas desde el siglo XIII) y el Estrecho de Gibraltar. Desde aquí y con la ayuda de buques factoría, los balleneros ampliaron sus horizontes y el número de especies, abarcando rorcuales comunes, boreales, azules, orcas…
Finalmente, la factoría de Getares, en Cádiz, cerró a finales de los años veinte, aunque la de Benzú, al otro lado del Estrecho, se mantuvo hasta 1955. En Galicia, tras cerrar la de Morás, en San Ciprián (Lugo), continuaron la de Cangas de Morrazo (Pontevedra) y Caneliñas (A Coruña) hasta 1985, último año que la Comisión Ballenera Internacional (organismo encargado de regular la caza) estableció para desarrollar esta actividad, que, a partir de entonces, debería respetar una moratoria internacional. Ese año, Industrias Balleneras S.A. (IBSA), que perseguía los rorcuales comunes y los cachalotes que pasaban cerca de las costas gallegas, cazó sus últimas cuarenta y ocho ballenas.
Nuevas épocas, nuevos problemas
Aunque, la caza comercial se centró en las grandes especies de cetáceos, delfines, marsopas y otros mamíferos de menor tamaño también se persiguieron por diversos motivos. Los delfines han sido capturados para disminuir su población con el pretexto de defender los recursos pesqueros, evitar que se acerquen a las redes caladas por los pescadores, usar su carne como cebo para crustáceos o para el consumo humano. No es raro hallar animales varados con disparos, marcas de arpones u otros utensilios punzantes. A veces, estas prácticas llegaron a ser subvencionadas por diversos gobiernos, pero, tras su inclusión en las listas de especies protegidas, se realizan de forma clandestina e ilegal tanto en el Cantábrico como en el Mediterráneo.
La moratoria acabó con gran parte de la caza ballenera, aunque países como Noruega o Japón hacen caso omiso de tales disposiciones. Pero, existen muchos otros problemas que ponen en duda la supervivencia de estos animales. En la actualidad, una de las principales causas de mortandad es su captura accidental en algunas artes de pesca, cuya escasa selectividad provoca que, junto a la especie objetivo, se atrapen cientos de otras distintas. Cada año, miles de animales caen en los millones de kilómetros de redes caladas en aguas ibéricas. Una de las más perjudiciales son las redes de deriva, llamadas cortinas de la muerte, y que pueden superar los veinte kilómetros de longitud. Pescan túnidos y peces espada, pero acaban, anualmente, con unos quince mil cetáceos en el Mediterráneo y en el Atlántico. No son las únicas, pues también ocurre con cercos, arrastre, trasmallos y otras redes fijas.
Los distintos tipos de contaminación afectan de formas diversas a la vida marina. Las sustancias químicas tóxicas, procedentes, generalmente, de vertidos de la industria química y de su uso agrícola, industrial o doméstico, llegan a mares y océanos y a los animales a través de la alimentación. A la muerte directa por envenenamiento, se unen los efectos subletales sobre la capacidad reproductiva y el sistema inmunitario. Además, las toxinas naturales de microorganismos o algas, similares a las que provocan las temidas mareas rojas, a través de la cadena trófica, pueden afectar a presas de delfines y otros cetáceos.
Los cetáceos del Mediterráneo son de los más contaminados del mundo Se han encontrado delfines con niveles de más de mil partes por millón (ppm.) de PCB (Bifénilos policlorados) y otras sustancias altamente tóxicas. Aunque ningún nivel de contaminante es considerado sano, animales con menos de 300 ppm. ya muestran evidencias de daños (cualquier objeto con niveles de 50 ppm. es considerado residuo altamente tóxico y precisa un tratamiento especial). Por desgracia, además de los peligrosos organoclorados, los cetáceos reciben fuertes dosis de metales pesados, hidrocarburos y otras sustancias, a las que se añaden las basuras flotantes, sobre todo, los plásticos. Ultimamente, han aparecido animales muertos en las costas con varios kilos de plástico en el estómago u obturando sus vías respiratorias (un rorcual común varado en el Cantábrico, a principios de 1998, tenía dentro cuarenta kilos de plásticos).
También sufren enfermedades que, al alcanzar altos niveles de incidencia, se llaman epizootías (epidemias, entre los humanos). Algunas, han afectado a las focas del Mar del Norte y del Lago Baikal, los delfines mulares de Estados Unidos y los listados del Mediterráneo. Diversos análisis evidenciaron la presencia de un morbillivirus (un virus que puede ser mortal, similar al causante del moquillo de los perros o al de la peste bovina). Se desconoce cómo han llegado estos virus a los hábitats marinos, qué papel juegan en las mortandades masivas o la incidencia de otros factores (en los animales muertos, se encontraron altos niveles de contaminantes y un pobre estado alimenticio).
La sobreexplotación de los mares por la flota pesquera mundial está alterando seriamente la cadena alimentaria, por lo que, para muchos predadores, es más difícil lograr el alimento preciso para completar su dieta. Esto genera dos problemas: una mayor interacción entre cetáceos y artes de pesca, y un incremento de animales desnutridos, más vulnerables a enfermedades y tóxicos y obligados a cambiar hábitos y rutas de alimentación. Empleando más energía para obtener el mismo volumen de alimento, es más difícil sustentar cuerpos de grandes dimensiones. Diferentes investigadores han alertado sobre el pobre estado nutritivo de algunas poblaciones y la disminución de su tamaño. Además, las actividades lúdicas, industriales y militares, los millones de embarcaciones, las plataformas petrolíferas y las industrias costeras contaminan acústicamente. En el agua, el sonido tiene una mayor transmisión, por lo que las perturbaciones han provocado un fuerte estrés en algunas poblaciones, obligadas a alterar hábitats y rutas migratorias, e, incluso, han desaparecido por completo de algunos lugares.
Por último, citar los conocidos varamientos masivos, objeto de gran número de teorías, que abarcan desde la romántica visión del suicidio colectivo hasta los factores antrópicos, aunque, posiblemente, será un compendio de todas y explicable cada caso por factores muy distintos. Entre los factores naturales destacan las enfermedades y un fuerte parasitismo, que debilitan a los cetáceos y les llevan a acercarse a aguas someras para reducir el esfuerzo de salir a respirar. Puede ocurrir igual si uno de ellos está fuertemente parasitado, sobre todo, si es en el oído interno, órgano fundamental para la orientación de los cetáceos. Su deterioro puede equivocar la ruta a seguir y terminar con sus cuerpos varados.
Los varamientos son masivos y no sólo de los animales afectados porque, en la mayoría de los casos, se trata de especies gregarias y fuertemente jerarquizadas, como calderones y falsas orcas. Si el macho guía sufre trastornos, el grupo puede terminar varando con él. En ocasiones, también ocurre cuando pequeños cetáceos son perseguidos por un grupo de grandes predadores, como orcas. El terror y los intentos de huir les llevan sobre rocas o playas. Igualmente, pudiera estar producido por actividades humanas (ruidos, contaminación). Recientemente, se señalan las maniobras militares navales y el uso de fuertes sistemas de sonar como potenciales culpables de algunos de los varamientos que se producen en el mundo.
Otras investigaciones trabajan sobre la hipótesis de las alteraciones en los campos magnéticos producidas por las tormentas. Especies como las palomas poseen pequeñas partículas de metal en su cerebro que, junto con los citados campos, utilizan como brújula. Este sistema podría ser usado por algunos cetáceos al desplazarse por vastas extensiones de agua sin referentes visuales. El descubrimiento de pequeñas cantidades de monóxido de hierro en el cerebro de algunas especies ha reforzado esta teoría la posibilidad de que las tormentas puedan alterar su mapa mental y guiarles erróneamente hacia la costa.
CANARIAS, PARAISO DE CETOFAUNA
La privilegiada situación de las Islas Canarias, entre el Atlántico norte y las zonas subtropicales, permite ver en sus aguas una gran variedad de especies de ambos hábitats. Además, están en la ruta migracional de algunos cetáceos que compaginan las aguas frías, en la época de alimentación, con las más cálidas del trópico, para el apareamiento y reproducción. En total, en aguas canarias se han visto más de veinte especies diferentes, lo que las convierte en una de las zonas del mundo más rica en cetofauna.
Junto a una de las poblaciones estables de calderones tropicales de las más conocidas del mundo, asentada al sur de Tenerife, viven especies que visitan aguas peninsulares, como los delfines mular, común y listado, el calderón común y gris, el cachalote o el rorcual común; y otras que no van tan al norte, como el delfín de Fraser (Lagenoceldphis hosei) o el moteado (Stenella frontalis), la falsa orca (Pseudorca crassidens), el cachalote pigmeo (Kogia breviceps), el rorcual aliblanco (Balaenoptera acutorostrata) y el rorcual norteño (Balaenoptera borealis)…
Los extraños varamientos de ziphidos en Fuerteventura y Lanzarote han sacado a la luz su presencia. Aparte del frecuente zifio común, se observado zifios de True (Mesoplodon mirus), de Gervais (Mesoplodon europaeus), de Blainville (Mesoplodon densirostris) o calderón (Hyperoodon ampullatus).
LOS CETACEOS IBERICOS
Las aguas españolas han albergado más del cuarenta por ciento de las especies de cetáceos del mundo y casi el ochenta por ciento de las del Atlántico. Ahora, las habituales apenas alcanzan la docena, pero la situación de la Península Ibérica, dentro de muchas zonas de paso y, especialmente, la estratégica situación de las Islas Canarias, convierten estas costas en uno de los lugares con mayor número de referencias. La siguiente relación explica las características de los cetáceos más comunes en aguas ibéricas.
* El rorcual común (Balaenoptera physalus)
Entre las grandes ballenas, el ejemplar más fácil de observar es el rorcual común o ballena de aleta. El segundo mayor animal que jamás ha existido sobre la tierra, tras la ballena azul, puede alcanzar veinticinco metros y más de setenta toneladas. Se puede ver en el Atlántico, en el Cantábrico y en el Mediterráneo, donde se reúne, en verano, una población de varios miles de individuos.
Su alimentación se basa, fundamentalmente, en los minúsculos animales (gambitas – euphausiáceos-, copépodos y pequeños peces) que flotan sobre la superficie marina y conforman el zooplancton. Necesitan consumir ingentes cantidades para mantener su enorme volumen. Como en el resto de mysticetos, la hembra es mayor que el macho y sólo tienen una cría cada dos o tres años. Al nacer, mide casi seis metros y medio y permanece con la madre hasta los ocho o diez años.
* El cachalote (Physeter macrocephalus)
Frecuente en todas las costas de la Península Ibérica, es el mayor odontoceto, por lo que luce entre cuarenta y cincuenta dientes sólo en la mandíbula inferior. El macho es marcadamente mayor que la hembra, alcanzando diecinueve o veinte metros frente a los doce de su compañera. Los grandes machos adultos viven separados de los grupos de hembras con crías y los subadultos, a los que se unen para el apareamiento. Las crías, que nacen tras quince o diecisiete meses de gestación, miden casi cuatro metros y pesan una tonelada.
El cahalote se alimenta, básicamente, de cefalópodos, sobre todo, calamares gigantes (superan los ocho metros y viven a grandes profundidades), peces y crustáceos. Está considerado como un auténtico portento de la naturaleza, pues puede sumergirse a más de mil metros, con presiones de varias atmósferas (suficiente para reventar a la mayoría de los animales marinos) y aguantar sin respirar más de una hora.
* El delfín mular o tursión (Tursiops truncatus)
El mayor de los delfines ibéricos sobrepasa los cuatro metros de longitud y, aunque, en el Mediterráneo, apenas supera los tres metros y medio, en algunas rías gallegas, se han hallado ejemplares, llamados arroaces, de casi cinco metros. En otros océanos, hay poblaciones pelágicas, pero en aguas penínsulares es una especie costera, relacionada con las actividades humanas. Antes más numeroso, hoy, las poblaciones son, en general, pequeñas y, a veces, muy fragmentadas. Se encuentra en grupos de ocho a treinta ejemplares, si bien, en Galicia, llegan a concentrarse varios cientos. Su variada dieta incluye peces y cefalópodos (mújoles, corvinas, bacaladillas, anguilas, sepias, voladores…) Las crías nacen en verano, tras doce meses de gestación, con cerca de un metro de longitud. La pigmentación es muy diversa, yendo del color plateado con motas hasta casi completamente negros.
* El delfín común (Delphinus delphis)
Uno de los más comunes, ha sufrido una fuerte regresión en el Mediterráneo, concentrándose, ahora, en el Mar de Alborán. De hecho, es raro hallarlo más al norte de Cabo de Gata. Se agrupa de forma diversa, oscilando de ocho o doce ejemplares hasta mil individuos. Puede agruparse con delfines listados.
Con cerca de dos metros y medio, posee un diseño peculiar. Sus laterales se dividen en dos mitades: una, de color grisáceo y, otra, amarillenta. El dorso es más oscuro, normalmente azulado, y el vientre blanco. Las crías miden noventa centímetros al nacer, tras una gestación de diez meses, estando junto a sus madres dos o tres años. Combina hábitos costeros y pelágicos y come peces y cefalópodos, especialmente pequeños pelágicos como la anchoa o la sardina.
* El delfín listado (Stenella coeruleoalba)
Aunque de hábitos más pelágicos que otros delfines con los que, a veces, comparte zonas de reproducción y alimentación, puede formar grupos mixtos con el delfín común. Se encuentran grupos muy diversos, tanto en número como en tipo de individuos. Muy similar al delfín común, sus bandas laterales le diferencian claramente. Los del Mediterráneo son ligeramente más pequeños que los del Atlántico. Su única cría, raramente dos, nace con noventa centímetros de longitud y más de diez kilos. Su dieta es más rica en cefalópodos que la de otros delfines, aunque la completa con peces y crustáceos.
* El calderón común (Globicephala melas) y el calderón tropical (Globicephala macrorhyncha)
Mientras que en el Cantábrico y el Mediterráneo es más frecuente el calderón común, en Canarias lo es el tropical. Pero, los dos se han encontrado en ambas latitudes. Animales muy gregarios, viajan en grupos de varios cientos o miles, divididos en familias de seis a doce miembros (un macho adulto y varias hembras y subadultos), cubriendo varias millas a la redonda, según el criterio de un único macho guía.
Casi totalmente negro, salvo unas manchas blancas en el vientre, su cabeza tiene forma globosa y la aleta dorsal adopta formas muy características, ganchudas y acostadas sobre el dorso. El calderón tropical es menor y sus aletas pectorales son más cortas que las del común. Los machos superan los cinco metros (a veces, seis ú ocho metros) y pesan más de tres toneladas. Las hembras apenas rebasan los cuatro metros y las dos o dos toneladas y media. Tienen una sola cría cada tres o cuatro años que mide dos metros y pesa cerca de ochenta kilos. Su dieta se basa en cefalópodos, sin desdeñar otras presas.
* El calderón gris o delfín de Risso (Grampus griseus)
Igual que sus parientes, los calderones comunes y tropicales, tiene una cabeza globosa, pero la aleta dorsal es más alta y con forma de garra. Su pigmentación es muy característica, pues, sobre un fondo gris o casi negro, se dibujan una especie de arañazos blanquecinos que, a veces, debido a su número, los hacen casi blancos. Alcanzan los cuatro metros (el macho es mayor que la hembra) y pesan más de trescientos cincuenta kilos. Las crías miden al nacer un metro y medio tras una gestación de doce meses. Especie pelágica y presente en todas las aguas peninsulares, en ocasiones, puede acercarse a la costa. Se han visto grupos de varios cientos, pero, habitualmente, forman grupos entre cinco a treinta individuos. Comen, sobre todo, cefalópodos.
* La orca (Orcinus orca)
Difícil de ver y habitual de aguas frías, se presenta todos los años en las costas ibéricas durante la migración anual de los grandes atunes rojos, a los que busca en el Estrecho de Gibraltar, cerca de las almadrabas de ambos lados del estrecho. Es un depredador que consume peces, crustáceos, moluscos y otros mamíferos marinos, como focas, delfines, marsopas o, incluso, ballenas.
El macho y la hembra son muy distintos. Aquéllos pueden superar los nueve metros, pesan varias toneladas y poseen una gran aleta dorsal recta, en forma de vela, de más de un metro de altura. Ellas, raramente superan los seis metros y su aleta dorsal es más baja y ganchuda. Los machos se asocian a un grupo de hembras para la cópula. Las crías nacen tras once meses con poco más de dos metros. Se ven solos o en pequeños grupos (guiados por una hembra adulta, de la que dependen otras hembras, crías y subadultos). Son raras las agrupaciones numerosas.
* La marsopa común (Phocoena phocoena)
Antaño más numerosa, está en clara regresión en todo el mundo, sobre todo, en las zonas más perturbadas por el hombre. Hoy, sólo se halla en costas gallegas y aledañas, desaparecida del Mediterráneo y del interior del Golfo de Vizcaya. Es el cetáceo peninsular de menor tamaño, con apenas metro y medio y ochenta kilos. Las crías nacen con casi setenta centímetros, tras diez u once meses de gestación. Especie muy costera, se mueve en pequeños grupos de entre dos y veinte ejemplares y come, principalmente, peces (sardina, caballa, merluza…) y algunos cefalópodos.
* El zifio común o ballenato de hocico de Cuvier (Ziphius cavirostris)
Aunque frecuente en aguas peninsulares, es bastante desconocido. Existen numerosas citas sobre animales varados en las costas del Mediterráneo, el Atlántico, el Cantábrico e Islas Canarias. Oscila entre cinco y cinco metros y medio, con raros ejemplares de siete metros y medio y más de cinco toneladas. Las crías superan los tres metros al nacer. Habitualmente, se ven pequeños grupos en zonas pelágicas. Principalmente, come cefalópodos. Sólo tiene dos dientes en la parte delantera de la mandíbula inferior.
ESPECIES NO HABITUALES
Junto a las habituales de la Península Ibérica, se pueden ver otras especies como rorcual aliblanco, rorcual norteño, delfín de flancos blancos (Lagenorhynchus acutus), delfín de hocico blanco (Lagenorhynchus albirostris) y cachalote pigmeo. Más raras y esporádicas son la yubarta, el rorcual azul (Balaenoptera musculus), el zifio de Sowerby (Mesoplodon bidens), el de True, el de Gervais o la ballena franca, aunque los pocos ejemplares divisados de estos últimos deben ser individuos errantes del Atlántico occidental y no pertenecientes a la extinta población del Golfo de Vizcaya. En el Mediterráneo, pobre en nutrientes y de alta salinidad, pueden verse la falsa orca, el delfín de dientes rugosos (Steno Bredanensis), el cachalote enano (Kogia simus), el cachalote pigmeo, el rorcual aliblanco o el curioso avistamiento de yubartas (Megaptera novaeangliae) cerca de las Baleares.
LOS PINNIPEDOS
Los pinnípedos aglutinan a una veintena de especies divididas en tres familias: phócidos (focas y elefante marino), otáridos (otarios y leones marinos) y odobénidos (morsas). En costas ibéricas, sólo se han avistado phócidos, aparte del caso atípico de una morsa en Asturias y Guipúzcoa entre octubre de 1986 y enero de 1987. Y el único pinnípedo que existía en territorio español era la aislada foca monje (Monachus monachus), conocida como Peluso, que vivía en las Islas Chafarinas.
Antiguamente, las focas monje habitaban costas españolas del Mediterráneo y atlánticas de las Canarias, donde los viejos relatos las cifran en miles. Por desgracia, la caza y la interacción con el hombre las han convertido en el mamífero marino con mayor peligro de extinción del mundo. No obstante, junto a la de Chafarinas y un par de avistamientos aislados en Canarias, no es raro ver algún ejemplar de otras especies de phócidos desviado de sus habituales zonas de reproducción y alimentación.
Las visitas más comunes son de foca común (Phoca vitulina) y gris (Halichoerus grypus), frecuentes en el Mar del Norte y las costas de Gran Bretaña e Irlanda. Más rara ha sido la presencia de algunas focas árticas como la de casco (Cystophora cristata), la barbuda (Erignathus barbatus) o la ocelada (Phoca hispida) contemplada en Portugal. .