Como tantas otras plantas que han servido para el consumo del hombre, el azafrán se pierde en la noche de los tiempos. A pesar de ser planta que aderezó comidas varias y sirvió para teñir determinadas ropas, en especial, en Oriente. Desde aquella vieja cultura establecida entre el Tigris y el Eufrates, se tiene constancia de él y tanto egipcios como griegos lo popularizaron por sus zonas de influencias.
El azafrán llegó a España o, más bien, se popularizó con la influencia musulmana, y encontró en tierras manchegas el lugar ideal para su cultivo, siendo éste, quizás, el mejor del mundo, de exquisito aroma y gran calidad de coloración
Cuéntase que cuando Hermes, dios de la sabiduría y padre de la filosofía hermética, aquélla que sólo se da a conocer a los elegidos, hirió a su amigo Crocos, hizo que la sangre que manaba de su cabeza, al tocar la tierra, se convirtiera en azafrán. Aunque también se atribuye a Croco, el marido de Esmilax, el regalo del azafrán, pues estos dos esposos se amaron con tanta ternura e inocencia que los dioses los transformaron en recompensa: a él, en azafrán y a ella, en tejo.
El azafrán llegó a España o, más bien, se popularizó con la influencia musulmana, y encontró en tierras manchegas el lugar ideal para su cultivo, siendo éste, quizás, el mejor del mundo, de exquisito aroma y gran calidad de coloración. Además, aquél y la excelente y generosa región de La Mancha fue motivo de inspiración de numerosos artistas, entre ellos el toledano maestro Guerrero, quién compuso la zarzuela de «La rosa del azafrán», y el poeta conquense Federico Muelas, quién creó un poema sobre el azafrán manchego.