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Cinco imágenes de Túnez

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El número cinco tiene un carácter especial en Túnez. Cinco son los dedos de la mano de Fátima. Cinco son los mandamientos del Profeta a sus seguidores. Cinco los pilares del Islam. Podríamos representar más imágenes, pero entonces no estaríamos en sintonía con el país.

 

PRIMERA. Sinfonía en blanco y azul

Poco podía imaginar el piadoso clérigo musulmán de nombre algo complicado, Abou Said ibn Khalef ibn Yahia Ettamini el Beji, que el lugar que eligió para aislarse del mundo se ha convertido en uno de los centros de peregrinación artística. Aquí el mundo parece haber desaparecido. El firmamento está más cerca aupado sobre un acantilado vertical de 140 metros.Incluso los colores azul y blanco que inundan toda la ciudad parecen reproducir los de ese cielo impoluto que se acaricia con la punta de los dedos.

Nadie puede pasar por este lugar sin detenerse en su célebre Café des Nattes, también conocido como Café de las Esteras. Las columnas interiores, con suaves tonos rojos y verdes, recuerdan que el lugar formó parte de la mezquita zaouita. Es un espacio tranquilo y lleno de recogimiento, donde los hombres juegan al dominó o a la chkoba.

SEGUNDA. Las ruinas de la memoria en Túnez

Al otro lado de la colina en la que eleva Sidi Bou Said se conservan las ruinas de Cartago. Se trata del Cartago romanizado, ya que el cartaginés, como se recordará por los manuales de Historia, fue totalmente arrasado y cubierto de sal.

El mejor punto de partida es la colina de Byrsa, que domina la zona y proporciona una perspectiva general desde su cima. A sus pies se encuentra la catedral de St Louis, visible desde algunos kilómetros a la redonda. Es una construcción de proporciones descomunales, que fue erigida por los franceses en 1890 y dedicada al rey santo que murió muy cerca de aquí. El Museo Nacional es el gran edificio blanco ubicado en la parte posterior de la catedral, y sus exposiciones, renovadas, merecen un vistazo. La muestra púnica, en la planta superior, es muy recomendable.

TERCERA. De la playa a la medina

Hammamet, a pocos kilómetros al sur de Túnez capital, es con toda certeza el más celebre símbolo del descanso en Túnez. Es aquí donde mar, cielo y sol combinan sus encantos para recrear la imagen que muchos tienen hoy en día del destino ideal para las vacaciones. Desde hace años, ha sido elegido por ilustres huéspedes para desconectar del mundo: Winston Churchill, Oscar Wilde y muchos más.

A pesar de la afluencia turística, esta zona ha estado en la vanguardia de la conservación y protección del medio ambiente. Todo bajo una norma urbanística que exige que ningún edificio hotelero tenga más altura que los cipreses o palmeras de la zona.

Aquí se encuentran también sofisticados centros de talasoterapia, spas y lugares para el turismo de salud, belleza y medicina. Todas ellas, fórmulas en las que Túnez está ocupando un lugar predominante.

CUARTA. Túnez, espejismos reales

En medio de los enormes arenales que esbozan el comienzo del gran desierto del Sahara, surgen vastas plantaciones de palmeras cuajadas de dátiles. Millones de estrellas iluminan un pueblo desierto que celebra una cena beduina entre miles de velas y antiguas fortalezas y viviendas trogloditas perdidas en la arena sirven de escenario para historias futuristas.

Ningún espejismo es capaz de generar tantas efímeras bellezas como la pura realidad que puede contemplarse en la zona más profunda de Túnez, allá donde las inmensas arenas siluetean el mayor desierto del mundo, que con sus nueve millones de kilómetros cuadrados es compartido por once países africanos.

QUINTA. Rumbo a la aventura

Desde Tozeur puede iniciarse el recorrido que lleva a los oasis de montaña de Chebika, Tamerza y Midès, casi en la frontera con Argelia. Estas tres poblaciones, construidas originariamente por los romanos como sistema defensivo contra las tribus bárbaras que habitaban en el Sahara y lugares de paso habitual en la ruta de las caravanas, deben su actual aspecto fantasmal a una catástrofe natural. En 1969, fuertes lluvias torrenciales devastaron muchas de las casas de barro construidas sobre las colinas y sus habitantes se desplazaron a las zonas menos elevadas para construir de nuevo sus viviendas en piedra. Hoy el casco viejo de estas poblaciones tiene un aspecto fascinante y un tanto fantasmal, sus callejones deshabitados sólo se ven alterados por pequeñas alimañas y algún que otro vendedor ambulante.

Suele llegarse hasta aquí en vehículos 4×4, pero es recomendable hacer previamente un breve recorrido en el legendario Lézard Rouge (Lagarto Rojo), un tren de vía estrecha inaugurado por el bey de Túnez en 1899 que llevaba a los principales lavaderos de mineral de fosfato. Atraviesa la garganta de Seldja, de 15 kilómetros de largo. Desde sus vagones de principios del siglo XX con asientos de cuero rojo se contempla un paisaje deslumbrante, un camino espectacular abierto a las leyendas.

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