La cigüeña, de porte majestuoso y gran longitud, es uno de los animales más característicos de la primavera peninsular. Ave de buen agüero, anunciadora de buenas nuevds y símbolo del nacimiento de los hijos, ha sabido hacerse notar en los últimos años por su presencia en casi cualquier altillo de la geografía ibérica. Las torres de las iglesias, escasas ya para el número de nidos, han dado paso a enclaves más particulares en los que este ave decide anidar.
La longitud de las cigüeñas, alrededor de los cien centímetros, y su envergadura, cercana a los doscientos veinte centímetros (la misma medida que el águila real), hacen de esta especie un ave inconfundible cuando se acerca la primavera. Ave migratoria, elige el final del invierno para volver a ocupar los nidos que, sobre torres y campanarios, abandonó el año anterior con la intención de traer nuevas crías.
El cielo azul ejerce un magnífico contraste para el diseño en blanco y negro del plumaje de la cigüeña. Plumas que, en la parte anterior del cuello de los individuos adultos, son un poco más largas, aunque no así en los jóvenes, que son posibles de reconocer, también, por el pico negruzco, al principio, y rojo en la base y negro en la punta, más adelante. Igualmente, las diferencias entre los machos y las hembras son mínimas, manteniendo, si acaso, un menor tamaño éstas últimas.
Pero si majestuoso es su vuelo, no menos ágiles son sus andares. A diferencia de otras aves, las cigüeñas no andan a hurtadillas, como las ardeidas, ni se desplazan como si fueran suspendidas, al modo de los zarapitos. Incluso andando, sobre un suelo que no es, evidentemente, su medio, y unas patas extremadamente finas y alargadas, la cigüeña es capaz de mantener un porte elegante y, cuando persigue a una presa, es capaz, incluso, de echar a correr, movimiento necesario si se tiene en cuenta que su dieta se compone, esencialmente, de insectos, ranas, ratones, reptiles, algunos peces y pollos de otros pájaros.
Conflictos matrimoniales
La distribución de esta especie en Europa consiste en una serie numerosas de colonias separadas, consecuencia de la destrucción de muchos de sus espacios naturales y del hábito de la caza de la cigüeña establecido en épocas pasadas. a este respecto, baste señalar que, en algunos países europeos, aún se cazan cigüeñas.
Aunque, desde siempre, la imagen de la cigüeña se ha asociado con espacios donde hubiera mucha agua, en la Península Ibérica no puede ser considerada como un ave estrictamente acuática, ya que es bastante habitual encontrarla en praderas húmedas y ricas en agua con grupos de árboles. Por el contrario, huye del carrizal, donde no puede tener una visión amplia de los alrededores.
En estos parajes, se suele ver a las cigüeñas pasando las horas calurosas del día o durante la noche descansando sobre una sola pata, con la cabeza recogida sobre el dorso y el pico cubierto por las largas plumas del cuello. Bajo la piel de esta zona del cuello se encuentran los sacos aéreos. Para alzar el vuelo, en terrenos llanos, la cigüeña efectúa un par de saltos y despliega sus alas siempre en dirección contraria al viento. Si, además, predominan corrientes de aire ascendente, la cigüeña sabe aprovecharlas para remontar hacia las nubes y disfrutar de un vuelo de gran altura. Aunque, lejos del estilizado planeo de otras aves, el vuelo de la cigüeña destaca por ser impetuoso y fatigoso, con el cuello estirado hacia delante y ligeramente hacia abajo. Y, antes de aterrizar, la cigüeña gira algunas veces sobre el punto de aterrizaje.
Precursora de buenas nuevas, la cigüeña ha conseguido mantener un curioso aura de fidelidad hacia su pareja. Este dato no es totalmente cierto, pues este ave es fiel al nido que reconstruye cada año con ramas y barro, por lo que algunos llegan a pesar cientos de kilos, pero no es incondicionalmente fiel a su pareja. No es raro, por ello, que surgan con cierta frecuencia conflictos matrimoniales, cruentas discusiones de las que algunos individuos salen sangrando y otros, incluso, mueren.
En cuanto a la reproducción, muchas cigüeñas crían por primera vez a la edad de cinco años y, algunas, aún se reproducen a la edad de veinte años. Para ello, ubican sus nidos sobre torres y en los tejados de las casas. En algunos países de Europa, la gente coloca ruedas de vehículos en los tejados para ellas. Nidifican, generalmente, solitarias y, a veces, en pequeñas colonias. No es raro encontrar nidos sobre árboles. El nido, al cual se le añaden cada año nuevos elementos, puede llegar a alcanzar metro y medio de altura y, finalmente, se derrumba.
La mejor época para observar el vuelo de las cigüeñas se inicia en la primera quincena de febrero y alcanza hasta finales de verano, momento en el cual empiezan a planificar la nueva migración. Para ello, se reúnen en las praderas, desde donde se alzan en círculos cada vez más altos, aunque, por la noche, vuelven a sus nidos. Con los primeros síntomas del invierno, no obstante, se marcharán definitivamente en bandadas fáciles de ver durante el día, a gran altura, aunque sin mantener ningún orden determinado.
Las cigüeñas procedentes del oeste europeo, sobrevuelan la península, el estrecho de Gibraltar y unos dos mil kilómetros de desierto sin agua hasta llegar a su destino. La mayoría de estas cigüeñas centroeuropeas siguen su ruta hacia el oeste, pero las más orientales, sobrevuelan el Bósforo hacia Sudáfrica, con lo que llegan a acumular vuelos de trece mil kilómetros. De todas las que partan desde la península, las más jóvenes no volverán en la siguiente primavera, pues suelen pasar su segundo verano todavía en el sur.