De lo que fuera un castillo inexpugnable, del Castillo de Alba de Aliste apenas se mantienen en pie los cimientos y un esbelto torreón. Tanto éste como el pueblo fueron cabecera del señorío de los Alba de Aliste, ilustres parientes de Fernando el Católico, que dejaron de visitar su principal morada sumiendo a la zona en el abandono. Las aguas del río Aliste y una minúscula aldea, que mira con anhelo hacia el promontorio que sustenta los restos de la fortaleza, conforman el escenario de Castillo de Alba. Un paisaje perdido en campos de Zamora.
Las manos desgastadas por el tiempo de los vecinos de Castillo de Alba de la comarca. Un silencio demoledor que sólo rompe la llegada del forastero y el paso lento y sosegado del ganado por alguna calle asfaltada. Vías que se pierden entre las casas y que se pierden entre la maleza. Callejones sin salida que otean el horizonte. Un horizonte recortado por la imponente silueta del antiguo castillo, viejo y egregio a la vez, como los vecinos de la aldea.
Las tardes frente al sol se vuelven más amenas y siempre hay tiempo, mucho tiempo, para regar las plantas o para dejar que la luz bañe la imagen de un Jesucristo desvaído por los años y por el sol, al que se le ofrecen un par de rosas y algunas flores de geranio.
Mucho tiempo para contar cada una de las piedras que componen las fachadas de las casas cubiertas de teja o el trajín de los canes en busca de algún pedazo de pan duro que llevarse a la boca.
La paz de Castillo de Alba contrasta, enormemente, con el trasiego diario que en este lugar debió de darse cuando era cabecera del señorío de los Alba de Aliste. Carros, alforjas y carretas cargados con exquisitas viandas y con caldos para el mejor de los banquetes; arcas, baúles y arcones repletos de delicadas sedas cortadas en forma de hermosos trajes y múltiples y relucientes joyas que, a la hora del baile, adornaron el cuello y las manos de damas y caballeros.
Hoy día, el amplio surco de agua que es el río Aliste sigue protegiendo el promontorio de Castillo de Alba. Mientras, por el lado contrario, un arroyuelo, muchas veces desecado, completa el cinturón de esta fortaleza, en tiempos, inexpugnable. Su perfil, a pesar de la ruina, todavía se muestra insolente, dando fe del poderío que debió ejercer en pasados siglos. Así, su elegante torreón conserva todo el sabor del medievo y deja entrever que, desde lo alto, más de un guardián avistó, con premura, al enemigo.
Enemigos que, seguramente, no tuvieron fácil el asalto del castillo. Y es que la situación de Castillo de Alba fue codiciada desde los vettones, que construyeron sus hogares en el promontorio, y por civilizaciones posteriores. Así, los romanos ocuparon el lugar y ejercieron su influencia sobre aquéllos, del mismo modo que el Condado de Aliste decidió situar en este cerro el centro de operaciones de su señorío.
Mas, ya no existen amenazantes ejércitos y, por ello, menos costoso resulta para el viajero acceder al castillo tras una pequeña excursión. Desde sus ruinas, es posible contemplar una bella vista de las tranquilas aguas del río Aliste y del pequeño pueblo.
Aunque, bajando del castillo por una imperceptible vereda, aún resuenen los ecos de la ilustre sangre de esta saga numerosa. Un eco silencioso que, también, se repite en el pueblo, cómplice de historias no desveladas. De secretos imaginados que hacen de la paz y el sosiego, seguramente, el mayor tesoro del lugar.
Los Enriquez: la estirpe de Fernando el Católico
Enrique Enríquez de Mendoza, primer conde de Alba de Aliste, contaba por ascendencia materna con la nobilísima sangre de los Ayala y Mendoza, emparentado por ella con la más alta nobleza castellana del siglo XV. Por parte paterna, procedía de los reyes de Castilla, ya que era biznieto de Alfonso XI, pero por su abuela paterna tenía sangre judía.
Paloma, que así se llamaba, era natural de la sevillana Guadalcanal y su padre Alonso fue quién tomó el apellido Enríquez, en agradecimiento a su tío Enrique II, que le repuso en sus dignidades. La belleza de la joven Paloma ha sido relatada en las más diversas crónicas. De estos Enríquez, que no han de confundirse con la saga de Salamanca, desciende también doña Juana Enríquez de Córdoba, reina de Aragón, madre de Fernando el Católico y prima del segundo conde de Alba de Aliste. Además, varias hijas de don Alonso Enríquez dejaron descendencia en muchas de las más nobles casas de Castilla.
El absentismo de los condes de Alba de Aliste en la cabecera de su señorío y la pobreza del terreno, ayudaron al deterioro de esta bella fortaleza y al empobrecimiento, aún palpable, de la población.
La cabecera del Señorío
Construida sobre un antiguo castro vettón, la derruida fortaleza de Alba de Aliste debió estar fuertemente romanizada, pues es posible encontrar algunas aras con inscripción latina formando parte de los muros de la fortaleza y en el cercano pueblo del mismo nombre.
Su historia medieval se pierde entre los enigmas de los templarios, aquella orden caballeresca fundada, en 1118, por ocho caballeros dirigidos por Hugo de Payens. La Orden de Caballeros del Temple o Templarios, cuyo nombre proviene de haberse instalado en una casa construida sobre el solar que, en otro tiempo, ocupó el templo de Salomón, debía dedicarse a la protección y defensa de los peregrinos. Fue una más de las ordenes religiosas que estaban sometidas a los votos de pobreza, castidad y obediencia, pero que se fueron transformando en militares al añadir como cuarto voto la obligación de cumplir sus fines con las armas. El valor derrochado en combate les valió todo tipo de concesiones y privilegios, por lo que acumularon grandes riquezas. Su llegada a España debió ser gracias a la simpatía que cultivaron en el rey aragonés Alfonso el Batallador.
Pero sus propias riquezas causaron su caída. Los Templarios llegaron a poseer más de diez mil fortalezas y conventos por toda Europa, una gran flota y una poderosa banca. Sus actividades degradaron hacia la especulación y las finanzas y las austeras normas dictadas para ellos por Bernardo de Claraval dejaron paso a escandalosas orgías. Impopulares y envidiados, éstas últimas fueron la excusa para que Felipe el Hermoso de Francia, buscando apoderarse de sus bienes, les acusara ante la Inquisición.
Los Templarios poseyeron el castillo hasta 1310, fecha en la que el Comendador de Alba de Aliste, Fray Gómez Pérez, se refugió en él, después de la expulsión de Castilla de esta orden, unos años antes de que fuera reprimida por la bula «Vox in excelso» otorgada por el Papa Clemente V en 1312. De esta época, de su pertenencia a la Orden del Temple de Jerusalén, data el soberbio torreón de planta cuadrada y suaves formas piramidales con saeteras en lo alto.
En 1430, pasó a ser propiedad del infante don Pedro de Aragón, de quién pasó a don Alvaro de Luna y, de éste, a su sobrino del mismo nombre. En 1445, fue cedido a don Enrique Enríquez de Mendoza, que ostentó el cargo de conde de Alba de Aliste desde 1449 y debió de construir la torre principal de la cual sólo permanece un ángulo. El castillo y el pueblo del mismo nombre se convirtieron en cabecera del señorío jurisdiccional de los Condes de Alba de Aliste, que, más tarde, construyeron un esbelto palacio en la ciudad de Zamora, actual parador de turismo.
Cómo llegar a Castillo de Alba de Aliste
A Castillo de Alba se puede llegar desde Zamora por la carretera ZA-900 hasta Carbajales de Alba. Desde aquí, parte la ZA-907 que, en poco más de siete kilómetros, alcanza la población. Desde la localidad hasta el castillo, es posible realizar un tramo en coche por un camino sin asfaltar y, luego, subir al castillo andando por una senda. Lo mejor es realizar todo el trayecto a pie, pues no es dificultoso. Las vistas desde la fortaleza son impresionantes. Según la temporada, el arroyo permite darse un baño refrescante. Aguas arriba, en el embalse del Esla, se pueden practicar deportes náuticos.
Yantar y pernoctar
Estos pueblos apenas cuentan con infraestructura de restaurantes y hoteles. Por ello, lo mejor es ir provistos de viandas y agua. Para dormir, Zamora y sus alrededores son la mejor opción.
Parador de Turismo: Conde de Alba de Aliste. Plaza de Viriato, 5. Tel.- 980 51 44 97.
Oficina de Información de Zamora. Tel.- 980 53 18 45.