El champán es una de las bebidas más famosas y consumidas por todos los ciudadanos del mundo. Se venden alrededor de 300 millones de botellas al año, cantidad suficiente para llenar aproximadamente 2.000 millones de copas de champán. Cada dos segundos se descorcha una botella en algún lugar del mundo.
Es el vino por excelencia de las celebraciones, tanto en bodas, bautizos y comuniones, como en nacimientos, cumpleaños y botaduras de barcos. Es señal de mal augurio que no se rompa la botella al chocar contra el casco, como ocurrió con la del Titanic que permaneció intacta después del violento choque.
Es promiscuo por naturaleza, lo mismo se deja beber «a morro» por un piloto de carreras, que es tragado sin respeto (y casi siempre en vaso de plástico) por los agraciados en las loterías.
El nombre de su inventor, Dom Perignon, ha bautizado la reserva más famosa y cara de la casa Moët et Chandon, dueña desde 1822 de la abadía que vio nacer el invento y parada obligatoria, hoy, en cualquier visita turística a la región.
La botella empleada para los vinos espumosos está diseñada especialmente (Eugene Digby) para resistir la presión generada por el gas carbónico que desprenden las levaduras en su segunda fermentación por lo que las paredes de estas botellas son mucho más gruesas.
El período de reposo de una botella de champán varía desde los 15 meses (periodo mínimo reglamentado para los champagnes más jóvenes) hasta casi una década en los Krug. Durante meses se da el ‘golpe de puño’ (para despegar los posos) y son colocadas sobre unos pupitres agujereados, con el tapón inclinado hacia el suelo. En esta nueva ubicación reciben un removido en el sentido de las agujas del reloj y en el inverso de forma alterna, a la vez que van inclinando su posición, este proceso dura unos 21 días en España, y casi el doble en la Champagne. Un buen especialista puede girar unas 14.000 botellas al día.
Antes de abrir una botella, hay que sujetarla con un trapo limpio, para evitar que resbale. Primero se quita el papel o aluminio que cubre el cuello de la botella; y luego la «malla» o alambre que recubre el corcho. Se sujeta el corcho y se va girando lentamente sin cambiar la dirección de giro, para evitar que el corcho se rompa. Nunca debe dejarse salir solo.
Como es una bebida que se toma muy fría (entre 5º-8º), no se llenan demasiado las copas para evitar que pierda este grado de frescura. La copa deberá ser tipo flauta, descartando las copas planas y anchas.