«Saint Cirq Lapopie me ha echado el único sortilegio que existe: el que se queda para siempre dentro de uno. He dejado de imaginarme en cualquier otro lugar». Son palabras pronunciadas por André Breton, que sin duda definen el amor que el fundador del surrealismo francés sintió por este pequeño pueblo ubicado en pleno corazón del Parque Natural des Causses du Quercy, en el valle del Lot. Una localidad medieval que poco tiene de surrealista pero que a Bretón se le apareció «como una rosa en la noche».
La relación entre André Breton y Saint Cirq Lapopie comenzó a mediados del siglo pasado, en plena guerra fría. Unos años antes y como respuesta a los peligrosos brotes nacionalistas de la época había surgido un movimiento pacifista que se hacía llamar Ciudadanos del Mundo, y del que Breton era simpatizante. Este movimiento tuvo una especial respuesta en la ciudad de Cahors, cuyos mandatarios no dudaron en proclamar la localidad como Cahors Mundi. El entusiasmo se extendió rápidamente a otras localidades del Valle del Lot y se decidió crear una carretera sin fronteras, una «carretera mundial», a lo largo del río. Llegaron personalidades de muchos países, entre ellos Orson Welles, y los coches salieron cargados de personas en un ambiente lleno de júbilo recorriendo el camino de pueblo a pueblo hasta llegar a Saint Cirq Lapopie, en pleno corazón de la región francesa Midi-Pyrénées.
La «carretera mundial» recorre los 30 kilómetros que separan Cahors de Saint Cirq Lapopie que aparece justo detrás de una curva sobre su acantilado de casi 100 metros. La primera impresión visual es desde luego impactante y no es de extrañar el flechazo de Bretón por esta pequeña aldea perdida en el medio de la nada. Así, desde ese año y hasta su muerte en 1966, el célebre escritor visitaba todos los veranos el pueblo junto con su mujer Elisa. El decía que volvía «a posarse en el corazón de esta flor» y para ello había comprado el antiguo albergue de los marineros donde recibía a sus amigos como Péret, Man Ray y Gracq, entre otros artistas.
Hoy en día St. Cirq Lapopie está clasificado como uno de los pueblos más bellos de Francia ubicado en el igualmente impresionante valle del Lot, uno de los ríos navegables del país que propone entre acantilados y viñedos, más de 75 km de recorrido que va desde Larnagol a Luzech. Y los viñedos fueron precisamente los que antaño dieron trabajo a los habitantes de St. Cirq que muy pronto se hizo famoso por sus torneros que fabricaban con toda precisión los grifos para los toneles de vino.
Practicamente todas las familias seguían esta tradición que lamentablemente se ha ido perdiendo con el tiempo. En la actualidad solo queda en el pueblo un tornero, Patrick Vinel, cuya familia ha trabajado en el oficio desde hace cinco generaciones.
Una de las características más destacadas de este pueblo medieval que alberga nada más y nada menos que 13 monumentos históricos es la construcción de sus edificios. Todas las casas de esta pequeña villa están construidas con tres materiales. Los tejados están cubiertos con tejas del Lot, hechas con arcilla local de un color rojizo intenso mientras que los muros son de la piedra calcárea de color marfil de los alrededores. El tercer material lo vemos en las puertas y ventanas que son de madera de roble de las mesetas del Lot. Una construcción que sigue intacta desde la Edad Media y que sin duda alguna dan a este bellísimo lugar un aire muy especial.
Saint Cirq Lapopie tenía antiguamente tres puertas de las cuales actualmente podemos contemplar dos. En el camino de subida al acantilado desde el cual cuelga la pequeña villa nos encontramos con la Puerta de Pélissaria, que es en realidad la segunda puerta de la ciudad y que es en la actualidad la mejor conservada. Siguiendo por el mismo camino y ya entrado al centro de la localidad nos encontramos con la Puerta de la Peyrolerie, el vestigio de un portón antiguamente protegido por una verga móvil.
Entre los edificios más destacados está el castillo, que se encuentra muy cerca de la iglesia. En realidad se trata de unas ruinas del siglo XIII atribuidas a la familia de los Cardaillac y que fue desmantelado en el año 1487 por orden de Charles VIII. Muy cerca del castillo se encuentra la iglesia gótica de Saint Cirq, edificada a partir de 1522. El laberíntico entramado de calles alberga un buen número de pequeños palacetes que casas medievales que conservan a la perfección su estilo original. Muchos de estos edificios son en la actualidad lujosas residencias veraniegas mientras que otros se han convertido en museos, como es el caso de El Albergue de los Barqueros, residencia veraniega de André Bretón, y la Maison Rignault. Lo mismo ocurre con la Mansión Daura, del artista catalán Pierre Daura, que residió durante muchos años junto con su mujer y su hija en este palacete hoy convertido en una residencia internacional de estudiantes de artes. Todo un lujo para esta pequeña villa y para los estudiantes que a buen seguro se dejarán inspirar por la belleza de este lugar.