Acantilados, bosques encantados, menhires y canales navegables en una tierra donde naturaleza y mano del hombre conviven en armonía. Apartándose de las rutas convencionales, pero a corta distancia de nuestro país, pueden encontrarse paraísos naturales, espectaculares monumentos, templos del buen comer y beber. Bretaña, la punta más occidental de Francia, allí donde también hay un Finisterre, muestra un mundo de contrastes y armonías que conviven a la perfección y asombran al visitante.
El otoño con su dosis de calma y serenidad es un buen momento para disfrutar el magnífico espectáculo del Golfo de Morbihan, una las mejores bahías del mundo con sus 42 islas de paisajes encantadores. Si te va la aventura y te apetece sentir la libertad, la velocidad, el viento, el yodo, opta por el carro de vela, con el que se puede correr a la velocidad del rayo por las grandes playas de arena con vistas a las bahías bretonas más bonitas. Claro que si buscas algo más tranquilo, un paseo por las orillas del río Rance es un recorrido bucólico salpicado de ciudades de arte y pueblos encantadores como Léhon, Dinan o Dinard.
Otoño es también la época de la recolección de la manzana, lo que significa que es tiempo de elaborar la famosa sidra bretona, y tiempo de migración. Es excepcional el número de aves procedentes de Siberia y otras especies exóticas que se detienen aquí. Y, hablando de islas, a diez minutos en barco desde la punta de Arcouest, Bréhat seduce por su microclima, un atractivo turístico importante fuera de temporada, un auténtico paraíso para paseantes y ciclistas.
Cuando el otoño muestra sus primeros tonos lánguidos, hay que salir a pasear a Brocelandia, bordeando sus estanques y recogiendo de camino setas y castañas. Con un poco de suerte saldrán al paso las hadas, los dragones y los korrigans. Pero si se prefiere el contacto con el mar, nada como hacer la ruta de los faros. De Brest al País de los Abers, veintitrés colosos solitarios se enfrentan a los elementos y jalonan este recorrido legendario.
Un buen comienzo
Podría iniciarse el recorrido de Bretaña evocando sus ciudades de arte e historia, descubriendo los palacios y casas señoriales que crecieron en la época de mayor esplendor, gracias a la madera para barcos o el comercio de las velas. Podría comenzarse atendiendo a su naturaleza y paisaje, con impresionantes acantilados, bosques misteriosos, canales navegables, vías verdes… También podría apelarse a su “art de vivre”, a los placeres de distinto tipo que ofrece al cuerpo: centros de talasoterapia y spas, ostras y mantequilla salada, sidra y magníficos vinos…
Atendiendo a su historia, una primera visita, puede ser Carnac. Frente a este monumento prehistórico que hoy como ayer sigue despertando teorías y apuestas sobre su razón de existir, la mente se prepara para lo que luego debe venir. Se ha dicho que era un observatorio astronómico, un centro de ritos funerarios, un raro reloj solar, pero nadie ha encontrado la respuesta exacta a esos 1.099 menhires, perfectamente ordenados.
Muy cerca de Carnac está Quimberón, en la denominada Costa Salvaje, un lugar de extraordinaria belleza en el que se suceden los islotes, arcos de piedra y acantilados que son esculpidos día a día con increíble fuerza por el mar. Nombres como el Pasaje del Miedo, la Bahía de los Muertos o el Infierno de Plogoff definen algunos de sus accidentes geográficos y la impresión que, desde siempre, han causado en las gentes.
Mar medicinal
Pero el mismo mar que estremece, que asusta, que mata, se convierte un poco más allá en fuente de salud. Toda la zona está llena de centros de talasoterapia, uno de los mejores tratamientos contra el estrés, las enfermedades de los huesos y las circulatorias, pero también eficaz en las terapias antitabaco, las curas después de la maternidad y los cuidados de la piel. Cada año acuden miles de viajeros de distintos lugares de Europa a los centros de talasoterapia de Bretaña.
Una preciosa leyenda cuenta que las hadas encantadas del cercano bosque de Brocéliande derramaron tantas lágrimas que formaron el golfo de Morbihan. Las coronas de flores que arrojaron sobre sus aguas formaron cientos de pequeños islotes y algunos de los pétalos, que se alejaron mar adentro, dieron lugar al rosario de islas que bordean la costa de Bretaña, que reciben el nombre genérico de islas de Poniente.
En la costa norte
El norte de Bretaña difiere bastante de la costa sur. Aquí la fuerza del Atlántico se muestra en todo su poderío y ha tallado relieves y formas que crean imágenes fantasmagóricas. Un buen ejemplo es la llamada costa de granito rosa, con imponentes concreciones de piedra esculpidas por el mar y el viento que ofrecen al visitante una visión casi irreal. El sendero de los aduaneros es el camino ideal para descubrir la punta de Ploumanac’h y sus impresionantes bloques esculpidos por la naturaleza. Con la puesta de sol, el granito rosa adquiere un colorido anaranjado que deja boquiabierto hasta al menos sensible.
Aunque no faltan los espectáculos sorprendentes en esta parte de Bretaña. Entre ellos, sin duda, la bahía del Mont Saint-Michel donde las arenas, la vegetación, el mar y el cielo comparten el horizonte. Según cuentan los habitantes de la zona, “el río Couesnon, en su locura, emplazó el Mont Saint-Michel en Normandía”, pero eso no impide que la bahía esté en Bretaña. Este lugar excepcional se halla en la puerta norte de la región y ha sido clasificado patrimonio mundial de la humanidad por la Unesco.
El Mont Saint Michel es uno de los parajes más bellos y visitados de todo el país. En esta pequeña isla unida al continente por una carretera que en ocasiones es cubierto por las aguas cuando sube la marea, se levanta una pequeña ciudadela medieval que conserva el mismo aspecto que hace siglos sobre la que se eleva una impresionante abadía donde conviven el románico y el gótico en perfecta armonía.
Cuesta trabajo alejarse de este lugar que desprende un magnetismo especial, pero esperan nuevas sorpresas al viajero. Casi al lado está Saint-Malo, deseada durante siglos por los corsarios aunque supo preservar sus tesoros tras las murallas junto a la playa y el puerto. Las fachadas y torres que emergen de las fortificaciones confieren a la ciudad una silueta característica e inolvidable.
Forzando uno de esos contrastes que con tanta insistencia se dan en Bretaña, vale la pena tomar un barco en la punta de Arcouest y cruzar el brazo de mar que la separa de la isla de Bréhat apodada “isla de las flores”. Hay que dedicar el día a visitar sus casas encantadoras y sus calitas salvajes. Hortensias, mimosas, moreras, eucaliptos, aloes, camelias… el apodo de esta isla no es casual.
Del agua salada a la dulce
El agua también crea situaciones especiales en el interior. De Nantes a Brest, de Saint-Malo a Arzal y de Lorient a Pontivy se extienden más de 600 km de canales interrumpidos por esclusas y acompañados por paisajes naturales de gran variedad, Pequeñas ciudades con carácter y castillos pintorescos. Siguiendo el canal, a bordo de una barcaza o de un kayak, a pie o en bici por los caminos de tierra se puede conocer todos estos espacios verdes protegidos que hacen las delicias de pescadores y amantes de la naturaleza.
Pero aunque en Bretaña domina la naturaleza, hay también un rico patrimonio a veces repartido en pequeños pueblitos. Pero sobre todo concentrado en las grandes ciudades. Vale la pena descubrir el triángulo auténtico y audaz con Angers, famosa por su suavidad de vivir, Nantes, cuya industria se convirtió en espacios culturales, y Rennes, dinámica capital de Bretaña.
Angers, en el corazón del Valle del Loira, es famosa por su calidad de vida y su rico patrimonio. Ciudad de arte y de historia, dotada de espléndidos jardines y ampliamente comprometida en el desarrollo sostenible, Angers es también la base ideal para visitar los castillos y los viñedos del Valle del Loira y para el turismo fluvial.
Nantes, la ciudad preferida de los franceses, invita a descubrir sus últimas proezas: un castillo transformado, un elefante gigante, un recorrido artístico de 60 Km. a lo largo de las orillas del Loira… Por su parte Rennes, capital de la región de Bretaña, ofrece la riqueza de sus 2.000 años de historia y de su patrimonio preservado y restaurado y muestra plenamente su modernidad a través de sus últimas realizaciones: los Champs Libres, la Alineación del siglo XXI.
Otras opciones esperan en Bretaña, un país envuelto en leyendas saladas. Los menhires y dólmenes, los palacios y castillos nos hablan de su rico pasado y confirman que en este lugar real se ha vivido mucho tiempo de lo fantástico, lo místico, lo imposible, lo irreal.
Más información:
Oficina de Turismo de Bretaña
Tel.: Tel: 91 458 98 42 y (+33) 2 99 36 15 15
ATOUT FRANCE – Madrid. C/ Serrano, 16 – 3º Izq 28001 MADRID
ATOUT FRANCE – Barcelona. Fontanella, 21-23 – 4º 3ª 08010 BARCELONA