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Mauro Entrialgo

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Mucho antes de aprender a leer solicitaba a sus mayores que le leyeran tebeos de Pumby, El Capitán Trueno o Popeye, así que posiblemente quiso ser dibujante desde que tuvo uso de razón. Tras dibujar gratis para muchos fanzines, empezó su andadura profesional en la mítica revista Makoki, en 1982. Desde entonces ha publicado en tantos periódicos y revistas que sería más fácil enumerar en los que no lo ha hecho. Por destacar algunos, podríamos nombrar El País, El Víbora, Diario 16 o El Jueves. Actualmente es uno de los humoristas gráficos del diario Público, en el que participa desde su fundación.

Por Luis Linares

 

 

Mauro Entrialgo
Mauro Entrialgo

¿Se puede vivir (o sobrevivir) con el oficio de dibujante en España?
Mauro Entrialgo: Hay tres formas principales de poder vivir haciendo historietas en este país: viviendo aquí pero trabajando para otros países, haciendo al mismo tiempo otros trabajos relacionados (ilustración publicitaria, guiones para televisión, etc.) o haciendo humor gráfico. Yo me he ganado la vida durante unos veinte años con la segunda forma y llevo unos diez con la última.

¿Cómo te ha resultado la experiencia de dibujar una tira daría para Público?
Mauro Entrialgo: La tira diaria, dentro de la historieta, siempre ha sido mi formato favorito por su inmediatez. El medio historieta permite que una idea que se me ocurre ahora pueda materializarse en una tira en unas pocas horas, y la publicación diaria permite que esa misma tira puedan leerla mañana decenas de miles de personas. Por otro lado, supongo que me ha ayudado a ser un poco más conocido entre el gran público, pues aunque no noto que se vendan mejor mis libros, tampoco noto que se vendan peor, como dicen algunos compañeros que les ha pasado debido a la dichosa crisis.

‘Me gustan mucho los trenes alemanes con sus vagones-bar’

¿Qué proyectos tienes a corto y medio plazo?
Mauro Entrialgo: Mis tres próximos libros serán un flipbook (este tipo de libritos que permiten ver una animación breve al deslizar rápidamente sus páginas entre los dedos) para la colección Pulgar, de Ediciones Trashumantes. Un libro de chistes de tamaño página con acuarelas para todos los públicos que se llamará «De postre», para la editorial Fulgencio Pimentel y «El dibujosaurio», un volumen enorme que incluirá una recopilación de casi todos mis trabajos como ilustrador en treinta años de carrera que editará Diábolo. Tengo más proyectos, pero estos creo que son los más inmediatos.

Háblame de algún viaje que te haya resultado especial y que recomendarías a nuestros lectores.
Mauro Entrialgo: Viajo todo lo que puedo. Hacer humor es, sobre todo, mirar desde distintos puntos de vista. Y para poder mirar desde distintos puntos de vista, hay que viajar mucho. No me gusta nada el transporte privado. Detesto los coches y me encanta el tren, pero me parece una pena que hayan desaparecido los coches cama y los bares agradables de amplias barras donde hacer amigos que tenían nuestros trenes. Me gustan mucho los trenes alemanes con sus vagones-bar con mesas amplias donde uno puede dibujar tranquilamente, viendo el paisaje pasar a toda pastilla mientras se toma una cerveza bien servida en un vaso grande de cristal.

¿Qué viaje llevas tiempo queriendo hacer y aún no se han dado las circunstancias para llevarlo a cabo?
Mauro Entrialgo: Dado el tipo de trabajo que tiempo llevo muchos años sin poder hacer un viaje verdaderamente largo, de al menos un mes de duración, en el que un tren bien equipado cruce un gran territorio salpicado de muchas paradas.

Dime algún restaurante que recuerdes por haber disfrutado especialmente de su comida.
Mauro Entrialgo: «Casa Salvador» en la calle Barbieri de Madrid, es un oasis poco conocido de mantel de cuadros rojos y blancos, morcilla y rabo de toro, ideal entre tanto lounge y rúcula con queso de cabra que han invadido ese barrio. Acogedor, buen servicio y todo está muy bueno: tanto la carne como el pescado. Yo suelo pedir lenguado menier. «El Desnivel» en Buenos Aires es una parrilla de San Telmo en la que sirven carnes estupendas a buen precio con una decoración entrañable. Bastante conocido entre turistas, eso sí. Lo suyo es ir muchos y pedir un asado completito. El nombre verdadero de mi restaurante chino preferido de Nueva York es «Grand Sichuan», pero todos le llamamos siempre «el chino bueno». Si paseas delante de él pasa desapercibido como un chino más, si no fuera porque a las horas de comer y cenar tiene siempre una larga cola de gente esperando a ser servida que revela su calidad. Como no dejan de servir en todo el día lo mejor para no hacer cola es retrasar mucho la comida o adelantar mucho la cena. Todo está buenísimo, en especial cualquiera de sus platos de noodles. Está en Chelsea, en la 9ª con la 24.

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