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Australia en cinco escenas

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El estreno en España de «Australia», la película de Baz Luhrmann con Nicole Kidman y Hugh Jackman en los principales papeles, puso de actualidad un destino siempre deseado que ahora se presenta más cercano y cómodo de visitar que nunca.

El turoperador Kirunna Travel patrocina el estreno de la película y presenta decenas de propuestas para viajar a este país. Aunque se trate de una historia de amor y pasiones en los turbulentos tiempos de la Segunda Guerra Mundial, el filme supone, sobre todo, una gran promoción para un continente poco conocido en el que se dan cita todos los contrastes. Así lo ha debido entender el departamento de turismo de este país que decidió aportar 40 millones de dólares a la financiación de la película más cara de las historia de Australia, que ha costado unos 130 millones de dólares (unos 103 millones de euros) y de la que el director llegó a rodar hasta siete finales distintos hasta decidir cuál convenía mejor a su historia.

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Las imágenes-icono más representativas del país son las de la vanguardista Ópera de Sydney, reflejándose en su espectacular bahía y la del gigantesco monolito de Ayers Rock, elevándose sobre la inmensidad del desierto, pero entre una y otra, circulan, por ejemplo, la impresionante belleza de su Barrera de Coral o las infranqueables selvas transitadas por Cocodrilo Dundee. Personalmente, los acantilados e islas que forman los Doce Apóstoles, al sur de Melbourne, en mitad de la llamada Costa Dramática, se presentan como uno de lo símbolos de este país en permanente transformación, en el que agua y tierra parecen haber sido creadas para formar en su territorio las más insólitas combinaciones.

ESCENA 1: La bahía de Sydney
Pocos espectáculos hay tan impresionantes como la bella bahía de Sydney al mediodía. El escenario está ahí a todas horas: la silueta de estilizado diseño de su Sidney Opera House reflejándose sobre el mar con su forma de velas y su tejado cubierto de miles de azulejos que cambia de tonalidad según la hora del día, The Rocks, la zona más antigua y cuna de la ciudad allá por el año 1788, cuando los presos condenados construyeron los primeros barracones y almacenes que hoy han sido reconvertidos en hoteles con encanto, tiendas de diseño o restaurantes de última moda, o Darling Harbour, enmarcado bajo la estructura metálica del Sydney Harbour Bridge, la zona más comercial y animada de la ciudad con un montón de restaurantes y tiendas…

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Pero lo que hace diferente esta tópica visión de Sydney a mediodía es la aparición de cientos de pequeños barquitos de vela que parecen hacer una regata gigantesca y que llenan de puntos blancos las aguas. Muchos habitantes de la ciudad, fanáticos de la náutica, aprovechan el tiempo del almuerzo para tomar un bocado mientras navegan. La mejor forma de apreciarlos, y la más barata, es a bordo de un ferry público que comunica las dos orillas. Una fórmula más sofistica es la que propone la empresa Champagne Sailing que se realiza en un yate mientras se saborea una copa de champagne australiano y el capitán comenta las vistas. Hay muchas más cosas que ver en Sydney, pero sin duda hay que encontrar tiempo para acercarse a la playa de Manly, situada justo en el istmo que separa la bahía del Pacífico, a la entrada del puerto. Llaman la atención las redes que protegen las playas de los tiburones, pero no parece ser un problema para los cientos de surfistas que aquí se congregan.

ESCENA 2: Cosmopolita Melbourne
La segunda ciudad de Australia es cosmopolita, culta, conservadora y… aburrida. ¿Aburrida? Bueno, al menos eso opinaba la actriz Ava Gardner cuando rodó aquí la película «La hora final». Claro que entonces era el año 1959 y desde entonces la ciudad ha cambiado mucho. Hoy se presenta como sede de todas las vanguardias, como un sofisticado conjunto de tiendas, restaurantes, vida nocturna y actividades deportivas de todo tipo. Como lugar con animados cafés y zonas nocturnas, además de festivales de música y teatro. Muchos habitantes de Melbourne creen vivir en una de las ciudades más activas del mundo y, en todo caso, siempre aparece en las listas internacionales, como una de las ciudades con mejor calidad de vida.

El río Yarra parece dividir la urbe en dos espacios bien distintos. A un lado se encuentran los antiguos edificios creados en los orígenes de la ciudad, entre ellos el siempre animado Mercado de la reina Victoria que se remonta a 1878 y que sigue manteniendo sus antiguos edificios y también tiendas con productos de la zona. Es esta parte están también los mejores restaurantes y teatros y algunos de los nuevos iconos de la ciudad, como Federation Square, que engloba una serie de edificios símbolo de la cultura australiana como el Ian Potter Centre, que es una galería de arte, el Australian Centre for the Moving Image, el BMW Edge y el Australian Racing Museum.

Al otro lado del río, donde siempre hay competiciones de remo, está la ciudad ajardinada, con el Laberinto de Ashcombe, jardines adornados con fuentes en los que puede apreciarse una gran cantidad de plantas y especies vegetales y que se han convertido en los jardines más antiguos y grandes del continente. También se pueden visitar el Parque de Melbourne y el Parque Olímpico, situados a las afueras de la ciudad pero a los que se puede acceder en tranvía, el vehículo por excelencia de la ciudad.

ESCENA 3: Apóstoles de piedra
Desde Melbourne hay varias excursiones interesantes, como Phillip Island, con sus pingüinos o al bello Wilsons Promontory pero sin duda la más espectacular es la que lleva a Great Ocean Road, una ruta que bordea la costa suroeste de Victoria, también conocida como la «Costa Dramática» por los numeroso naufragios que ahí se han producido. El momento culminante del viaje es cuando se llega a la zona conocida como «Los Doce Apóstoles», una extraordinaria colección (en realidad son nueve) de promontorios rocosos que se alzan imponentes junto a la costa, erosionados por las olas en zonas de acantilados. Un largo proceso de erosión, que terminó segregando enormes porciones de tierra y roca que previamente estaban unidas a tierra firma. La erosión continua del oleaje termina por cavar enormes cuevas, con arcos que se derrumban dejando enormes bloques aislados de la costa.

Desde el Centro de Recepción Turístico se tienen vistas espectaculares y también desde allí se organizan escalofriantes vuelos en helicóptero que ofrecen una original perspectiva sobre este precioso lugar. Una visión que ya disfrutó el actor Brandon Routh en la nueva entrega de «Superman Returns», que se rodó aquí en diciembre de 2005. El vuelo cuesta 80 dólares y dura diez minutos. No muy lejos está otro escenario de película: Bells Beach, una de las playas de surf más famosas del mundo, y en la que además de haberse rodado muchas escenas de distintas películas, tiene lugar los campeonatos del mundo de surf todos los años.

ESCENA 4: Dos mil kilómetros de coral
Aunque miles de turistas la visitan cada día y cientos de ellos se sumergen en sus aguas, la Gran Barrera de Coral en Queensland es uno de los últimos rincones del planeta donde es posible disfrutar de la naturaleza en su estado más primitivo. A lo largo de 2.200 kilómetros esta sucesión de islitas y de formaciones de coral sumergido es uno de los grandes espectáculos de la tierra. En las localidades turísticas más populares, como Cairns, Brisbane o Port Douglas existen centenares de propuestas para bucear, sobrevolar los arrecifes en helicóptero o hidroavión, llegar en catamarán hasta la barrera y observar las formaciones en pequeños submarinos. Pero además existen 300 cayos e islas continentales de origen no coralino, a menos de 70 kilómetros de la costa de Queensland.

Fondos marinos tapizados de corales de todos los colores, cayos y caletas, islotes de ensueño, atolones, 1.500 clases de peces tropicales que parecen pintados por Picasso, 500 tipos de algas, gigantescas tortugas y almejas gigantes, pájaros exóticos, cocoteros y playas de arena blanca conforman uno de los mayores paraísos en la tierra en el que los grandes protagonistas son los corales, esos animales primitivos y minúsculos, de apenas un centímetro de diámetro, parientes de las medusas y de las anémonas de mar que secretan hacia el exterior de su cuerpo un esqueleto calcáreo que puede crecer, según las especies, de uno a diez centímetros por año. Para alimentarse, el animal emerge de su concha durante la noche y pesca con sus tentáculos urticantes. Los miles de millones de esqueletos pegados los unos a los otros desde hace milenios forman gigantescas catedrales submarinas que sostienen las bases de los arrecifes coralinos.

Las islas de la Barrera simbolizan la privacidad, la exclusividad y el lujo como forma de vida. Es el caso, por ejemplo, de Lizard Island, que acogió entre otros a Carlos de Inglaterra y lady Di o la luna de miel de la infanta Elena. Su extensión es de tan solo 21 kilómetros cuadrados, con un máximo de 64 visitantes permitidos por día. Los que pueden alojarse aún son menos, ya que sólo hay un hotel con siete cabañitas.

Escena 5: La gran roca sagrada
No se conoce Australia si no se conoce su desierto, ahí está el verdadero espíritu del país. Porque el corazón australiano es rojo y ardiente y no tiene mucho que ver con la luminosa y moderna Sydney, con las playas llenas de surfistas de Queensland, con las junglas del norte del país o con las bellas postales de la Barrera de Coral. Los australianos llaman outback a todo lo que no está próximo a sus costas, a las tierras que quedan al interior, más allá de las civilizadas Sydney, Melbourne, Adelaida, Perth, de la turística barrera de coral y la tropical costa de Brisbane o al norte de las montañas Azules. El outback es un mar interior de arena, la tierra de los aborígenes, una inmensa región casi desértica que mantiene el alma pionera.

Y en medio de ese descomunal espacio está Ayers Rock, el fabuloso monolito de arenisca roja de forma casi ovalada, de 348 metros de alto y un perímetro de 9,4 kilómetros, que los aborígenes llaman Uluru y consideran sagrado. Al atardecer, la enorme roca se viste de sombras de diversos colores, desde un rojo intenso al ocre. En la base de la roca, hay grutas naturales en las que los aborígenes han dejado pinturas rupestres. Después, por un sendero, se puede ascender a la parte más alta de la roca. Desde su cúspide se pueden ver las 36 cúpulas rocosas de los montes Kata Tjuta, que se extienden alrededor de 3.500 hectáreas.

1 COMENTARIO

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