Las Ermitas de Córdoba, desde lo más alto de Sierra Morena, contemplan una ciudad, que, como muy pocas, ha sabido atesorar y conservar muestras de su riqueza artística e historia.
Hoy, las ermitas continúan teniendo su sentido. Rodeadas de un misterioso silencio y deshabitadas, se dejan ver con el fin de mostrar el ambiente en el que según cuenta la historia hubo hombres que, abandonando todo, aquí encontraron el mejor refugio.
El aspecto de los ermitaños era de una dureza relativa. El hábito tenía el color de la arena quemada, con arrugas por todas partes, pesados, anchos y molestos. Un ancho cinturón de cuero para dar una forma irregular a la tela. Sobre él un escapulario y encima la capucha que completa la armadura. La barba ancha, desarreglada, maciza y de color gris.
Hoy, las ermitas continúan teniendo su sentido. Rodeadas de un misterioso silencio y deshabitadas, se dejan ver con el fin de mostrar el ambiente en el que según cuenta la historia hubo hombres que, abandonando todo, aquí encontraron el mejor refugio
Desde la entrada, una senda cubierta de cipreses lleva hasta la capilla y a los diferentes caminos de las ermitas. Este camino fue construido para guiar a los fieles que se acercaban a la capilla y así evitar que fueran a parar a alguna de las ermitas, con el consiguiente desvelo de los hermanos. Una cruz negra y blanca marca la entrada al camino que da acceso a las ermitas. A sus pies, un nicho cerrado por una reja guarda una calavera con una inscripción: «Como te ves yo me vi,/Como me ves te verás./Todo para en esto aquí,/Piénsalo y no pecarás.
El camino de la derecha lleva a la puerta principal de la ermita mayor. El de la izquierda, adornado con flores, va a parar a la capilla y al cementerio. Desde este punto se pueden observar la mayor parte de las ermitas, que asoman entre los árboles.
Subiendo por el camino de la izquierda, por un paseo cubierto de palmeras, se encuentra la ermita de la Magdalena, que aún conserva el cayado y la cama, así como otros objetos utilizados por los ermitaños que ocupaban este espacio antes de morir. Tiene doce nichos, que, una vez cerrados, se blanqueaban y se cerraban sin hacer ninguna referencia escrita al fallecido. Sorprende el hecho de que siempre haya una sepultura abierta, como a la espera de otro fallecimiento.
Antes de la vuelta, es indispensable acercarse al mirador, donde se encuentra la esbelta imagen del Corazón de Jesús, con excelentes vistas de la ciudad.